La estridencia del vacío

572

El Laboratorio de Arte Variedades LARVA presenta durante los fines de semana de julio Cactácea, una creación del dramaturgo y director escénico Alberto Villarreal, con la que curiosamente la compañía de títeres Luna Morena decidió celebrar su quince aniversario.  La dramaturgia fue comisionada por The Royal Court Theatre a Villarreal, quien buscaba hablar de la identidad a través de las tecnologías de la información, directamente internet, asunto al que añadió la metáfora de los carnosos y desérticos vegetales que habitan gran parte de nuestro territorio.

Bajo su dirección, los actores Andrés David, Lorena Ricaño, Carolina Ramos, Fátima Ramírez, Daniel Macías y Oz Jiménez, acompañados de medio centenar de creadores y técnicos, participan del que considero un ruidoso ejercicio de ocupación del espacio.

Horror vacui vs acumulación compulsiva
El pensamiento antiguo desarrolló con interés el tema del espacio. La existencia del vacío así como el papel del azar en el movimiento y sus consecuentes leyes físicas fueron asuntos cuyo debate se manifestó de muy diversas maneras, una de ellas a través del arte. El llamado horror vacui, expresión latina que significa literalmente el miedo al vacío, se ha empleado históricamente para describir la imposibilidad de dejar un vacío en una pieza. Y al parecer Villarreal encontró en las enormes dimensiones del LARVA y su estética industrial, una provocación a la que respondió compulsivamente y, para su fortuna, contó con generosos mecenas. Cactácea ofrece al espectador una atmósfera agobiante y desordenada, que a diferencia de los embaldosados geométricos árabes o de los saturados salones victorianos, aquí priva la lógica del acumulador irredento, cuya pulsión le hace ver utilidad en cada trebejo o dispositivo motorizado que haga saltar la mirada del espectador a través de un espacio estridente, arbitrariamente construido y en donde todo cabe y poco significa.

La superficie del foro semeja un mapa turístico de los que sudorosos vendedores reparten en el malecón de cualquier playa. Con absurdas y desproporcionadas caricaturas se resaltan las atracciones que más aportaron a la edición de esa cartografía mercantil para que el turista, convertido en cazador de imágenes, pueda saciar su necesidad de autopromoción y consumo. En Cactácea el mapa lo dibujan un carrito de feria con forma de gusano, una camioneta manejada por un policía, una revolvedora de cemento —sin cemento—, un andamio que soporta a La Dolorosa que gime una canción de Juan Gabriel, mientras abajo dos monaguillos prófugos de “La carabina de Ambrosio”, enmarcan a un Cristo patinador, y una verborréica yonqui, incapaz de fumar, se frota la entrepierna en busca del testículo-ojo de la cactácea. Todo esto convive atropelladamente con el ruido de motores, bizarras proyecciones del sitio Sentimental Corp, un jet ski y sí, un dron que sobrevuela nuestras cabezas y todos los trastos dispersos para cubrir el único hueco que creyó ver Villarreal. Ah, también hay títeres, que como el resto de lo que se utiliza en esta colmada pieza, entre todo también se vuelven nada. El arte del siglo XX nos enseñó que los iconos religiosos, la luz y el ruido son la receta fácil para la creación de postales, de esas que cazan turistas del todo incluido.     

Villarreal es sin duda un creador sólido que supo aplicar el rechazo a los espacios vacíos también a la producción, pues de forma estratégica encontró las oportunidades y recursos que consideró desaprovechados. Con Cactácea, Villarreal intenta la ocupación performática de ese vacío.

Algunos proyectos construyen apuestas que corren riesgos, otros, solamente le tienen miedo al vacío.

Artículo anteriorTecnología y educación: hacia un mismo fin
Artículo siguiente25 años Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz