La corrección no es pecado

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La corrección de un texto es íntima de la escritura misma. Es la escritura y posterior a ella, permite precisar el pensamiento en lo escrito. Lope de Vega, en La Dorotea (1632), presenta, desde aquellos ayeres, un resumen perfecto sobre este proceso, desde el origen de la escritura (que es la lectura), pasando por la corrección y la presentación final del texto: “¿Cómo compones? Leyendo,/ y lo que leo imitando,/ y lo que imito escribiendo,/ y lo que escribo borrando,/ de lo borrado escogiendo…”.

Leer y escribir son las dos enseñanzas fundamentales que se deben formar desde la primaria hasta la universidad. Sostiene con respecto a la segunda Federico Campbell: “…la razón de ser de todas las universidades es una sola: enseñar a escribir. Estúdiese lo que se estudie, ingeniería, arquitectura, medicina, derecho, literatura, neurofisiología, física nuclear, ciencias químicas, a lo que se va a la universidad es a aprender a escribir”.

Lo versificado por Lope de Vega sigue vigente. La escritura (y la lectura) deben ser actividades cotidianas, plenas en experiencias. Escribe Delia Lerner: “Lo necesario es hacer de la escuela un ámbito donde lectura y escritura sean prácticas vivas y vitales, donde leer y escribir sean instrumentos poderosos que permitan repensar el mundo y reorganizar el propio pensamiento, donde interpretar y producir textos sean derechos que es legítimo ejercer y responsabilidades que es necesario asumir”. 

Los escritores de creación son los que tienen más clara la importancia de la corrección. Se atribuye la siguiente sentencia a dos escritores mexicanos; unos a Rulfo, otros a don Alfonso Reyes, y que dice, palabras más palabras menos: “Escribo con la parte alta del lápiz, con el borrador”.

Para Flaubert la corrección era un sufrimiento. En su correspondencia sobre Madame Bovary, revela algunos puntos de lo que es para él la corrección : “Llevo siete días en estas correcciones, tengo los nervios de punta, me apresuro y habría que hacer esto lentamente; descubrir en todas las frases palabras que cambiar, consonancias que eliminar, etcétera, es un trabajo árido, largo y, en el fondo, humillante. Aquí es donde nos llegan las buenas pequeñas modificaciones interiores”.

Juan José Arreola, festivo, narra en su novela La feria un caso de corrección:

—Me acuso padre de que en la imprenta donde trabajo también hacemos el periódico de don Terencio.

—Bueno, de eso tú no tienes la culpa.

—No, pero en el último número van a salir unos versos de un militar.

—Dímelos.

—A ver si me acuerdo: Vade retro, bandidos de sotana/ engendros de Loyola y Satanás…

—¡Qué atrocidad!

—Y cuando iban a meter a la prensa ese pliego, vi que decía enjendros con jota y yo le puse la ge. ¿Es pecado?

—No… no es pecado…

   

La corrección comprende, se citan tres puntos importantes, desde la utilización de la gramática hasta la precisión de datos escritos, pasando por la eliminación de erratas. Baste recordar, en el caso de precisión de datos, lo ocurrido en los libros de Texto Gratuito de la SEP en el año de 2014. La historiadora Patricia Galeana señaló: “Hay errores hasta de fechas, de nombres, en los que se dan datos que están equivocados. Por ejemplo, dice en algún libro que Benito Juárez fue presidente en 1855 y pues no, no era presidente en 1855, sino en 1858. Luego dice que Madero fue el que continuó en la presidencia después de Porfirio Díaz y no es así, fue primero Francisco León de la Barra, hubo un interinato entre Díaz y Madero…”.

Existen correcciones famosas y caras. Una son las pruebas de imprenta de Cien años de soledad. García Márquez no sólo corrigió los teclazos sino también algunos párrafos o palabras. El vendedor de las pruebas las puso en subasta por un millón de dólares. Aún las tiene en su poder.  

El proceso de corrección se ejerce en distintos tiempos. Unos escritores van corrigiendo conforme avanza la escritura. Francisco Ayala es uno de ellos: “Las correcciones para mí consisten en ir cambiando cada fórmula, cada frase, hasta que la encuentro completamente satisfactoria en relación con lo que me propongo expresar en ella. No escribo yo de un tirón como suelen hacer muchos, para luego introducir correcciones y nuevas correcciones;…”

Vicente Leñero hace las correcciones al final de lo escrito y la compara con el proceso creativo de la escultura. Se le preguntó: ¿Cuál etapa le gusta más de la creación? Y contestó: “La corrección. Uno es escritor cuando corrige, cuando se empieza a construir sobre el borrador que se ha diseñado, acumulando la historia como se va a contar. Yo siento que este trabajo es como el del escultor que mete a su taller una gran piedra. El primer trabajo de desgrosar es una lata, un trabajo pesadísimo; lo hermoso es cuando empieza a darle forma, a pulir, a encontrar los huecos. El trabajo de desgrosar un texto, que es lo primero, es un fastidio. Uno se siente escritor y a veces hasta se emociona —pero muy pocas veces—, puliendo.” Augusto Monterroso contundente, sostuvo: “Yo no escribo; yo sólo corrijo”.  

Siempre polémico, Salvador Novo le contestó a Emmanuel Carballo a la pregunta sobre las correcciones: “Nunca en mi vida he corregido, ni tachado, ni reescrito nada. Cuando la frase sale, ya salió: más que la puericultura creo en la eugenesia. Prefiero concebir bien a mis niños y parirlos adecuadamente, a ponerles aparatos ortopédicos”.

Si se exceptúa lo dicho por Novo, los demás escritores se puede sostener que coinciden con Lope: “…quien no piensa no borra”.

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