Grafiteros en desbandada

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El sol de media mañana cae sediento sobre los pigmentos, desvanecen sin prisa los rojos, verdes, azules, hasta dejar el suave velo de tonos pastel que en algunas áreas sólo sugiere la trama de íconos sobre la barda descarapelada. El mural galardonado por el récord Guiness ––compuesto en 2010 por 600 jóvenes convocados por el Instituto Sonorense de la Juventud en el Panteón Yáñez de Hermosillo–– padece en 2013 la violencia de la luz y las paulatinas vandalizaciones de los transeúntes. Todo el perímetro de mil 295 metros está cubierto de formas y colores que aluden a la historia de México: fue ésta una de las actividades con que esta ciudad celebró las fiestas del Bicentenario.

El periódico El Imparcial informa que este proyecto tiene el fin doble de “terminar con el problema de graffiti en la ciudad y obtener el récord Guiness.” ¿Qué debemos entender con “terminar con el problema del graffiti”? ¿Terminar con la idea de que el graffiti es un problema? ¿Establecer un parámetro estético para distinguir el “buen graffiti” del “mal graffiti”? ¿Establecer un aparato de escrutamiento de las expresiones juveniles a través de concursos, financiamientos, talleres, conciertos? “Para que se cansen de pintar”, “para que se les quiten las ganas de andar rayando”, “para ganarse a la raza”, fueron algunas de las explicaciones que escuché de mis amigos y parientes hermosillenses. Para ellos es una política pública que recurre al hartazgo de los jóvenes y la aceptación oficial como antídoto contra las expresiones juveniles de la cultura hip-hop.

Por alguna razón que no nos ha quedado clara todavía, la práctica de rayar paredes en la vía pública se considera crimen y daño a la propiedad privada y el espacio común. Las paredes se consideran sucias. Entonces ocurre la negociación: para limpiar las paredes los jóvenes artistas ofrecen un mural. En el caso del Yáñez ––que no habrá escapado a los tags y sus rudezas, los riesgos del trepe y las multas–– los murales que hermosean la urbe desértica son una negociación de las instituciones con una cultura juvenil cuya osadía produce alarmas y desconciertos. Como muestra del triunfo conciliador, a la inauguración del mural más grande del mundo llega el mismo gobernador del estado, Elías Padrés, quien tras su discurso debidamente aplaudido, aplica emblemático azul en la barda (¡y qué bien maneja el aerosol!). Se trata de descafeinar la energía creativa, hacerla legible, inflarla de retórica nacionalista, orgullo local y logro político.

Grecas aztecas, coyotes, rostros indígenas, mitologías en boceto que se confunden con algunos tags y comentarios políticos: la barda les pertenece a todos, es telón de lamentaciones, celebraciones y conflictos. En su ambición totalitalizante, el mural del Panteón Yáñez no se circunscribe a la historia oficial, también abarca a sus críticos y transgresores. El rostro de la virgen de Guadalupe lo ocupa el de un minero aplicado con esténcil, posiblemente tiempo después de que el mural se inaugurara. Entre estas intervenciones destaca el comentario electoral: “Nadie dice la verdad/Nadie es honesto/vota por Nadie”. Si el lugar común inunda la prolongada tapia, su gracia de historieta la aligera. El águila se alarga hasta perderse de vista, un bigote se asoma entre ropajes esbozados, Hidalgo y Morelos se sonrojan de su esquemática postura. Soldaderas de plastilina, soldaditos de palo, nopales de Kindergarden, cabezas olmecas y rostros de atlantes extraviados en el trazo lánguido y lúdico del aerosol. Los personajes de la historia patria y los símbolos al uso de la nación hacen del panteón Yáñez un amplio códice que da cuenta de las fantasías colectivas con esa concurrencia de íconos en deslave, a merced de la furia solar y las inclemencias del tráfico humano. Y es que tal vez el acto de pintar el mural de la Yáñez ha de entenderse no tanto como un recurso demagógico o una política pública que coopta a los jóvenes ni como una pieza que aspire a la permanencia pretenciosa de las obras maestras, sino más bien como una vuelta a nuestra obsesiva tendencia a inventar y reinventar nuestra identidad, como si padeciéramos un miedo endémico a no entender quiénes somos.

Pero la imaginación no admite límites. Una fiebre de fantasía ha florecido en las polvosas y áridas colonias de Hermosillo. Con la convocatoria a que los artistas del aerosol exhibieran su talento en las bardas del Panteón Yáñez se han abierto las puertas a una desbandada de imagineros y a una agenda de bardas y diseños que se extiende por otros barrios: un lote de la colonia Jardines y el punto denominado El Oasis fueron otras convocatorias menos cuantitativas, pero llenas de búsquedas visuales cada vez más ambiciosas…

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