La risa y el asombro

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Buster Keaton, el extraordinario comediante que llevó a las pantallas la perfección del humor físico cuando aún el cine era mudo, conocía el poder del complejo contraste de las emociones humanas. El payaso no es, no puede ser sólo una cara feliz. Con maquillaje su expresión puede incluso estar más cerca del horror que de la gracia, mientras que la presencia de una nariz roja o el descomunal tamaño de unos zapatos redondos y brillantes tampoco invitan directamente a la liberadora carcajada. Para Keaton, la clave de su humor fue su propio rostro, sin otro artificio más que su cara de piedra, como le apodaron. Keaton logró uno de los retos mayores para quienes buscan la risa del otro: llegar al corazón de lo humano desde la delicada frontera que separa nuestros tristes fracasos con el gozo, con los flashazos de olvido que nos regala la risa.

El tercer sábado de abril el mundo celebra a quienes bajo una carpa raída o dentro de elaborados complejos arquitectónicos ofrecen disparos de virtuosismo físico o hurgan en la profundidad de nuestras emociones. El circo está de fiesta en abril y en Guadalajara también se celebra.

“Un comediante hace cosas graciosas. Un buen comediante hace que las cosas sean graciosas”, dijo alguna vez Keaton; y en México, como en tantos otros países, sabemos que esta realidad puede convertir esa tarea en un imposible. ¿Cómo dar un golpe de timón a las tragedias cotidianas para convertir ese universo tan cercano y mortal en algo digno de risa?, o ¿cómo, al menos, podemos abrir oxigenados paréntesis que den a una nación tan violenta y agraviada un respiro? Esa es la meta de muchos artistas locales cuya profesión escénica se inscribe claramente en el circo y —desde hace más de una década— recorren la hostilidad del camino de la creación y de su consecuente gestión para conseguir la exhibición de sus trabajos. El Foro Periplo, que desde hace dos años se abrió para cobijar la actividad circense en Guadalajara, además de albergar al Festival con el mismo nombre se une a la celebración internacional, que durante abril ofrece espectáculos en muchas partes del mundo. Allí, la compañía Bravísimo presentará el próximo 30 de abril su espectáculo Olé, creado por Juan y Guillermo Méndez, quienes en esta ocasión especial estarán acompañados por el mariachi El Tequileño.

El circo en Guadalajara demuestra el vigor de su juventud con varios nombres: Bravísimo, Dragón, Alebrije, Fuoco di Strada y Les Cabaret Capricho. A ellos se suman muchos otros creadores que desde la independencia y con un espíritu de envidiable disciplina y entusiasmo se abren paso en el difícil oficio del circo, que a diferencia de otras artes escénicas ha mantenido su popularidad y su contacto con el público. La universalidad de su lenguaje, la capacidad que posee para iluminar lo que fuera de ese momento no existe, así como lo festivo que resulta la experiencia, sigue convocando a todas las generaciones. Otra de las piezas que el circo ha sabido jugar es su capacidad de adaptación, la velocidad con la que ha podido mutar y conectarse con las narrativas y formas de consumo que tienen las sociedades actuales.

El circo, la imagen nostálgica de la infancia, la triste carpa de parches grises y niños monstruo, el lugar de famélicas fieras y jamelgos coronados con plumeros, hace mucho que cedió paso a mujeres y hombres de cuerpos ágiles y capacidades asombrosas, a experimentaciones físicas y lingüísticas que siguen buscando, en el roto horizonte mexicano, la suspensión luminosa de una carcajada, el suspiro alado de un salto en trapecio.

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