La academia como la civilización comienza con el diálogo

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Vivimos uno de esos raros momentos en que una nueva configuración de la realidad recorre el mundo. Lo cual quiere decir que un contingente de jóvenes adolescentes y no adolescentes, mujeres y hombres diferentes, lucha por un siglo XXI mejor. Es la generación del cambio. Una generación que tiene la particularidad de estar formada por personas de diversas latitudes, momentos históricos, banderas y convicciones políticas. Una generación construida con fragmentos de otras generaciones. Obviamente, una generación en dificultades, porque carga sobre los hombros el imperativo de realizar y consolidar una ruptura capaz de asegurar esencia y existencia, identidad y futuro. Memoria y supervivencia. Una tarea que, si bien rebasa los márgenes estrechos de los intereses particulares o colectivos, funda su éxito en la madurez cívica de las organizaciones y de la sociedad en su conjunto.

Un cambio urgente ante las condiciones de inseguridad y desconfianza, cuya magnitud está dada por el complejo contexto en que se desenvuelven todas las sociedades y culturas del planeta, y nuestro país no es una excepción: la más profunda (tal vez) ruptura civilizacional de todos los tiempos. Porque con las presentes generaciones nacidas en la digitalización ha de concluir el pasado. Porque hay una edad que ha terminado.

En nuestro espacio universitario, nos encontramos ocupados y preocupados por avanzar con el Sistema Nacional del Bachillerato, con la finalidad de operar con calidad y eficiencia un proyecto pensado y reflexionado a corto y mediano plazo, más allá de la rebanada sexenal, introduciendo junto al factor del cambio el de la continuidad en la vida histórica de la Universidad de Guadalajara. Proyecto que requiere nuevos sujetos: pensantes, críticos, creativos, con iniciativa, en fin, armados de competencias, capaces de pensar por sí mismos, autónomos. De tal manera que, de conformidad con las necesidades e intereses profesionales, nuestras actividades han de poner el dedo en la llaga: la prioridad en el trabajo colegiado.

Vivir, trabajar y tratar de constituir un espacio académico en el que se viva la profesionalidad, con más autenticidad y afecto y menos agobiados por la rutina, el conformismo y la sumisión, no es una tarea sencilla. Pero es un desafío fascinante. En todo caso es un hecho que obliga a generar respuestas complejas y diversas.

En este contexto, sin duda, analizar la formación docente como práctica social, en sus vertientes de menor visibilidad, más difíciles de objetivar, es un proyecto tan fecundo como complejo. Transformarla implica incluir, por ejemplo, la biografía escolar de los profesores, la dimensión formativa de la experiencia, el conjunto de representaciones, valores y creencias que configuran el modo de pensar y actuar la enseñanza. Ello implica un trabajo académico de calidad, reflexionado, planeado y organizado colectivamente.

Frente a la multitud de problemas que el país tiene, de explicaciones insuficientes en nuestra patria y de cuya facilidad hay razones para desconfiar, nos inclinamos a la prudencia de alguien que no recuerdo su nombre, cuando decía que “en principio no podía haber una respuesta sencilla o final a ningún problema humano: que si una pregunta era seria y, de hecho angustiosa, la respuesta nunca podría ser clara y nítida; ante todo, nunca coincidir en algún juego simétrico de conclusiones sacadas por medios deductivos de una colección de axiomas”.

Si en verdad nuestro país y nuestros compañeros universitarios,  y en especial en el SEMS, queremos afianzar nuestro proyecto académico, tendremos que aprender a liberarnos de cierta visión del futuro operando en el presente con la dirección racional más actualizada e innovadora y que aún hoy padece las trabas, el enclaustramiento de un pensar tradicional que impide el desarrollo constante. Hay que decir que una concepción que invoca el  porvenir sin hacerlo en el presente, no es más que una trampa que aprisiona a la conciencia de nuestros  profesores. Por lo tanto, es una valoración del tiempo verdaderamente estéril.

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