La preparatoria es un espacio de reflexión no un templo

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El ámbito universitario es el lugar para aprender, analizar, cuestionar y proponer racional y argumentadamente. Ningún profesor está en posición de imponer patrones y modelos. Es inmoral decidir por cualquier individuo o grupo lo que es correcto, decente o humano.

El profesor tiene el derecho de trabajar y la obligación de apoyar las reformas en las que cree. Si no actúa según sus creencias, puede ser acusado de “mala fe”. Si no asume compromisos, si permanece al margen, tal vez no sea el profesor atento y comprometido que las alumnas y alumnos necesitan. No puede afirmar que las escuelas deben o no atreverse a cambiar el “orden social”. Él debe escoger qué papel jugará en ese esfuerzo. Alentar a los estudiantes a crear sus propios valores y a buscar sus propias soluciones y, sobre todo, evitar adoctrinarlos.   

El profesor sólo puede actuar para ayudar a sus alumnos, como seres autónomos, a elegir por sí mismos. Que los estudiantes entiendan ciertos principios, que tengan claras las razones de sus decisiones, y que revisen sus normas de forma inteligente en respuesta a las contingencias del mundo. Cuando los jóvenes entiendan y den sentido a lo que hacen, el profesor logrará decir que ha triunfado como educador moral en una situación específica. Cada acto que realizamos crea una imagen del hombre tal y como pensamos que debe ser: “El hombre está condenado a la libertad, el hombre debe escoger”, señala Sartre.

El profesor tiene un compromiso con la racionalidad. Hay que prohibir la imposición de creencias de un grupo sobre otro. Cada estudiante ordenará su experiencia a su propia manera, cada uno se trascenderá a sí mismo, se superará y apropiará de ciertas dimensiones de la cultura conforme tales dimensiones se presentan a su conciencia. No obstante, sea lo que decida ser el profesor, cualquiera que sea la orientación que tenga más sentido para él, no impondrá valores o virtudes a sus alumnos. Planteará cuestiones, proporcionará información actualizada, hará lo que pueda para llevarlos a incrementar su conciencia, a profundizar sus convicciones. El profesor se convierte en un catalizador.

El profesor está comprometido con sus alumnos, con los padres de estos, con sus colegas cuando y dondequiera que persiga su proyecto fundamental. No debe trabajar solo, no puede evitar  las estructuras sociales que existen más allá de la puerta de la clase. Debe mediar entre las estructuras y sus alumnos. Debe iniciar entre sus alumnos ciertos patrones de pensamiento y actuación. Debe hacerles capaces de entender las ideas profesadas en su sociedad: libertad, justicia, respeto hacia el individuo.

En fin, el profesor no es un misionero ni un guarda de museo. Sólo es un ser humano que intenta recapturar algo de sus percepciones originales, que busca identificarse a sí mismo, que intenta ver. Sólo puede presentarse a sus alumnos como un ser humano comprometido en buscar y en elegir, como alguien que quiere asumir el riesgo de nuevas perspectivas, alguien que cuida y presta atención. Extranjero vuelto a casa, cuestionador e incitador de otros, puede hacerse visible a sí mismo haciendo filosofía. Hay incontables vidas que cambiar, innumerables mundos que rehacer.

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