Gente de fuera

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    segunda parte

    Lo mataron a la salida de su oficina.
    Dos elementos jóvenes de aspecto militar lo esperaron pacientemente por varias horas.
    Encendió su vehículo, un Ford Contour colorado (que me llegó a contar usaba “para despistar”, porque él tenía un Cadillac, un Nissan 300 ZX y otros autos de lujo) y dio reversa para tomar la calle Colonias.
    Apenas circuló 10 metros porque un auto se adelantó e hizo alto. El semáforo estaba en verde y el vehículo de enfrente no avanzaba.
    Lógico. Esa era su maniobra.
    Por el costado derecho apareció de pronto el sujeto que hizo los balazos certeros al rostro de Tomás Arturo González Velázquez.
    Y así, en fracción de segundos, perdió la vida quien fuera el aguerrido abogado del general Jesús Gutiérrez Rebollo.
    No hubo detenidos. Ni siquiera por tratarse de uno de los abogados que llevaron la defensa del militar acusado de vínculos con Amado Carrillo la PGR quiso atraer el caso y fue considerado un delito del fuero común.
    Traigo a colación el crimen del abogado Tomás Arturo González, porque guarda muchas similitudes con el de Irma Lissette Ibarra, que narré en mi columna la semana anterior.
    Igual que Irma, Tomás tenía relación con Gutiérrez Rebollo; como ella, fue mencionado su asesinato como un “ajuste de cuentas” por “gente de fuera”; y también como lo hizo Irma Lissette, Tomás me anunció su muerte con escalofriante exactitud.
    Pero esta vez sí lo creí.
    Conocí a Tomás en las escaramuzas propias de un reportero, cuando éste andaba enfrascado en uno de sus acostumbrados pleitos. Esta vez era por la dirigencia estatal del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).
    Había sido militante del PRI toda la vida, hasta que se enfadó de ser cola de ratón y buscó ser dirigente del PARM.
    Lo entrevisté en varias ocasiones hasta que el asunto, ni el partido, dieron para más.
    Luego supe de él cuando defendió a un jefe policiaco acusado de un triple homicidio. Ganó la defensa y su cliente fue exonerado.
    Más tarde lo volví a encontrar ya como abogado del general Jesús Gutiérrez Rebollo.
    Amante de los peces, en su oficina de la calle Colonias tenía una pecera de regular tamaño que atendía personalmente. Luego me mostraría una más, que era un monumento a la exageración, ya que medía más de dos metros.
    En su oficina Tomás tenía una cámara de video oculta tras un cuadro y me llegó a contar que temía por su vida, por lo que filmaba a todos aquellos que lo visitamos. Un servidor, como supongo una docena de reporteros más, seguramente aparecemos en esas cintas.
    Poco más de un mes antes de su muerte lo visité. Andaba de buen humor y su locuacidad –que de por sí era mucha–, estaba desbordada.
    Me retó a que lo acompañara en su auto. Me dijo que me iba a mostrar un material interesante.
    Dimos varias vueltas por la colonia Jardines del bosque, hasta que finalmente entramos a un estacionamiento de un edificio de departamentos.
    Me mostró varios autos de lujo que tenía ahí, incluido un Nissan 300 ZX con placas del Estado de México que solamente sacaba “los domingos”.
    Era marzo de 1998. Tomás sacó varios videos que, según me dijo, fueron grabados por Inteligencia Militar.
    En ellos aparecían los hermanos Arellano Félix en una fiesta infantil, en una navidad que pasaron en el Distrito Federal y en otro más solamente las esposas de compras en un “mall” de San Diego.
    Escuchamos cintas de audio con conversaciones que él identificó como los hermanos Amezcua dando instrucciones a un familiar del presidente Zedillo.
    Me contó que todo eso era material valioso que formaba parte de las pruebas de descargo del general Gutiérrez Rebollo, donde probaba que su relación con Amado Carrillo era parte de una estrategia de infiltración.
    Es más, Tomás me aseguró que el secretario de la Defensa estaba enterado y me mostró fichas informativas con el sello de recibido de la Secretaría de la Defensa, donde daban cuenta de los operativos.
    Extrañamente, dijo Tomás, el general Gutiérrez Rebollo y los otros abogados de la defensa no quisieron mostrarlas.
    Después de varias horas de ver las pruebas, prometió que me regalaría unas copias. Pero advirtió que por el momento no escribiera lo que había visto.
    “Me matan”, aclaró. Y te matan también a ti”, remató.
    Pero las copias no llegaron. Pasaron semanas sin saber de él.
    Tres días antes de su muerte lo encontré en un café.
    Me dijo que había estado escondido un mes porque le habían pasado el “tip” de que un comando estaba en Guadalajara con intenciones de matarlo.
    “Ya se fueron y por eso salí”, afirmó.
    Pero no se habían ido… y cumplieron el encargo.

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