La esperanza de Guerrero

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El camino natural para producir teatro en México, y en nuestra ciudad en particular, es bien conocido. Inicia concursando por un apoyo o beca para obtener el capital-ancla con el cual financiar la producción; si el proyecto se considera dentro de los criterios institucionales, podría resultar beneficiado; de ser así, el apoyo incluye que al menos la función de estreno ocurra en alguno de los foros dependientes de la institución que aporta el apoyo. ¿Qué sigue?: enviar la carpeta del montaje a las Muestras Estatal y Nacional para conseguir mayor visibilidad y legitimación ante el gremio. Entre los dos últimos pasos, hay que señalar que nuevamente se ha de iniciar el ciclo con un nuevo proyecto. Esta dinámica resulta desgastante y, en muchos sentidos, limita la creación.

Teófilo Guerrero es un activo dramaturgo, director y actor. Caracterizado por su espíritu crítico, Guerrero ha decidido alterar sensiblemente esta fórmula tradicional con la intención de modificar también los resultados. Su primera variable estriba en volver al corazón de la escena: el actor. Al hacerlo, altera la estrategia de producción, ya que al privilegiar la figura del ejecutante reduce al mínimo los elementos participantes, incluyendo, lógicamente, los costos. Guerrero llama “artesanal” a la que ahora es su ruta de trabajo, cuyo primer resultado es La Esperanza, una obra de su autoría que también dirige y presentará en una única función el próximo 9 de julio en Foro Periplo.

Para Guerrero salir del circuito institucional de las becas tiene un aspecto liberador que desea explorar al máximo: “Deseo probar cómo sucede el teatro fuera de ese campo y también fuera de los foros oficiales. A eso le llamo artesanal, contamos con el mínimo de producción y nos hemos centrado en el trabajo de Adriana Mejía y Monserrat Barrón, las dos actrices, en un proceso que ha resultado largo. Seguimos el principio de que menos es más, con el que si bien ya había trabajado, ahora lo hago ensayando un modelo. Queremos romper con el esquema de temporadas porque creemos que ya no funciona, es más una tendencia inercial que luego de presentar la obra en sociedad sigue una sola línea de circulación que deriva en la Muestra Estatal”.

Este modelo, de acuerdo con el creador, no sólo altera el sistema económico de creación y circulación del trabajo, sino que además permite desarrollar de otra manera nuestras propias historias: “Necesitamos contar lo que somos, hablar más de nosotros, no de los otros a través nuestro, por ello también apostamos a otro tipo de espacios como casas, bodegas, lugares más íntimos, no en el sentido de su disposición, sino en el sentido comunitario”.

La Esperanza de Guerrero es una llaga negra en el corazón, así la describen los dos personajes que como tantas mujeres en los poblados de Jalisco y de México, siguen esperando al hombre que la migración se llevó al Norte. Son dos Penélopes que encerradas en su propio paisaje rural, intentan escapar del recuerdo, de esa condición dolorosa que posee la esperanza. Quien se queda vive las tragedias de la vida cotidiana y soporta una soledad, que para las mujeres en esas comunidades pesa aún más. El tiempo pasa tranquilo y quedo, como la muerte que, ellas saben, se queda sentadita a nuestro lado hasta el juicio final.

¿Dónde están ellos? Cualquier respuesta lastima, ya sea que hayan muerto en el camino, secuestrados y torturados por los tratantes de personas; quizá lograron pasar o se quedaron ahí, en el desierto; tal vez no dan noticias porque ya tienen otra mujer y familia. En cualquier caso, ellas esperan.

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