La literatura conciliadora

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    “Un escritor nunca es pesimista, ni aún los que transmiten mensajes sombríos, porque un auténtico pesimista, un pesimista en serio no escribe”, me dice carismático y sencillo, pero también afable, el poeta, ensayista y traductor argentino, Santiago Kovadloff, al final de su conferencia “La fe literaria”, ofrecida por la Cátedra Julio Cortázar, de la Universidad de Guadalajara, el jueves 14 de marzo, en el Paraninfo Enrique Díaz de León. Y recuerda el caso de Cioran, al que se considera un autor cargado de oscuridad emocional y vivencial, porque en realidad, cuando alguien “escribe para transmitir su desesperación, tiene un sentido del prójimo, está escribiendo para ser leído, o sea, que es un pesimista mixtificado”.
    Esto viene a cuento porque en la conferencia había escuchado atentamente a Kovadloff decir –con ese aire y esa cadenciosa voz que hace a estos sudamericanos más sabios– cómo le ha “sorprendido siempre y dolorosamente”, el desdén que manifiestan los escritores hacia la pasión de los creyentes religiosos, porque elementalmente son “hombres de fe” en su vocación literaria, ya que de la misma manera que sucede con otras manifestaciones de la fe, como la religiosa o científica, ésta también responde a “un llamado ineludible para quien lo escucha”, pues se cree en la literatura como un “destino personal”, aún sin estar persuadido de su valor social, pero que también la disponibilidad hacia la literatura “se nutre” en la experiencia, que a la vez se vuelve goce, que es “compulsión y obsesión”, porque en la “necesidad de escribir, aflora la más íntima necesidad de existencia”. A la vez, Kovadloff sabe que la fe literaria no es nunca una “cumbre definitivamente alcanzada”, sino una “lucha incesante en pos de equilibrio momentáneo”, y esto me trae a la memoria el mito del eterno sufrimiento de Sísifo, acarreando una y otra vez una enorme roca por atreverse a desafiar a los dioses; un escritor sin duda se vuelve un subversivo del orden con la inspiración de sus palabras.
    Kovadloff, autor de libros de ensayos como Sentido y riesgo de la vida cotidiana (1998), El enigma del sufrimiento (2008), y de poesía como Zonas e indagaciones (1978) y Ruinas de lo diáfano (2009), luego de esa ascensión de la literatura, que es el “encuentro del mundo con la palabra” y resulta “imprescindible vivir para ella”, advierte como ésta rueda un poco hacia abajo actualmente, en gran medida por el desinterés de la academia, pues a pesar de que se cree convencido de que siempre será una minoría la que busque sustento en ella, es en las universidades donde en lugar de dar relevancia a la “experiencia de vida que es el núcleo estético”, a través del arte de la literatura, se promueve la indiferencia de este “gran público, que no es más que un público grande”.
    Ahora una “nueva intrascendencia devora” esa experiencia, pues la literatura se ha convertido en “artefacto”, al que dice Kovadloff que gramáticos, sociólogos y psicólogos se dedican a desvelar en una “devoción crítica”, por lo “instrumental”, y para quienes la emoción de leer y escribir ya es una moneda en desuso, pues para estos “técnicos y especialistas, el goce de la intimidad ha sido descalificado por el imperativo de la explicación”; el texto se ha vuelto un pretexto, se lamenta el argentino, y también de que aun cuando “el gusto por el recogimiento, la concentración reflexiva y la afición a la musicalidad verbal” deban ser parte de una comprensión plena de la lectura y de sí mismo, esto no “puede ser impuesto como normas de conducta colectiva”.
    Vuelve a mí la voz mesiánica del invitado a la Cátedra Cortázar, hablando de la fe en diferentes aspectos de la vida, y de la crisis que su ausencia provoca, y vuelvo a mi idea sobre el posible pesimismo literario de quien escribe en condiciones adversas, pero me dice Kovadloff que no cree en ello, pero sí en el “silencio pesimista, en la abstención”; en quien no escribe. Pero en cuanto al “eco de la literatura”, señala que en las políticas de mercado los libros que animan a la poesía y la reflexión o la ficción incluso, no son dominantes, y aunque “se lee más que nunca, porque hay más libros, no todo contribuye a nutrir una subjetividad que alimentada de lo complejo ayude a entender en qué tiempo se vive”.
    Insisto en que si ante ese panorama algo oscuro, quedará suficiente motivación y pulsión de los escritores para crear algo valioso, y la respuesta ya la adelantaba en sus palabras finales en la conferencia, pues dice que “con su atormentada realidad cotidiana, el nuestro es un tiempo necesitado de reconciliación que requiere al escritor” y que éste como “hombre de fe es ante todo un hombre enamorado”.
    Me lo reitera: “El amor no cede, puede verse reducido, pero ningún poeta escribe porque ha descubierto la veta de un buen negocio, ni dejará de escribir cuando sepa que no lo es. Lo que lo impulsará a escribir es lo mismo que lo impulsará a buscar un buen vínculo en la amistad, en el amor, en el encuentro con sus semejantes”.

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