Hacia los fundamentos de la cultura material

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    La cultura material ha sido desatendida por las ciencias y la filosofía, pero es innegable que la naturaleza y la sociedad son modificadas y comprendidas sobre la base de los objetos artificiales. Reflexionar sobre los fundamentos de la cultura material, que constituye nuestro entorno y nuestra naturaleza, fue el tema discutido durante el VI Banquete internacional de la filosofía.
    Entre los afanes intelectuales del hombre destacan la inquietud por comprender a la naturaleza y al hombre mismo. Estos son dos de los más inquietantes misterios a los que intentamos tener acceso a través de las ciencias naturales y las sociales. Al estudio del hombre ingresamos por medio de la historia, la sociología o la lingí¼ística. Y el recurso para lograr dicha comprensión son los vestigios o manifestaciones actuales o pasadas hechas materia, por conducto de las obras de arte, las obras literarias, las lenguas o los movimientos sociales.
    El acceso a la naturaleza se da por medio de los fenómenos, también materiales, en los que, al parecer, la acción humana es nula. En este sentido las plantas, animales, minerales o los planetas son objeto de las ciencias llamadas duras, porque, supuestamente, las intenciones humanas no intervienen, lo que da cabida a resultados científicos, en los cuales los deseos humanos fueron anulados, en el supuesto de que se generan desde ahí formas más confiables de conocimiento.
    El filósofo norteamericano John Searle distinguía entre un saber subjetivo configurado por las cosas que se encuentran envueltas en simbolismos e interpretaciones humanas, como las obras de arte, los movimientos sociales o el dinero, de otro al que reservaba el concepto del saber objetivo, referente a cosas que existen independientemente de las acciones humanas, como los ríos, montañas o los intestinos.
    El epistemólogo suizo, Jean Piaget, mostraba ciertas reservas para realizar afirmaciones respecto a las ciencias humanas o sociales, porque decía que era difícil que el investigador de estos asuntos tomara distancia afectiva de dichos fenómenos, lo que trae, como consecuencia, saberes poco confiables. En este sentido lo que se afirma en torno a la Revolución mexicana, por ejemplo, nunca dejará de estar marcado por las simpatías y antipatías que el historiador social tiene hacia acontecimientos, consecuencias y personajes de ese momento constitutivo de nuestra nación, lo que resulta un saber poco confiable. En otras palabras, en la historia de la filosofía y de la ciencia, en su afán de tener un saber confiable acerca de las realidades que nos interesan, sobresale un saber digno de crédito llamado objetivo, frente a un saber motivado por emociones, llamado subjetivo.
    La reducción analítica de las áreas del saber nos sitúa frente a dos mundos irreconciliables: el social y el de la naturaleza, el objetivo y el subjetivo, el de las ciencias duras y el de las ciencias del hombre. Así, en el seno de los mundos por conocer, surge un mundo alternativo que resulta tan contundente como las huelgas o las tormentas; este es el mundo de los artefactos, el de las técnicas cuyos aspectos distintivos son tan antiguos como la humanidad misma, pero desatendidos por las tradiciones intelectuales. Sin embargo, su estudio podría constituirse en la bisagra que rompe las disputas y diferencias entre las metas de los humanistas y los naturalistas.
    El desprecio por el mundo de los artefactos tiene su historia; mientras que los filósofos y los científicos han mantenido la firme creencia de que su misión tiene que ver con la comprensión del mundo, el creador de artefactos, al tener su mente ocupada por la satisfacción de intenciones prácticas, habría dejado en el olvido la búsqueda de la verdad.
    Pero, ¿cómo podría constituirse un saber de la Revolución mexicana sin considerar los trenes, carabinas, cuarteles, sombreros y las monturas? Y en el caso de las ciencias naturales, ¿cómo podríamos hablar del deshielo de los polos sin pensar en la generación de energía, los satélites, barcos o las cámaras fotográficas?
    Si las ideas, la naturaleza, las sociedades, religiones, el arte, la literatura y las constituciones se transforman, es porque hay acciones humanas en constante ebullición, que se manifiestan en obras materializadas. Un paisaje luce más hermoso con los programas de reforestación, una sociedad se hace más equitativa cuando escribe constituciones más justas, algunos religiosos se sienten protegidos con sus escapularios, el arte sólo es tal cuando se materializa, la literatura se escribe sobre papeles refiriéndose a casas y tumbas, y hay una mejor comprensión de los cielos si contamos con mejores instrumentos de observación.
    El hombre mismo, el hombre del pasado, del presente y del futuro, es un ente transformador del entorno y transformado por sus obras, que abarcan su mundo a través de sus creaciones, y estas encuentran la forma más consistente en la materialización de sus ideas. No hay ciencia natural o social sin objetos artificiales (libros, microscopios, páginas web o ilustraciones).
    El sábado 4 de noviembre, en el hotel Hilton, los filósofos Fernando Broncano, de España; Jorge Enrique Linares, de la UNAM y Armando Zacarías, de la Universidad de Guadalajara, dialogaron acerca de los fundamentos de la cultura material, en el sexto banquete filosófico, el cual forma parte de las actividades académicas de la Feria Internacional del Libro.
    Este evento puso en evidencia que no es posible el pensamiento y las diversas manifestaciones sin un soporte material, en el que una de sus formas más contundentes de manifestación son los artefactos técnicos y tecnológicos con los cuales soñamos, reflexionamos y nos identificamos.
    La reflexión a primera vista pudiese parecer obvia, sin embargo, la dependencia que llegamos a tener de los objetos materiales genera diversas inquietudes respecto a una disputa filosófica persistente desde tiempos remotos: ¿serán los objetos los que determinan el pensamiento o son los pensamientos los que determinan nuestra realidad?

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