Gabriela Wiener

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En el segundo piso del stand de su editorial (Random House Mondadori), Gabriela Wiener está sentada en uno de los silloncitos loungue dispuestos para encuentros fugaces entre los autores de las novedades del catálogo y una ordenada fila de periodistas que esperan su turno en otro silloncito, apenas a un par de pasos de distancia. Con un oído fino y menos del barullo típico de la FIL, podría aprovechar las respuestas del colega en turno antes que yo, pero soy la primera. De todas maneras podría robarme una entrevista ajena, pero Wiener tiene mucho cuidado de que no la confundan con Alessandra Rampolla, una sexóloga puertorriqueña dedicada a lo propio en la diminuta sala de junto: “Muchos me escriben para contarme sus problemas sexuales, otros incluso para preguntarme dónde pueden encontrar chicas así de liberales como yo. Hay ese malentendido”.
La raíz de dicho malentendido es Sexografías (2008), una colección de crónicas periodísticas a lo gonzo que van desde una visita a una granja de cría porcina (también publicado en Letras Libres), hasta el cuento de su exploración en un club de swingers que todavía forma parte del top 5 de lo mas leído en Etiqueta Negra, aunque superado por el detrás de cámaras del reportaje.
“La gente piensa que cuando una mujer habla de sexo es porque te va a dar un consejo. Y encima que para ser sexóloga hay que estar buena”. En general, ya se sabe que no es lo mismo una lúbrica historia de orgías salida de una boca barbada que de unos labios carmín, aunque debería. Nacida en Perú en 1975, supongo no habrá sido fácil invitar a la familia al coctel de presentación de Sexografías.

¿Qué te ha dicho tu mamá de tus libros?
Con Sexografías, tenía que decirle que era todo ficción: “No, mamá, hay algunas historias que están bien, pero esa del intercambio de parejas es toda ficción”.

¿Te lo cree?
No. Me lo creía, me lo creía. Prefería creérselo, supongo. Pero no sólo mi madre: hay gente tan conservadora que piensa que estas historias no pueden ser verdad, que tienen que ser ficción.
Saciada mi curiosidad, pasamos al motivo principal de su visita a la Feria además de bailar desenfrenadamente en la fiesta de periodistas, sin importarle un comino el jet lag y las más de 12 horas de vuelo desde Barcelona, donde vive desde 2003. Se trata de Nueve lunas, la crónica de su embarazo: “Justo cuando me disponía a empezar otro libro, supe que estaba embarazada y que no tenía que hablar de ninguna otra cosa, porque ¿qué podía ser más aplastantemente real y que fuera a cambiar radicalmente mi vida que eso?”.
Juego de espejos entre su propia madre, su (entonces futura hija) y ella misma, el relato explora facetas de la preñez de las que no se habla mucho: madres asesinas, hijas parricidas, pornografía fetichista, el sistema de seguridad social español, la sexualidad durante la gestación, y el miedo, siempre el miedo a convertirse en su propia madre, a pasarse al otro bando. “Un embarazo es la cosa menos literaria del mundo, se piensa que un libro al respecto está destinado a los anaqueles de autoayuda y que se limitan a los manuales de embarazadas. Por eso quise escribir un libro que contuviera otras experiencias no tan fresas y popis”.

¿Y ahora qué te ha dicho tu madre?
Cuando hablas de personas reales con su nombre, yo por lo menos se los consulto. Así que se lo di a leer antes de publicarlo. En mi caso, siempre lucho por justificar eso, por darle un sentido al hecho de poner a mi propia madre y a mi propia hija en la palestra, llevarlas al escenario. Yo no tengo una mala relación con mi madre ahora, pero tenía que conectar mi presente con mi pasado. Hay un gran espacio dedicado a mi infancia y adolescencia, pues parece que desde entonces estamos predestinadas y en entrenamiento para ser madres: empezando por las muñecas, pasando por las mascotas, hasta tus primeras relaciones sexuales, siempre esta ahí la idea de la maternidad; aunque mi pasado también está lleno de pérdidas y, ¿cómo concertar este presente sin hablar de esos tres abortos, que además fueron involuntarios?
Azuzada por la encargada de prensa que se ha acercado para decirme que mi tiempo en el silloncito loungue ha terminado, lanzo una última pregunta, desconectada totalmente de la anterior, sin tiempo para tácticas de empatía y rapport. Una lástima.

Ahora que tu trabajo ha dado el brinco a las librerías, ¿has abandonado el periodismo de a diario (semanal, mensual, etcétera)?
Una cosa no anula la otra: es una ampliación de tu trabajo a nivel de redacción. Actualmente tengo un temón en no ficción que trabajo desde hace algún tiempo: la belleza. Estoy haciendo ese libro y una novelita, además de ser freelance. Me parece que esto enriquece la profesión y dota de trascendencia a otras historias que también merecen ser contadas aunque no tengan que ver con sangre y decapitados. íšltimamente el boom de periodismo narrativo llevado al libro ha tenido un subidón gracias a revistas como Gato Pardo, Soho, Malpensante, y Etiqueta Negra. Todos los que empezamos a publicar nuestras crónicas hace unos diez años estamos empezando a recopilarlas en libros para que se salven de ser papel para envolver pescado. Pero es un género caro que requiere mucho tiempo, dinero, viajes, lecturas, entrevistas… el tema económico puede siempre determinar la ambición de los temas: no estamos en Estados Unidos, y los adelantos de la venta que te dan las editoriales normalmente tampoco son la maravilla.
El tema da para largo. Me quedan varias preguntas bajo la manga, y ya me he acomodado en el silloncito, pero tengo que irme: he sobrepasado ya el cuarto de hora reglamentario para los maratones de entrevistas propios de la FIL, y mis colegas se impacientan en la fila. “Esto no se puede quedar así”, me digo a mí misma mientras guardo la grabadora, la libreta y el lápiz. Wiener, que es muy amable, adivina y acepta una segunda ronda, vía correo electrónico. Un final poco dramático, pero muy eficaz. Aquí el resultado:

La crónica gonza parece vivir una era de esplendor en latinanoamérica, mientras que el mundo angloparlante se ha desplazado hacia las memorias y la autobiografía. ¿Alguna idea de por qué? ¿Cómo te enganchaste tú con este género?
¡No tenía idea de que el gonzo vivía una era de esplendor! ¡Qué bueno! En cualquier caso, yo estoy enganchada con las memorias y la autobiografía y lo gonzo casi desde siempre, antes siquiera de saber con qué se comía; para los efectos yo hago un poco de las tres cosas. Nueve lunas es un ejemplo de ese vicio por la autoexposición, por compartir mi intimidad gratuitamente y casi sin ningún cometido, como no sea hacer algo distinto de lo que hacen los nerds y los narcos, nuestros amos.

Etiqueta Negra se ha convertido en un punto de referencia para el periodismo narrativo, ¿cuál es tu experiencia como colaboradora?, ¿qué papel crees que esté jugando ahora?
Mientras trabajaba todavía en Perú, en el diario El Comercio, recibí la llamada de Julio Villanueva Chang, que me convenció para colaborar en su nueva revista, que tenía dos números y era absolutamente rara. Me dijo que me daría la oportunidad de hacer crónicas extensas, investigaciones a fondo y con una comunicación y colaboración intensas entre editor y escritor, algo que no podía hacer trabajando en un diario. La verdad es que me deprimía mucho tener que contar historias en 4 mil 500 caracteres. Así que acepté feliz. Las historias que escribí para Etiqueta Negra se convirtieron durante un tiempo en mi única carta de presentación. Etiqueta Negra ya jugó un papel importantísimo en esta década, fue una escuela y un trampolín para muchas de las principales plumas del periodismo narrativo último, que ya llevan algunos libros publicados. Ahora Etiqueta Negra tendrá un nuevo resurgimiento, otra vez dirigida con Villanueva Chang. Es una gran noticia.

Al respecto, dicho fenómeno contradice otro incluso más amplio y vigente: la crisis de los medios impresos y la reducción de espacios para el periodismo cultural, ¿cómo puede funcionar esta coexistencia?
Ante la crisis la gente se blinda. Espacio hay de sobra en Internet y estoy convencida de que subsistirán o seguirán apareciendo iniciativas en papel de lo más reaccionarias y otras más ecuánimes que combinen los dos soportes; pero en suma no dejará de apostarse por el género del gran reportaje o la crónica. Decir que no hay espacio para ella es como hablar del fin de la novela. A estas alturas ya no sirve de nada ser apocalíptico.

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