Juan Villoro

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Nada como la sensación de encontrarse entre las páginas, en este caso, de un periódico español que cubre el festival de Cannes, donde Borja Hermoso describe el gran “circo del cine”. Entre otras cosas, habla de una reportera que llega emocionada a una suite del Carlton porque ha conseguido 15 minutos a solas con Cate Blanchett. Pero la estrella ha tenido que marcharse, conque sólo le queda llamarla por teléfono. Borja satiriza: “¿entrevista?”.
Tres días antes, en Guadalajara, otra reportera llega emocionada al ITESO porque ha conseguido 15 minutos a solas con Juan Villoro, pero antes el escritor dará una charla como parte de Infolectura, un programa de fomento a la lectura que patrocinan El Informador, CONACULTA, la Secretaría de Educación de Jalisco, la Universidad Panamericana y el propio ITESO, entre otros.
El invitado llega con 40 minutos de retraso. La concurrencia lo recibe plácida. La reportera se pregunta si aún podrá tener sus 15 minutos. Comienza la charla, dirigida por un estudiante que le hace preguntas al ganador de los premios Xavier Villaurrutia, Casa de las Américas y Antonin Artaud de cuento, Herralde de novela y Rey de España de periodismo, como se le presenta previamente.
Pero más que preguntas, hay cuñas que impulsan el discurso ameno, agudo y lleno de anécdotas de Juan Villoro: la de sus fábulas exageradas que trataban de explicar a sus compañeros y profesores del colegio alemán los misterios de su nuevo país, para demostrar cómo descubrió la fascinación y el poder de la ficción; o la de las entrevistas que ha padecido con reporteros que no han leído sus libros y que entre menos saben de él, más abiertas hacen sus preguntas, como un involuntario mensaje a la reportera, que ya preparaba su confesión: Sólo he leído Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán.
También le digo que según Adolfo Castañón, el peor de los defectos es la prisa. Lo hago para traer algo de calma al cubículo donde nos acompaña el director de Infolectura y nuestro fotógrafo, disparando desde todos los ángulos posibles. No funciona: a esas horas Villoro debería estar en otro lugar. No pierdo más tiempo en generar empatía, hay lo que hay: 15 minutos.
Usted da clases en la UNAM, pero se formó en colegios privados. ¿Qué opinión le merece esta dicotomía, de la educación pública y privada?
Bueno, yo estudié la carrera [Sociología] en la Universidad Autónoma de México, que es pública. También estoy muy vinculado con la Universidad Veracruzana y con la Autónoma de Nuevo León. Básicamente todo el trabajo que hago en México tiene que ver con instituciones públicas.
Creo que la salvación de México está en la educación pública, por el hecho decisivo de que es la mayoritaria. Eso lo he dicho muchísimas veces. No podemos tener élites desvinculadas de lo que pasa en el país. Lugares como la UNAM permiten que la sociedad se filtre a la educación, porque es muy importante también la formación paralela que se da afuera de las aulas: la de tertulia, convivencia, discusión y politización, porque las universidades son laboratorios sociales.

Sobre el reportaje con el que ganó el premio Rey de España, “La alfombra roja, el imperio del narcotráfico”, ¿cómo confluyen sus profesiones para hacer esta panorámica, y cómo se contrapone este trabajo con otros de investigación a profundidad?
Yo no creo que se contrapongan, creo que se complementan. Hay muchas maneras de explicar la realidad y quién tiene razón, ¿un historiador?, ¿un antropólogo?, ¿un periodista?, ¿un teólogo?, ¿un artista?, este texto fue escrito para un medio extranjero [El periódico de Catalunya], que no comprende la situación de México. El objetivo panorámico tiene que ver con rescatar investigaciones de campo como las de Rossana Reguillo, Luis Astorga, Diego Enrique Osorno, Julio Scherer, y desde otros campos como Élmer Mendoza en la novela y Rosa María Robles en el arte, que es por una de sus piezas que surge la idea de este reportaje.
Mi papel es justamente el de articular discursos que no se han unido, como testigo cultural: están los datos de cuánta gente ha muerto, cuántos decapitados, pero ¿qué significa eso?, ¿cuál es su interpretación desde la crónica, o como subcultura del narco?, yo sostengo que una subcultura es una normalidad paralela a la legalidad, es decir, que siendo ilegal puede ser “normal”. Esto parece una contradicción, pero hoy en día se puede vivir así aunque no seas narcotraficante tú mismo, sino formado parte de una de estas familias, como en el caso de Sandra ívila.

A propósito, en su reportaje nombra a Sandra ívila “consorte de la ilegalidad” y líneas más abajo la cita diciendo que lo único que lamenta es no haber sido hombre para tener más protagonismo. Pero este epíteto ¿no es en sí mismo machista?
Por el contrario, da la impresión por su trayectoria que ella ha sido víctima del machismo mexicano que ha imperado en los medios, porque una mujer guapa es un platillo más apetitoso para un presidente con crisis de legitimidad. Lo que yo digo claramente es que ella tiene como culpa haber crecido en un entorno donde estuvo siempre cercana al narcotráfico sin ser necesariamente la ejecutora de eso. Y lo ve como un anhelo porque en ese medio el narco es el éxito. Llamarla “consorte” y no protagonista es darle el beneficio de la duda, es la válvula de seguridad que ella tiene, así que no creo que eso sea machista: para ella es la diferencia entre la cárcel y la libertad.

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