Genio y figura

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    El artista Gottfried Helnwein nació en Viena, Austria en 1948, apenas tres años después del fin de la Segunda Guerra mundial y uno antes de la primera Convenios de Ginebra “para humanizar la guerra”.
    “No sé por qué desde niño he estado obsesionado con la idea de la justicia. Cuando me enteré de lo que la gente de mi país le hizo a personas inocentes durante el régimen nazi, comenzó en mí una especie de obsesión por la justicia. He perdido la confianza por el mundo de los adultos y su sistema de valores […]. En un niño lo ético está intacto, por eso me parece que son sagrados”, dice él mismo en uno de los textos del muro.
    Dibujante y pintor hiperrealista, como fotógrafo construye y edita sus objetivos con iluminación, maquillaje, poses y sangre falsa. También hace performance e instalación.
    Estudió en la Escuela de Artes Visuales de Austria, aunque no duda en afirmar desde la primera sala de su exposición en el Museo Nacional de San Carlos: “En retrospectiva, diría que he aprendido más de el Pato Donald acerca de la vida que de todas las escuelas a las que fui”.
    Tiene 64 años. En el documental que se proyecta sin pausas en una de las salas, aparece en el estudio de una casa lujosa con una decoración conservadora y fina: muros blancos, piso de madera, techos altos, candiles de cristal. Pinta un paisaje, su primer paisaje. Acaricia al perro. Entra una niña rubia que apenas habla. La toma en brazos, le da el pincel, la deja hacer en el lienzo. Es su nieta. Luego vuelve al trabajo, con los dedos llenos de anillos, las botas industriales, los jeans y la playera negros, la bandana estampada de calaveras: un rocker tierno.

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