Gabriela Natera

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    Memoria: desde que tengo uso de conciencia me llaman la atención los colores, lápices, figuras. La pintura ha sido mi medio de expresión. Mi papá nos metió a clases de creatividad y pintura, a mí y a mis hermanos. Yo tenía 10 años y fui quien finalmente continuó la enseñanza.
    Fiesta infantil: había una maestra llamada Marcela Zárraga que tenía unos cursos de verano para niños. Ella fue quien quedó muy presente en mí. Nos guiaba sin imponer nada. La clase era una pachanga. Luego continué mis lecciones con un maestro que era ya un viejito. Nos ponía a pintar con óleo. Él solía imponer las técnicas un poco más, pero aprendimos.
    Receso: cuando tuve que decidirme por una carrera, quería algo con dibujo. Por influencia de mi padre decidí diseño industrial. También tenía como opción las artes plásticas, pero mi papá me dijo: “mira, hija, le apuesto más a que vivas del diseño, que a la pintura. Ahí también podrás aprovechar tus aptitudes”. Así que dejé un poco la pintura, solo un poco, porque a pesar de estudiar la licenciatura, tomaba clases con Salvador Medrano.
    El testimonio: llevo muchísimo pintando. No podría decirte desde cuándo, pero eso sí, cuando empecé a escribir, ya dibujaba. Tengo cuadros firmados desde el ‘74.
    La guardería: ya había terminado la carrera, estaba casada, tenía cuatro hijos y esperaba al último cuando me di cuenta de que tenía mucha obra almacenada. Un día llegó a casa un tío de mi marido y me dijo: “con tantos cuadros, deberías exponer”.
    Viciosa: mi primera exposición fue en Tepatitlán. El tío de mi esposo trabajaba en la Casa de la cultura local, y me invitó. No me había percatado de la cantidad de cuadros que guardaba. Hice una exposición retrospectiva, y la verdad, me encantó. Me fascinó el proceso: pintar, que la gente observara la obra, ¡y aparte vender! Me encantó. Con esa primera exhibición me envicié.
    Los fantasmas: en cierta etapa de mi vida, justo después de concebir a mi cuarto hijo, caí en una depresión. En el hoyo, como suelen decir. En esa época pinté calaveras coloridas, una colección que me divirtió muchísimo, aunque sabía que no eran cuadros vendibles. Fue una súper expresión de mis monstruos y alebrijes.
    Autorretrato: me sorprendí en mi última exposición, al notar que había puras mujeres en mi obra. No tengo escuela en el arte del desnudo, pero así me aventé. Soy casi autodidacta a pesar de mis esporádicas clases. He sido indisciplinada en ese aspecto. Gustavo Aranguren, uno de mis maestros, decía que cuando hay mayor pureza en el pintor, nacen más artistas. Ya no sé si es pretexto, pero me siento feliz porque hago lo que me nace.
    Mis hijos: me cuestionan por qué no soy normal como las mamás que conocen. En una ocasión le encargaron a mi hija describir con una palabra a su madre. Puso: rara. Lo que pasa es que el arte me saca de mi contexto familiar, para aislarme, sobre todo ahora que estoy más comprometida con el quehacer.
    El baúl: tengo una hija a la cual quisiera heredarle el pincel. Todavía está un poco dormida, pero estaré feliz si ella algún día lo acepta.
    Natera: ha expuesto en el Pasillo del arte, de Televisa; en el exconvento del Carmen, Centro de Arte Moderno, Galería de Arte Moderno, Centro de Ajijic de Bellas Artes. Sueña con una exhibición en el Museo de las Artes.

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