La larga noche de los Caifanes

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“La noche es larga Caifanes”, advierte el Capitán Gato mientras conduce el auto en el que viajan dos riquillos estirados, quienes comparten humores con los cuerpos mojados del Estilos, el Azteca y el Mazacote. Paloma y Jaime son jóvenes fresas de los años sesenta que, excitados por la provocación de la noche, deciden jugar al azar con este singular grupo de “mugrosos sin nombre”. El carro avanza mientras en la radio suena “Fuera del mundo”, una de las canciones más famosas de Óscar Chávez, quien interpreta al Estilos en Los Caifanes, uno de los filmes más logrados del cine mexicano y que este año celebra cincuenta años.

Estrenada en 1967, Los Caifanes es resultado del trabajo conjunto entre Carlos Fuentes y Juan Ibáñez, quienes escribieron el guión. Eran años en que la Nouvelle vague, la nueva ola francesa de cine —con directores como Françoise Truffaut, Claude Chabrol y Jean Luc Godard— seguían inspirando a creadores en todo el mundo. Y en Los Caifanes es evidente el sello que dejó Godard con su película A Bout de Souffle —traducida como Sin aliento y producida en 1961.

Juan Ibáñez también se encargó de la dirección de la película y orquestó un extraordinario elenco. Julissa encarnó a Paloma, una mujer seducida por todo lo oscuro que representan los Caifanes. La depravación que ella ve en la pobreza se convierte en un espacio de libertad desconocida y que, por ello, ansía experimentar. Enrique Álvarez Félix interpretó al joven arquitecto Jaime de Landa, quien, más temeroso que excitado, se suma a este viaje inesperado. Sergio Jiménez es el Capitán Gato, el líder mal encarado y misterioso del Mazacote (Eduardo López Rojas), el Azteca (Ernesto Gómez Cruz) y del Estilos (Óscar Chávez). 

Con Los Caifanes la noche se hace tan larga como las aventuras que se atreven a vivir mientras dure la oscuridad. Eran años de prohibición, de rígidos regentes al frente del gobierno del entonces Distrito Federal. La fantasía juvenil de entregarse a los peligros nocturnos desde el anonimato, multiplica su sentido al lado de los Caifanes. Paloma, Jaime y el público de aquellos años difíciles para la juventud mexicana, conocieron gracias a este filme las geografías de lo desconocido, aquello que también fue la Ciudad de México y que pocos se atrevían a vivir. Personajes y público rebasaron, llenos de excitación, las fronteras simbólicas de la clase social manifiestas en aquella metrópolis.

Cada escena parece un sueño alucinante. Llegar del brazo del Estilos al Géminis, aquél lugar a medio camino entre el cabaret y el circo, para ser atendidos por un diablo de pastorela mientras un oso con bozal baila a dos patas. Salir de ahí mareados de alcohol y encontrarse con la recurrente imagen de una parca-prostituta, interpretada por la extraordinaria actriz rusa Tamara Garina. Encerrarse en un sórdido baño con una pandilla de prostitutas para escuchar en voz de la Marga o la Elota, la lectura atropellada de un libro que interpreta los sueños. Irrumpir en una funeraria, elegir ataúd, meterse en él y ensayar a carcajadas las mejores poses de un difunto. Descubrir a Carlos Monsiváis bajo el disfraz de un Santa Claus borracho a quien le roban la peluca para quemarla en una estufa. Son muchas las secuencias legendarias que Los Caifanes legaron al cine nacional y que también siguen describiendo el espíritu clasista y excéntrico de este país.

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