La feria Zapotlán en concierto

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La feria, la de Arreola, en noviembre de 2013, cumplió cincuenta años de publicada. Las razones para escribirla se las explicó a Carballo en una entrevista que luego éste incluyó en el libro Protagonistas de la literatura mexicana: “El afán de no dejar morir en mí un mundo lingüístico, el de mi infancia. Tenía esa deuda, la de escribir una literatura diferente…”.

En La feria no sólo se refleja el antiguo Zapotlán el Grande sino también el Sur de Jalisco y allende las fronteras. Podemos decir, en primera instancia, que La feria es el monumento verbal del Sur de Jalisco. Está ahí presente la cultura occidental, la religión, las tradiciones indígenas y la mestiza: una feria de voces que dibujan a una sociedad fragmentada y, por encima de todos, el santo patrono: Señor San José.

Siempre fue una preocupación de Juan José Arreola el rescatar las palabras antiguas, las que se iban quedando fuera de uso. Con nostalgia comentaba cuando en Zapotlán se decía ñudo, con ñ. Recurrente el tema, Arreola  le comentó, sostiene Vicente Preciado Zacarías en su libro Apuntes de Arreola en Zapotlán: “Nuestros campesinos de Zapotlán aún dicen ‘Amaneció ñublado’, como en los tiempos de Fray Luis de León: ‘Era su altar de luz, los luceros se ñublaron…’”

Páginas más delante le pide: “Quiero que me ayudes a iniciar ese diccionario de palabras que se usaban en Zapotlán de hace medio siglo antes de que comiencen a extinguirse; palabras como embolismado, enguasado”.

Sostiene Poot Herrera, en referencia a La feria: “El excepcional oído del escritor se apropió de las voces que oyó cuando era niño y de las que oyeron sus antepasados…”.

En su clase-taller (permítase el comentario) en Zapotlán, Arreola requería que se contara —para posteriormente escribir—, leyendas de los pueblos. “Si logras que el lector se asuste, ría o llore con tu escrito, es que está bien hecho. Y si es breve y bueno, es dos veces bueno”. Su amor por el lenguaje era excesivo. Oía las palabras como el artesano palpa la materia. Decía: “Lo bello de las palabras antiguas es que nos llegan pulidas, como piedras de río”.

Leer La feria es percatarse, en primer lugar, de que Arreola sí seguía su consejo. Fragmentos breves, historias pulidas o bien oídas para poder incluirlas en su novela.

“¿Qué es el tecolote?”, me preguntó un día, cortando la plática.

Un cerro —contesté.

“¿Un cerro? Uf. Esta definición le hubiera caído de perlas a Rulfo: Pasó por el Tecolote y siguió de filo…”.

Continuó: “Tecolote con mayúscula inicial para indicar que es un sitio y no una ave; la palabra filo hace que el alma se resbale con la ayuda de los dos agudos…”.   

La polifonía en La feria ha sido bastante estudiada: voces, recuerdos, archivos, lecturas; el resultado, un concierto de viñetas escritas y cada una, conforme avanza la novela, toma el papel del narrador. Al hacer referencia a lo anterior no se sostiene que la novela sea una historia de Zapotlán o una autobiografía de Arreola. Es un texto de creación literaria que se sirve de “voces” y, como director de coro, se ordenan en concierto. Y no sólo las de Zapotlán sino también algunas del Sur de Jalisco y más. O como la señaló una vez Arreola: “Es una vox populi”.

Voces de otros lares. A manera de ejemplo
“Me defino como un occidental, porque soy heredero de las culturas occidentales que se reúnen en el crisol de Europa”, le confió Arreola a Fernando del Paso. Y en La feria lo demuestra. Desde los Evangelios Apócrifos hasta San Rodrigo Aguilar Alemán están insertos, digamos, sus voces y ecos en la novela, junto con frases y hasta fragmentos de la cultura occidental, y más lejos. De los Evangelios Gnósticos: “… levanta la piedra y allí me encontrarás, hiende el leño y yo estoy allí”. Proviene del Evangelio copto de Tomás, encontrado en 1945 en Egipto; o de la “La historia de José el carpintero”. De Los Evangelios Apócrifos, transcribe Arreola: “Había un hombre llamado José, oriundo de Belén, esa villa judía que es la ciudad del rey David…”.

Y qué decir de los versos de Shelley, que se sienten tan propios: “Y pues llegas, lucero de la tarde, / tu trono alado ocupa entre nosotros…”. Del Libro del buen amor, llega su eco, diluido, cuando los hombres andan “vueltos locos” porque llegaron las “nuevas de Tamazula”. A lo que Laurita, oriunda de aquel pueblo, contesta: “—Lo que pasa es que todas aquí son unas moscas muertas, unas viejas troyas…”. Sí, troyas, por celestinas viejas, antiguas; escribe el Arcipreste: “No hay tales maestras como estas viejas troyas”.

En La feria se incluye la décima “En hambre, peste, temblores”, publicada en la “décima” de la festividad josefina escrita por el canónigo Antonio Ochoa Mendoza, año de 1944. Tiempo después, 1948, el autor de la décima la incluyó en su libro: Recuerdos de la tierruca. 

Dos versos del soneto “La heroica villa”, nos llevan a San Rodrigo Aguilar Alemán, oriundo de Sayula, Jalisco. “Al pie de una escarpada azul montaña, / yace Tlamazolán, la hermosa villa”. El encuentro de Juan José con el soneto era, puede decirse, inevitable. La razón: Librado Arreola, tío por el lado paterno, fue párroco de Tamazula por más de treinta años. Recuerda el autor de La feria en el libro Apuntes de Arreola en Zapotlán: “Yo declamé en el presbiterio de la parroquia de Tamazula La suave patria. También lo declamé en el púlpito; mi tío el señor cura Librado Arreola les decía a los fieles: ‘…está aquí de visita un sobrino mío. Ven Juancho, declámales Los motivos del lobo”.

El soneto en comento fue publicado en la décima de la festividad de la Virgen del Sagrario de Tamazula, en 1923. El 30 de enero de 1944, se publicó el poema en el periódico El Occidental de Guadalajara. Arreola era el jefe de circulación de ese periódico desde 1943. Por cierto, en la primera edición de La feria, los dos versos se escriben dentro del párrafo y ya en la edición de 1980 (1981, sexta reimpresión) aparecen los versos separados.

Es bastante comentada la presencia de la Biblia en La feria, se cita a manera de ejemplo: “Ha caído, ha caído Babilonia, aquella grande ciudad…”, proviene del libro del Apocalipsis, versión de Reyna Valera.

A investigar queda, entre otros puntos, el poema “El Cristo de Temaca” del padre Placencia, publicado en El libro de Dios en 1924. Arreola sostiene haberlo aprendido de memoria en 1921. ¿Se publicó el poema en una revista o periódico? Agustín Yáñez sostenía haber leído poemas del padre Placencia en “los periódicos que llegaban a casa”. Un dato, como se dice en el Sur de Jalisco, para averiguar.

Clemente Orozco, otro zapotlense, pintó El hombre de fuego en el ahora Centro Cultural Cabañas: la purificación del hombre, por el fuego, en su continuo ascender como ser humano. Arreola, desde Zapotlán, recoge el lenguaje popular, lo ordena y como director de orquesta toma la batuta y presenta su obertura: La feria: Zapotlán en concierto.

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