Gergely Boganyi

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A Gergely Boganyi, aún le restan cuatro recitales en el Degollado para completar la interpretación integral de la obra para piano solo de Chopin y cada vez cuesta más trabajo conseguir un boleto. Asistir a sus presentaciones permite, además de vivir el placer estético de su música, atestiguar una especie de éxtasis místico que Boganyi alcanza cuando sus sus manos se encuentran con el teclado.

Bach, el principio
Gergely Boganyi se transforma cuando no está frente al piano. Pareciera que fuera de la música cualquier idioma es una colección de imposibilidades expresivas. Sin embargo, hace su mejor esfuerzo con el inglés y habla de su primer recuerdo, de su despertar musical. “Mi infancia fue la música misma, la bebí de mi madre. Mi familia me puso en contacto con la mejor música: Bach. Nací con un corazón fuerte gracias a que desde el momento en que comencé a existir escuché a Bach. Mi padre es organista y Bach siempre fue una presencia inamovible, uno más entre nosotros. El resultado es que mis tres hermanos también son músicos profesionales, así que muchas de nuestras reuniones familiares ocurren en salas de conciertos en cualquier lugar del mundo”.
Boganyi tenía cuatro años cuando decidió que el piano era su voz, sin embargo jamás aceptó que sus padres fueran sus maestros, a pesar de que ambos eran destacados profesores en la Escuela de Música de Hungría. “El piano me atrajo como un magneto, literalmente me aspiró y me dio su aliento. Era un niño muy arrogante, nunca dejé que mis padres me dieran clases. A los cinco años mi primera maestra me dio una pequeña pieza, ella la tocó y me preguntó si me gustaba, le contesté que la odiaba, que eran estupideces, que yo sólo quería tocar a Bach y así fue”.

Chopin, el compositor infinito
En el Teatro Degollado, Boganyi demuestra la sólida relación que tiene con Chopin. El pianista reacciona poderosamente ante la riqueza compositiva del polaco, lo mismo en sus mazurcas que en sus valses, nocturnos y polonesas. Bajo la luz y en la contradictoria soledad del escenario, Chopin se manifiesta, accede a la invocación virtuosa de Boganyi. “Tenía siete años cuando mi madre puso un viejo disco de Vladimir Ashkenazy que interpretaba a Chopin. Lo escuché y decidí mi camino. Escuchaba la grabación del Estudio Opus 25 núm. 6, yo tenía las partituras en la mano y la música era tan veloz que yo no podía seguir las notas, eso me fascinó. La música de Chopin es una reproducción infinita de sensibilidades. Todo está lleno de belleza. Alguna vez practicaba una pieza de Chopin para un recital y de repente vino a mi mente un rayo violento, sentí que aquello guardaba tal belleza que quería tocarlo todo. Cada pianista en algún momento se encuentra con Chopin y aprende algunas de sus piezas, para mí tocarlo significó la totalidad. Si bien no todas sus composiciones son perfectas, es posible decir que apenas algunas de sus obras sólo son buenas, mientras que la inmensa mayoría son increíbles, te colocan frente al corazón de lo que somos. Si tengo éxito al tocar alguna de sus obras siento el poder de la verdad, la audiencia reacciona de inmediato y me entiende, sin embargo esos momentos de maravilla no ocurren siempre, esa es mi búsqueda. Toco a Chopin para encontrar el gozo”.
“No me interesa aprender ni interpretar toda la obra para piano de ningún otro compositor, porque mi meta es que en mis recitales consiga tocar al menos una pieza de manera perfecta. Eso es muy complicado. Cuando logro tocar con maestría una obra, no tengo ninguna garantía de que lo conseguiré de nuevo. Ser un intérprete implica volver a nacer y revivir en el escenario en cada presentación y eso es increíblemente cansado. Conseguir la perfección técnica no tiene valor porque eso lo encuentras en una grabación digital, pero tocar esa música siempre bien en el escenario una y otra vez, luego de 300, 500 u 800 recitales es terriblemente desgastante, me consume y no sé cuánto tiempo más pueda hacerlo. Es una locura, es insano, requiere una energía que rebasa lo humano”.

Húngaros universales
Chopin ha sido la voluntariosa elección de Boganyi, sin embargo reconoce la maestría y poder de otros autores. “Muy pocos compositores ofrecen una obra tan poderosa como Chopin, esa profundidad y riqueza yo la encuentro en Mozart, Bach, Liszt, Bartok, Schumann y otros pocos. Bartok es igual de grande que Mozart. Bartok utiliza un lenguaje diferente para expresarse, uno demasiado húngaro, pero su esencia musical es tan impresionante como la de los grandes compositores universales. Liszt es volcánico, incendiario, revolucionario. Sus obras están poderosamente envenenadas de una religiosidad que contamina el alma. La música de Liszt también me provoca porque guarda un limpísimo toque intelectual”.
Boganyi dispone de muy poco tiempo libre, cuando lo tiene se ocupa del ajedrez, su otra pasión. Le entusiasma la estrategia, el poder que da el pensar tanto sobre un simple movimiento. El resto del año seguirá celebrando el Bicentenario de Chopin. En el 2011 recorrerá el mundo con Liszt. Se siente agradecido con Guadalajara, especialmente con el Teatro. “Estoy muy contento de visitar esta ciudad por tercera vez, El Degollado es comparable en espiritualidad y acústica con los mejores teatros en el mundo. En esta ciudad tienen un tesoro”.

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