La literatura sobre le poder

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    Vos sos América”, escribía un entusiasta Julio Cortázar al leer, en Ginebra, el 18 de agosto de 1968, el borrador de La casa verde, segunda novela de Mario Vargas Llosa. El autor argentino se decía sorprendido por su “enorme capacidad narrativa” y no dejaba de halagar a su amigo peruano, al grado de situarlo como “el mejor de todos los novelistas latinoamericanos vivientes”.
    Cuarenta y dos años después de esta misiva, Mario Vargas Llosa vuelve a ser otra vez América o, mejor dicho, Hispanoamérica, y recupera el Premio Nobel que ganara el último latino hace ya veinte años, Octavio Paz.
    Y sucedió cuando menos lo esperaba, cuando su nombre no aparecía entre los favoritos (entre los Roth, entre los Murakami, entre los Kundera) y lo tomó por sorpresa mientras preparaba su seminario en Princeton, de cuyas clases daría particular énfasis a la obra de su admirado Alejo Carpentier (en esa carta de 1968, Cortázar parece provocar a Vargas Llosa al asegurarle que su novela es superior a El Siglo de las luces, y que la obra de Carpentier quedaría olvidada en el “rincón de los trastos anacrónicos”).
    En esa imagen que dio la vuelta al mundo se ve a un Mario Vargas Llosa sonriente mientras baja de un taxi para su primera rueda de prensa en Nueva York, después de recibir la noticia.

    Quemados en efigie
    Al igual que Octavio Paz, los detractores de Mario Vargas Llosa no suelen leerlo. A los dos escritores se les culpa de mantener un coqueteo con la derecha, y de confundir su liberalismo con una postura a favor del capitalismo y acorde con las políticas exteriores estadounidenses. Nada más alejado de la realidad. Octavio Paz siempre criticó las intromisiones norteamericanas, y nadie mejor que Vargas Llosa para señalar que los dictadores de nuestra región deben buena parte de su entronado al apoyo de los yanquis.
    En todo caso la postura del autor de La guerra del fin del mundo es más cercana a la de un intelectual de la talla de George Orwell, quien fue de los primeros en alertar sobre las tiranías que se refugiaban en la ideología y en el control de los discursos. En su célebre ensayo “La política y el idioma inglés”, el autor nacido en Bengala ya señalaba que “La tendencia general de la prosa moderna es alejarse de la concreción”. En el mismo tono criticaba la manipulación política del lenguaje, que volvía indefendibles los mensajes de los poderosos en su ansía de manipular la realidad.
    Tal vez fue la frustración por la ausencia de un discurso creíble y bien articulado lo que motivó a Mario Vargas Llosa a lanzarse a la campaña presidencial de su país en 1990, para perder en una segunda vuelta contra Alberto Fujimori. El propio Fernando Savater encuentra una explicación coherente para esta —aparente— desquiciada gesta, que obligó al autor de La ciudad y los perros a dejar la literatura por un tiempo: “Vargas Llosa comprende la necesidad del compromiso cívico y político: no como lastre de moralejas en su obra literaria, sino como disposición a poner su integridad y preparación intelectual al servicio de aquello en lo que cree”.
    Pero la experiencia de vivir de cerca los andamiajes del poder no debió pasar desapercibida para este escritor, que por momentos se asemeja más a un periodista y un historiador por su rigor documental. “El poder y la violencia habían sido siempre temas centrales en la obra de Vargas Llosa”, como lo señalara Enrique Krauze, “una clave maestra para explorar el alma de los hombres y la naturaleza de la maldad”.

    La literatura, la vida
    Periodista, dramaturgo, académico, articulista… lo que al final lleva a la comprensión más cercana de la personalidad de Mario Vargas Llosa son sus novelas, que siempre son escenarios por los que transitan personajes que se levantan del suelo en busca de una libertad política y espiritual. Para el Nobel peruano la ficción lo es todo. La única herramienta que tenemos para engañar a “las verdades intolerables de la vida”. Y sobre todo la escritura le ha servido para dejar un testamento narrativo de su conciencia, de su revuelta, de su coherencia intelectual. “Toda buena literatura es un cuestionamiento radical del mundo en que vivimos” es una frase que bien pudo haber escrito Albert Camus, pero que recae en un ensayo del arequipense titulado “Un mundo sin novelas”.
    Buena suerte pues para la buena literatura, pero sobre todo un gran golpe para las “dictaduras perfectas” de todo el orbe. El premio otorgado a Mario Vargas Llosa comprueba la máxima adivinatoria escrita por Enrique Krauze en “Historia de parricidios” y aparecida en Letras Libres en enero de 2002: “La literatura y no el poder, suele tener la palabra final”.

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