La basura gana terreno

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A lo lejos, el cerro Picachos, sin árboles, se ve cubierto en parte por un manto gris y a ratos brilloso. Por la vereda que va desde la carretera a Colotlán, hay pistas de lo que más adelante se verá: un zapato roto por aquí, un CD rayado, una bolsa con alimentos podridos. Desde los pies de la colina, cercana a la barranca del río Santiago, se asoma un montículo de plásticos, envases de leche, baterías, computadoras, electrodomésticos. Y junto a ese montón, de casi 80 metros de altura, otro, otro y otro más. 

De ese lugar ya queda poco de natural: a diario es cubierto con las dos toneladas y media de basura que llegan de los rellenos sanitarios que ahí arrojan desde hace ocho años: el de Picachos, administrado por el ayuntamiento de Zapopan, y el Hasars, concesionado por este municipio a la empresa privada del mismo nombre.

Carretones van y vienen para traer la basura generada en la ex Villa Maicera, pero también desde Tlaquepaque, y empresas particulares en diversos puntos de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG) que han contratado el servicio.

No sólo el área autorizada como tiradero está invadida de residuos. Los habitantes de los pueblos cercanos a la barranca advierten que Hasars descarga basura de forma irregular en la ladera norte del cerro Picachos, poco visible desde la entrada principal.

De abril a la fecha, el vertido ilegal secó al menos 30 de los robles que pueblan ese sitio, además de contaminar uno de los ríos que lo atraviesan, dice Alejandro Mercado, habitante del poblado de Huaxtla, a unos ocho kilómetros de Picachos.

Hasta ese punto de la colina llegan decenas de camiones recolectores de basura. El terreno que antes era ocupado por frondosos árboles, ahora es un claro de tierra con montones de desechos.

Por su lejanía de los centro habitados, pocos se dan cuenta de lo que ahí sucede. El ayuntamiento, hasta ahora, no dice nada sobre el tema, pese a que el vertido ilegal es realizado cerca del relleno sanitario que ellos administran, asegura Mercado.

“Si lo están haciendo por la parte posterior del sitio de disposición final, es porque se quiere ocultar, o que no esté tan a la vista. Antes la descarga era por el frente, la parte que comparten con Picachos. Ahora lo hacen por la parte posterior y están afectando a cauces subsidiarios del arroyo grande de Milpillas, y sus descargas son a todas luces irregulares”, afirma Gerardo Bernache, académico del CIESAS occidente y especialista en el tema desde hace más de una década.

El académico forma parte de un grupo de especialistas de la UdeG y el CIESAS occidente que, a petición de los habitantes de los pueblos de la barranca, realizan mapas para identificar la magnitud de la contaminación y estudios que documenten de manera científica el impacto social y de salud que causan los rellenos sanitarios en ese territorio.

Desde hace casi una década los pobladores de Huaxtla, Milpillas, San Lorenzo, Ixcatán y otras poblaciones han señalado a Pichachos y Hasars como responsables del deficiente manejo de los jugos que genera la basura, conocidos como lixiviados, y que contaminan cuatro riachuelos que se unen al arroyo grande Milpillas.

La descomposición de los productos orgánicos, los plásticos y los dispositivos electrónicos que llegan hasta este sitio, genera líquidos que contienen cianuro, arsénico, plomo, cadmio, cromo y otras sustancias que se filtran al subsuelo y, con las lluvias, llegan hasta los cuerpos de agua cercanos.

Los habitantes sospechan que Hasars recibe también residuos tóxicos y peligrosos provenientes de hospitales, aunque no han podido comprobarlo, pues la empresa no les permite el acceso al sitio de disposición final de los desechos, afirma Mercado. El dueño tramitó un amparo judicial para evitar que ninguna persona ajena —ni el ayuntamiento— pueda entrar.

Los metales pesados de los lixiviados, más los desechos de empresas dedicadas a la porcicultura que llegan al agua, amenazan la salud de las personas, la subsistencia de los animales y los cultivos de la zona, afirma el académico de la UdeG, Jorge Regalado.

Aunque la gente dejó de tomar agua directamente del arroyo Milpillas, algunas reses beben ahí, y el agua es utilizada para la producción de legumbres o frutales que venden dentro y fuera de esos pueblos.

Los animales enferman cada vez más, los arboles de mango no son productivos como antes y la gente percibe olores que antes no eran comunes. En los últimos tres años el problema creció de manera exponencial, advierte Regalado.

Al balneario de Milpillas, que tomaba las aguas del arroyo del mismo nombre, ya no va nadie, asevera Alfredo Tejeda, quien vive a unos dos kilómetros de Picachos. Temen que suceda lo mismo con el balneario de aguas termales de Huaxtla.

Desde su nacimiento, a unos metros del relleno sanitario, el arroyo Milpillas viene teñido de negro por la mezcla de contaminantes. Una evidencia que no ha sido suficiente para los representantes de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial, ni para la Procuraduría de Protección al Ambiente estatal y federal, que han visitado el lugar.

“Ellos dicen que es normal que salga negra y revolcada, por el agua de lluvia”, afirma sarcásticamente Mercado, quien visita con frecuencia el tiradero de Picachos y monitorea los arroyos para dejar constancia que ninguna autoridad ha hecho nada por evitar esa contaminación.

Incluso los estudios que efectúa la Comisión Estatal del Agua (CEA) de manera periódica revelan la presencia de cadmio y otras sustancias cancerígenas, asegura Regalado.

“Nuestra hipótesis es que son los lixiviados que por infiltración van bajando y llegan al Milpillas, tributario del río Santiago. La CEA tiene identificada la presencia del cadmio, que es uno de los principales metales que producen cáncer, y con eso ya hay prueba suficiente para actuar”.

Por presión de los pobladores, el ayuntamiento zapopano instaló en 2012 una planta de tratamiento de los lixiviados en Picachos. Sin embargo, ésta no funciona las 24 horas y, por lo tanto, no está tratando los millones de litros que emana este relleno sanitario.

“Hemos hecho visitas y nos han comentado que la planta trabaja nada más ocho horas. Hay casos en que la planta está parada por alguna falla y la tienen en reparación o a veces no tienen insumos para hacer el proceso de operación”, explica Mercado.

Las tinas de oxidación que instaló Picachos al aire libre para almacenar los lixiviados, sirven de poco, pues están casi a tope y se desbordan con las primeras lluvias.

Hasars bombea los lixiviados para llevarlos a las partes altas de las montañas de basura y regarlas mediante aspersores. El problema es que, con el viento, las gotas se expanden hacia las casas cercanas y en tiempo de sequía los metales se quedan en el polvo y la tierra que respiran los pobladores, dice Alfredo Tejeda.

En opinión de Gerardo Bernache, aunque hay esfuerzos por aminorar la contaminación desde ambos rellenos sanitarios, lo cierto es que los lixiviados se producen de manera excesiva y “no hay un buen control de ‘avenidas’ de agua o del ingreso de humedad al sitio”, y por lo tanto sigue habiendo “un gran problema que no se va a resolver en seis meses, sino en varios años”.

Los académicos afirman que parte de este problema tiene que ver con la elevada cantidad de basura que producimos los habitantes de la ZMG y la poca cultura de reutilización y reciclado.

“Hemos producido un modelo de sociedad altamente consumista, pero no nos hacemos cargo de los desechos. Toda la basura que ponemos en una bolsita y la dejamos en la calle y luego pasa el camión recolector, así como la ponemos nosotros, así la ponen en los basureros, sin ningún tratamiento. Mientras esté fuera de nuestra vista, está bien”, declara Regalado.

Bernache es contundente al advertir que las consecuencias de la contaminación por lixiviados llegarán, tarde o temprano, a quienes viven a muchos kilómetros de esos rellenos sanitarios: “Si una vaca abreva regularmente de los lixiviados y después la sacrifican para venderla como carne, la carne puede quedar allá, en alguno de los pueblos, pero también la pueden traer acá, vender ese animal al rastro y terminar en nuestra mesa. No todos lo que se produce ahí es consumido ahí, sino que también lo consumimos en la ZMG”.

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