La noche azul suena en la ciudad

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Vender cuatro mil copias de un “demo” tiene que ser signo de algo. Vender cuatro mil copias de un “demo” de blues, con cuatro tracks hechos en una toma y otro grabado en vivo con una cámara digital, y además en la calle, a un precio de 30 pesos mientras la banda toca gratis en la acera, tiene que ser signo de algo más grande y profundo. Naranjito Blues es una banda cuyos integrantes no sobrepasan los 22 años, que un día vieron un cartel del ahora extinto Festival Internacional de Blues de Guadalajara (2000-2005) y decidieron no perderle la pista a las bandas que ahí vieron: Chester, La Fachada de Piedra, La Bruja y sobre todo, Gato Gordo.
Hace tres meses, Naranjito Blues presentó su disco de estudio Uno, y ya ha vendido más de mil copias. Sin disquera, sin distribuir en tiendas. En la calle nada más. Es parte de su filosofía, de su proyecto Blues = Calle. “Es una manera de presentar el blues sin cambiarlo, y a un público nuevo. Es como lo hacían los negros en Chicago. Y funciona, muchísima gente se acerca y nos pregunta qué tipo de música es esa”, dice Charlie Cisneros, bajista del grupo.
“Es que ¿a quién puede no gustarle?, es pura emoción. Esa es la diferencia con el jazz, que es más intelectual. Por eso el blues no ha muerto: en Estados Unidos porque es lo folklórico, como aquí el mariachi; pero aquí no ha muerto porque es auténtico y siempre habrá gente con apetito de música buena”, dice José “Chepe” Pulido de Chester.

Pero ¿qué es el blues?
Demonios azules, o blue devils es una forma popular de decirle a la tristeza y la melancolía en lengua inglesa desde el siglo XVIII. No es difícil imaginar por qué la población negra del sur de Estados Unidos se identificaba con estos sentimientos, a pesar del soleado clima de los campos de algodón.
A principios del siglo XX, los cantos tradicionales del campo de llamado y respuesta se unen a las guitarras en una forma musical que tradicionalmente se compone de 12 acordes: en los cuatro primeros se canta una frase, se repite, y en los últimos dos se deja libres a los instrumentos, y ahí nace la improvisación, que “es el alma del blues. Incluso si haces un cover no puedes hacerlo igualito que el disco, eso no es blues”, según dicen todos los músicos entrevistados.
Además de por su estructura (que a veces es de ocho, nueve o 16 acordes), el blues se distingue fácilmente por ser un lenguaje armónico muy particular, una consecución, a grosso modo, de notas tónica-cuarta-quinta en un tiempo de cuatro cuartos donde la voz no marca la melodía sino una especie de ritmo de rima simple (AAB).
Pero el blues es más que una forma y más que un estilo: es contenido. Tras la segunda Guerra Mundial, el blues se volvió urbano, se alejó de los temas de la opresión, el racismo y la dura vida del campo; continúo hablando de amor (oh, baby!), se adentró en el terreno de la sexualidad, y adquirió los instrumentos eléctricos que hoy le son tan característicos, además de la inconfundible armónica y la voz desgarrada.
Se volvió moderno: “Si profundizas en cualquier género de la música contemporánea vas a llegar al blues. Es el origen de todo: El jazz, el ragtime, el soul, el rock&roll, el progresivo, el heavy metal y hasta del pop, de una u otra manera lo ha influenciado todo”, coinciden también todos los entrevistados para este texto.

Genaro Palacios, the bluesman
Si uno empieza a buscar blues en Guadalajara, todos los caminos llevan a Genaro Palacios. Desde que llegó a sus manos un disco de Johnny Winters en 1967, supo que quería tocar eso hasta morirse. “Y lo estoy logrando”, dice en entrevista telefónica desde Puerto Vallarta. Tiene 61 años, los pulmones cansados y el cuerpo como una espiga, pero en el escenario nada importa: “Ahora toco con dos ‘amplis’: el de la guitarra y uno de oxígeno”, y se ríe con su humor de siempre.
En la década de los 70 formó parte de numerosas bandas a pesar del apogeo de la música disco: King Blue, The Truth y Hangar Ambulante. En 1985 crea La Banda de Blues con Adriana Rivadeneyra (voz), Mario Arellano (guitarra y voz), Luis Zúñiga (batería), Fernando Quintana (bajo) y Charlie Jiménez (guitarra), y reanima la escena con numerosos conciertos exitosos. Pero un asalto que acabó en el homicidio de Quintana y Jiménez truncó su ascenso por cuatro pesos, literalmente.
Entonces Genaro prueba suerte en San Diego, California, y se une a la Mr. Fro Brigham and His Preservation Band, y a la Shades of Blues de Steve González. “Ahí aprendí a trabajar como negro [risas]. Tocábamos cinco sets de 45 minutos y nos iba muy bien. Pero me regresé por mis hijos, no me gustaba ese ambiente para ellos”.
Al regresar, comenzó un taller de blues que hizo las semillas de lo que ahora suena. “No eran clases tal cual, era expresión musical, para transmitir el feeling. Fueron como 60 chavos. Nunca quise decirles cómo hacerle, dejaba que cada quién sacara su onda”.
Desde 1993 ha trabajado con su banda Gato Gordo en diversos bares de la ciudad, en giras nacionales y algunos conciertos internacionales, pero en los últimos años su actividad decayó notoriamente: “Dejé de tocar porque en los bares no me pagaban, desde que el alemán ese [Helmut Kí¶hl, de Haus der Kunst] vino a ‘caimanearnos’ [explotarnos] por 150 pesos. Por eso quiero poner un bar. Y quiero todavía grabar dos discos. Pero ya no puedo hacer muchos planes, sabes…”.

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