Hormigas en el cerebro

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Javier Zamora siente hormigas en la cabeza. Piojos no son. Ya lo revisó su madre, y nada. Más bien siente el cosquilleo adentro, en el cerebro. De vez en vez extiende su mano derecha, estira los dedos y se da ligeros golpes en el cráneo para derrocar a lo que provoca la picazón.
Sin duda algo está vivo allá arriba, porque el cosquilleo es constante. Ahora las uñas de Javier tienen como función defender su bienestar, porque las refriega contra su cuero cabelludo.
La relación entre su mano y el cabello es prolongada: ya se rasca o da golpecitos. Vive con su mano sobre la cabeza, como quien anduviera perdido por el mundo.
Una mañana llegó el temblor. “Empecé a sentir como si muchas hormigas me caminaran por la cabeza”. Todo su cuerpo sufrió una convulsión. Apenas tenía cuatro años.
Su padre recuerda que lo llevaron al centro de salud de El Grullo, donde aún viven, pero nada pudieron hacer por el niño. En Autlán acudieron a la clínica del IMSS, donde le realizaron muchos estudios, que tampoco “solucionaron nada”.
En este municipio cercano a la costa sur de Jalisco solo le proporcionaron medicamento: nada de alivio. Continuaron las convulsiones y la marcha de invisibles hormigas por su cabeza.
“Ahí nos pasó algo muy malo”, rememoró el papá del chico. “Estaba un doctor dándole su medicina al niño. No le quitaban los dolores, pero tampoco empeoraba. Luego empezó a ir con una doctora que prohibió el medicamento del otro. Pos decayó el niño. Empeoró. Lo tuvieron internado una semana, pero ¡la doctora estaba adivinando! Le subía la dosis, luego la bajaba o cambiaba de medicina”.
Pasó el tiempo. El niño Javier Zamora, hijo de Javier Zamora, comenzó a recibir atención de otro médico, ahora en Guadalajara: un pariente suyo trabajador del hospital civil. Lo visitaron y éste explicó a los peregrinos que necesitarían otros estudios “con tecnología más sofisticada”.
Tras los análisis apareció la fuente de las misteriosas hormigas: un tumor adherido al cerebro. Necesario operar.
Javier Zamora hijo trae envuelto el cráneo con vendas. Tiene la complexión de un niño que el común ve como ‘gordito’. Apenas un día antes le extirparon el tumor. Por costumbre lleva su mano derecha al área donde nacían las cosquillas. Su padre le quita la mano: “ya no te toques, hijo”.
Recupera sus energías en una cama del área de neurocirugía infantil. Durante los últimos 15 minutos el niño de la cama contigua no ha dejado de llorar y gritar. A Javier no le importa: se acabó un caldo de pollo, y va sobre el yogur. No durmió la última noche ni había comido desde hace 36 horas.
Javier Zamora, padre, dio “gracias a Dios” porque su niño salió bien de la cirugía. “Los doctores dicen que nomás le quedó una raicita del tumor, pero se la quitarán con medicina”.

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