La realidad desnuda

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Winter is coming, y los fanáticos de las series televisivas cuentan las semanas que faltan para la presentación de un nuevo capítulo. A lo largo de distintas temporadas, han debido despedir a personajes entrañables, profesores de química especializados en metanfetaminas y heroicos sirvientes del rey muertos a traición; han pactado simpatías con los corruptos, los asesinos y los detectives decadentes.

Estos personajes, han desplazado la línea absolutista que divide el bien del mal a un plano en el que se extinguieron los héroes y están por desaparecer los antihéroes: donde sólo han quedado personalidades polihédricas, con tal densidad ética que parecen —incluso el monstruo, el zoombie o el espectro— directamente extraídos de la realidad.

La televisión contra el cine
El milenio nos recibió con una nueva ola de narrativas audiovisuales con series como The Sopranos (1999), Six feet under (2001) o Lost (2004) que marcarían la pauta del siguiente decenio; superproducciones televisivas que han llegado a competir con las cinematográficas y en las que consagrados cineastas han estado al frente de la realización de varios de sus capítulos, tal es el caso de David Fincher a quien recordamos por El club de la pelea en 1999, que además de producir también dirigió los primeros dos capítulos de la serie House of cards; o Martin Scorsese quien obtuvo el Oscar como mejor director en 2006 por Los infiltrados y que dirigió el capítulo piloto de Boardwalk Empire.

Si ver televisión llegó a ser considerado en el siglo XX como una actividad embrutecedora para una sociedad teledirigida —descrita en aquella sentencia apocalíptica encarnada por el homo videns de Giovanni  Sartori—, las historias que las series televisivas presentan hoy pueden observarse “no sólo como buenas experiencias narrativas sino como puntos de acceso a explorar la complejidad de distintos aspectos de lo real”, asegura Víctor Hugo Ábrego, comunicólogo de la Universidad de Guadalajara, que al lado de Ramón Morales, sociólogo de esta Casa de Estudio, imparte el curso-taller “Walking the series”, un espacio de análisis socio-antropológico a partir de la ficción televisiva contemporánea para reunir a quienes, no sólo encuentran en ella un motivo de ocio, sino un objeto moderno de estudio.

Al mismo tiempo que los saberes se pluralizan y en los productos artístico-culturales emergen los resabios de realidades complejas, el pensamiento crítico no puede ejercerse exclusivamente en los espacios académicos donde solía abordarse; no son los libros ni las escuelas las únicas fortificaciones de la cultura “sino que la investigación periodística, las influencias literarias y las experimentales estrategias narrativas de las que han dado muestra series como The wire, Game of thrones, House of cards, True detective o Breaking bad —entre otras— nos dan pie para ver lo cotidiano a través de la ficción”.

Personajes como Walter White o Francis Underwood parecen ponderar “una ética  neoliberal que tiene lugar dentro y fuera de las series de televisión, en la que estamos incesantemente expuestos a dos valores, que son la competencia con todos y por todo, y cómo nos vamos convenciendo a partir de esa exposición a la competencia de que el fin justifica los medios”.

Sin embargo, este planteamiento en las series televisivas se presenta más como una provocación al cuestionamiento que una tendencia doctrinaria, con personajes que se resisten a la deshumanización que parecería inevitable dadas las circunstancias —como Jesse Pinkman—, aspecto que conforma un importante eje de análisis desde una perspectiva crítica, al lado de otros como “la invisibilización de la diferencia, en la que estamos cada vez más empeñados como sociedad, tratando de definir qué somos a partir de lo que no somos, tratando de distinguir lo que es humano de lo monstruoso; y algunas líneas de fuga para observar no sólo cómo se va sofisticando el exterminio de la vida en sociedad, sino también alguna señal de por dónde hay que ir si no queremos que el mundo siga yéndose al carajo”, concluye Ábrego.

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