La Preparatoria en la sociedad del conocimiento

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Las notas sólo dicen si una alumna(o) aprueba o suspende, no hablan de lo más importante: su actitud. 

Claudia Romero

Estudios documentan que más del 90 por ciento de los alumnos comete faltas de acentuación y dos terceras partes no aciertan nunca con las haches. Para mayor desazón, un aproximado de 70 por ciento de los profesores confiesa no haber recibido una formación pedagógica adecuada para remediar las cosas. Ante este panorama la Secretaria de Educación Pública hace el mentís y declara que eso no es un desastre.

En el Sistema de Educación Media Superior (SEMS) están contempladas y se implementan acciones múltiples para resolver esa problemática que atañe a toda la educación en el país. Hay que decir, después de leer esas informaciones, que no estamos metidos en un desastre, que no hace agua la educación en las preparatorias. Podría efectivamente ser mejor el panorama, desde luego. Pero no existe ni se advierte un aire oficial de complacencia, conformismo o resignación ante ello.

Sin lugar a dudas, con estas informaciones que circulan en diferentes investigaciones se tiene que trabajar, y el propósito es revertir esos datos duros que presentan,

Todo el mundo, sin embargo, conoce el deterioro de la educación básica, la desmoralización de maestros y discípulos, el poco afán dentro de las aulas y que, subiendo por la escalera formativa, repercute en la enseñanza superior. Estos datos  ponen a pensar a cualquiera que se dedica a la tarea de la educación, es un llamado de atención que se requiere analizar en sus diferentes matices: se tiene una gran tarea a realizar ante esta realdad, una decisiva contribución para mejorar el proceso educativo. En los aspectos socioculturales, económicos, pedagógicos, administrativos.

En los pocos avances que se han logrado en las conquistas de libertades y una serie de reformas generales en el campo educativo, se observa que se han deslizado hacia la permisibilidad y de ahí al abandonismo. Un abandonismo que se trasluce en la despreocupación por la ortografía, la lectura, la escritura, se multiplica en la menguada exigencia por las cosas bien hechas.

Y hay que señalarlo: el entorno es favorable. Vivir en esta ciudad es cada vez más complejo, más inseguro, menos educativo; sea por el diseño de los trágicos mobiliarios urbanos, la intensificación del tráfico, el estrés que aumenta aceleradamente, la cultura política desfasada de la modernidad. La angustia por mejores condiciones ambientales. La asechanza no cesa.

La enseñanza, la educación, tiene que ver con todo esto. Doblemente. Por una parte, a quien se le enseña de la forma adecuada no aprende a distinguir lo que está mal de lo que está bien. Por otra, de quien recibe un título de profesional sin eficiencia podrá esperarse todo. Y temerlo todo.

Una expresión oral o escrita desmañada, una persona mal instruida, componen un ser para la infelicidad y, finalmente, un ciudadano que no contribuye al desarrollo de su entorno y de su ciudad; y convierte al fin, para el desastre de todos, la lógica del progreso en la lógica de lo peor.

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