Juan Rulfo y el camino al Infierno

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A Gabriela, quien ahora lee a Rulfo en voz alta

Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.
Juan Rulfo

Hace treinta años que Juan Rulfo dejó el Paraíso terrenal para internarse cuesta abajo, no sabemos si hacia el Infierno, pero lo cierto es que con apenas dos libros desde hace varias décadas está en la constelación de los grandes escritores de orden universal, esa especie de cielo de letras y lenguaje al que Rulfo le agregó los murmullos.

Sus breves libros son esenciales y se diría que prácticamente perfectos. El llano en llamas (1953, cuentos) y Pedro Páramo (1955, novela) son de la mejor factura. Son un lujo exquisito que tan sólo al abrirse el lector se encuentra en un firmamento esencial y particular. Rulfo es de esos pocos escritores a los que, pese al posible sufrimiento de la “restricción”, le bastó una breve obra maestra y una serie de historias que nos narran la vida de los pobladores del Sur de Jalisco para convertirse en un autor enorme, fuerte y nada convencional.

El llano en llamas se entrelaza entre la literatura latinoamericana por mérito propio y, también, porque retoma las problemáticas humanas y sociales que por siglos han padecido los de abajo, la gente del pueblo. De una aparente sencillez, cada una de las dieciocho historias que componen El llano en llamas ofrece la oportunidad de descubrir la idiosincrasia del mexicano y se adentra en las problemáticas fundamentales de una gran mayoría de los mexicanos. Es este libro parte complementaria de los cuadernos de la historia nacional y sin su lectura no se comprendería completamente la vida social y política de nuestro país y, es claro, de Latinoamérica. De la aparente sencillez, digo, se va a lo complejo y en esas narraciones descubrimos todos los recursos narrativos de Rulfo, que no son pocos, sino, al contrario: es un compendio de formas y fondos que son de mucho provecho si se estudian de manera atenta. Sus recursos son amplios y se descubre que Juan Rulfo fue uno de los más grandes lectores de la literatura universal.

Bien estudiado, El llano en llamas es un abanico de formas narrativas que fueron su manera de acercarse a la maestría. Esa variedad de dieciocho narraciones, de enorme rigor formal y lingüístico, de factura compleja pero con una aparente sencillez, es la que le permitió —casi todos lo saben— la atmósfera, el tono, la coloratura para después escribir su novela Pedro Páramo.

En el cuento “Luvina” se halla la simiente de una de las más grandes y a la vez breves novelas de la lengua castellana. Ese cuento fue su ejercicio de viaje hacia el Infierno que es el pueblo de Comala. Podemos decir que “Luvina” es el antecedente de Comala, que Luvina es el pre-infierno, que lo que escuchó allí le dictó a Rulfo su novela.

Pedro Páramo, entonces, es la obra maestra que todo escritor busca toda su vida y a veces no la encuentra. Sin embargo, Rulfo la halló pronto. No sé si para bien o para mal, su Pedro Páramo le detuvo el torrente de escritura que todo escritor es. O tal vez Rulfo no quiso malbaratar su mejor obra con otros libros que hubieran sido —literalmente— simple literatura. Es decir: su Pedro Páramo no es solamente gran literatura sino un complejo universo creado porque no existía. No al menos en nuestra lengua, porque se ha dicho con razón que Pedro Páramo es una Divina Comedia. Que esa novela tiene su esencial influencia en la obra de Dante.

Complejo como ese entramado de historias, Pedro Páramo ofrece un compendio de todos los males de este mundo, incluido el amor. Porque esencialmente Pedro Páramo es una novela de amor y Susana San Juan es Beatrice, y Rulfo es nuestro Dante.

Es el camino al Infierno el que recorre Juan Preciado y su Caronte es Abundio, el Arriero. Un mal camino fue, en todo caso, el que recorrió Juan Preciado buscando a su padre, por una promesa que le hiciera a su madre en su lecho de muerte.

Si bien es cierto —como ya se ha dicho— que la novela de Rulfo es parte de esas obras que narran el retorno hacia el pasado, hacia la tierra primera, lo cierto es que en Rulfo se vuelve algo distinto, ya que Juan Preciado va hacia sus orígenes, hacia la tierra de su madre en busca de su padre, ese lugar es el mismísimo Infierno. ¿Y quién tiene como pueblo al Infierno? Comala —lo sabemos— es lugar donde todos están muertos. Lo único vivo son los murmullos. Es un lugar de espanto y horror como asimismo lo es el primer libro de La Divina Comedia de Dante Alighieri. Están, pues, el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso presentes en la novela de Rulfo.

Sin embargo son muy distintos a los presentados por Dante. Me atrevo a decir que Juan Preciado va al Infierno, que su madre, Doloritas, está en el Purgatorio y que la que va al Paraíso es Susana San Juan, pero Pedro Páramo es “un rencor vivo” y nunca va hacia ningún lado, sino que se desmorona significando a su nombre. Se hace piedras.

Hay en esta novela una cosa distinta a lo que hizo Dante. Y logra Rulfo una complejidad poética y narrativa muy grande. Hace, por otra parte, un largo recorrido por la historia nacional que va de mil novecientos diez (con la Revolución) a mil novecientos treinta (en las inmediaciones de la Cristiada). Esa circunstancia histórica hace de Pedro Páramo una novela histórica, pero no se queda allí, sino que va mucho más allá: Juan Rulfo en su novela trasciende el tiempo y lo comprime en aparente antojo, lo cual es —otra vez— aparente, porque no estoy muy seguro que él lo supiera al momento de concebir, de trazar, de escribir su obra. Lo que yo creo es que Pedro Páramo surgió de una enorme necesidad de contar una historia familiar. Una historia familiar, sí. Y en ese deseo de expulsar a sus demonios Rulfo se encontró con el Infierno, o quizás lo que había vivido junto a su familia en San Gabriel y los poblados próximos, durante la Revolución y la Cristiada, fue eso, el meritito infierno terrenal…

Juan Rulfo, luego de escribir sus únicos dos libros esenciales, hizo algunos guiones cinematográficos, quizás El gallo de oro sea el mejor, además de algunas cartas a Clara; realizó una serie de extraordinarias fotografías muy envidiables, en las que trató de encontrar los paisajes de esta tierra. Con ellas dibujó de alguna forma los espacios de El llano en llamas, pero estoy seguro de que deseaba encontrar el Infierno que vislumbró en su Pedro Páramo.

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