Joe Kubert y las alas de la «realidad»

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Dios no les da alas a los dibujantes de historietas, pero ellos las crean y las colocan, con menos grafito que entusiasmo artístico, en personajes que surcan el cielo y se enfrascan en batallas interminables contra las fuerzas del “mal” y, ¿por qué no?, del “bien”. Joe Kubert ha muerto y sus alas son las mismas que nacieron en los confines de su mente y se concretaron en el papel, aquellas que llevaron a Hawkman a salir de su natal Thanagar para exiliarse en el planeta Tierra y convertirse en uno de sus mejores, leales y más conocidos superhéroes. Joe Kubert ha muerto y deja una herencia vasta, colmada de personajes creados por él y otros a los que su lápiz, siempre joven, dio nuevos bríos. Joe Kubert ha muerto y con él termina una época entera del cómic estadunidense.
Nacido en 1926, en Polonia, Kubert llegó a Estados Unidos con dos meses de edad. Años después se convirtió no sólo en el más joven, sino en uno de los más brillantes autores de la llamada Edad de Oro del cómic, que comenzó en 1938 con la aparición de Superman, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster para el primer número de la revista Action Comics.
Los personajes de Joe Kubert (Sgt. Rock, Tor, Son of Sinbad, entre otros) son poco conocidos en México, pero por su lápiz pasaron prácticamente todos los héroes y superhéroes que pueblan las páginas de DC Comics, una de las dos grandes casas editoriales dedicadas al género en Estados Unidos. Batman, Superman, Flash, Hawkman, Wonder Woman y un largo etcétera fueron, en sus trazos, verdaderas muestras de arte narrativo.
El trabajo de Joe Kubert, hay que decirlo, no se quedó sólo en DC y llegó a colaborar, en reiteradas ocasiones, con Marvel Comics. Sus versiones de Conan, Captain America, Spider-Man y hasta Wolverine, asombran por su maestría y aparente sencillez. Un estilo que le valió ser reconocido, en numerosas ocasiones, con algunos de los más prestigiosos premios entregados al arte secuencial, incluido el Eisner Award por la serie Fax from Sarajevo. Y es que si bien la historieta de superhéroes le dio fama a Kubert entre el gran público, su verdadera habilidad desborda en aquellos títulos dedicados a los conflictos bélicos, un tema caro a su talento y sobre el cual siempre fijó una postura clara: la paz es el único camino para la humanidad.
Sgt. Rock, un soldado estadunidense inmerso en la Segunda Guerra Mundial, es quizá, junto con el salvaje Tor, uno de los personajes más cercanos a Kubert. A través de él propuso y manifestó una visión aguda, cruda y crítica de la guerra, en los primeros años sesenta del siglo pasado. Campos rociados en sangre, de los que florecían fusiles, las historias de Sgt. Rock fueron escritas por Robert Kanigher: ofuscadas inmersiones a la conciencia del personaje, un abultado sentimiento de culpa nacido a partir de la visión cruda de la muerte (es decir, del asesinato) y argumentos de notable ejecución, en los que realidad y fantasía se fundían en un todo a veces absurdo, que Kubert manejó con destreza y pasión en el papel.
Del dibujante fallecido el 12 de agosto pasado quedan no sólo las páginas y las portadas de las historietas, sino un legado artístico que continuará gracias a The Kubert School, un centro docente fundado por él y su esposa Muriel en 1976, que ha formado a docenas de generaciones de artistas en todo el mundo, gracias a sus cursos por correspondencia. De ahí egresaron, entre otros, dos de sus hijos, Andy y Adam, considerados hoy entre los más grandes ilustradores del cómic contemporáneo.
Joe Kubert ha muerto y con él se fue una era de la historieta. Pero no hay porqué abandonarse a las caras largas: Joe Kubert está ya en el Panteón de los inmortales del noveno arte, donde entre carcajadas y lápices agotados sostendrá conversaciones interminables con Jack Kirby, Joe Simon y Bill Finger, entre otros valientes de la historieta que, como él, creyeron en el alcance y la influencia de la pulpa de cómic sobre eso que algunos llaman “realidad”.

*Mariño González es escritor y periodista.

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