La narrativa del fuego

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    Resulta casi imposible, al ver imágenes de incendios, no permitir a la memoria ir hacia 1974 y recordar el horror sentido en las butacas de un cine. El filme Infierno en la torre marcó para siempre nuestro sentimiento sobre hechos tan horribles y, a la vez, fascinantes.
    El fuego ha arrobado a los seres humanos desde siempre. Quizás nuestra memoria más lejana fue iluminada por la luz de las llamas. El fuego es un espíritu benigno y es la imagen del eterno infierno descrito por Dante. Los libros de historia nos narran el embeleso de Nerón al ver a Roma y escuchar el crepitar del fuego sobre sus edificios. Aunque algunos historiadores desmienten el hecho, nuestra memoria lo registra impecablemente como un suceso real. Lo cierto es que un millón de seres huían despavoridos por los laberintos urbanos de la ciudad. Hay quienes miramos el fuego destruir las construcciones y recordamos la obra de Bradbury, pero otros recordarán, más cultos que nosotros, el averno pompeyano. Los poetas irán hacia los poemas para reconocer que “en un fuego de sombra se confunden luz y noche”, o “Toda la noche vi crecer el fuego…”, porque aman los poemas de José Emilio Pacheco.
    ¿Pero qué piensan esos hombres que apagan el fuego de un alto edificio urbano? ¿Qué sienten esos hombres cuando se enfrentan al elemento natural que ha hecho desaparecer ciudades enteras, comarcas, casas o personas? Si es verdad que el fuego purifica, ¿por qué tememos su amenaza?
    Gastón Bachelard nos regaló sus meditaciones sobre La llama de una vela, quizás la única poética que existe sobre el fuego. En alguna parte dice “Uno se duerme ante el fuego, pero no ante la llama de una vela” y es probable que tenga razón… ¿Pero qué hace quien es despertado por el fuego? ¿Qué siente quien ha visto a una persona calcinada y vuelta polvo? La vida está hecha de paradojas. Una de ellas es aquella que se vive durante un incendio: cuando el fuego y su peligro lo extingue el otro elemento natural: el agua. Esa extraña convivencia de los elementos es infantina y proviene de la oscuridad de los tiempos. Y hay una poética para cada uno de ellos y los griegos la descubrieron y meditaron a profundidad. No obstante no hay filosofía, ni poema, ni narrativa que describa la derrota humana y el dolor humano ante las llamas. Todo lo consume el fuego, pero hay veces que se triunfa y luego se contempla lo consumido con cierta nostalgia de su desaparición. Los tragafuegos deben saber mucho sobre ello. Deben saber algo que nosotros no hemos entendido. Deben sentirse conectados, cada vez que ocurre un siniestro, con algo que ignoramos por sabido. Quizás en la acción lo olvidan. Tal vez ya después de ocurrido el suceso su mirada se coloque en ese pensamiento que es la vida y lo salvado y vayan lejos, muy lejos: quizás en sus mentes esté la imagen de aquel fuego primigenio que fue vida y también destrucción y muerte…”
    De entre los escombros surge la vida. La pira de lo humano es imposible. Surge y desaparece lo inextinguible. ¿Qué piensa el tragafuegos cada vez que entra hacia las llamas y reaparece de entre las sombras como un fantasma vital? Hay en cada ser humano un héroe y un malvado. ¿Pero el fuego en qué categoría pone su existencia? Después del fuego “…todas las cosas se disponen a renacer…”, lo dijo insuperablemente José Emilio Pacheco.

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