Fuego en la zafra

    1200

    Sólo unos días hace que fueron cosechadas y transportadas las últimas toneladas de caña, y así, sobre la tierra todavía humeante, se prepara el campo para el próximo ciclo de producción, el cual comienza por arar la tierra con ayuda de maquinaria, pero para que la cosecha sea buena, es necesario meterle mano, al menos así lo creen quienes de madrugada se levantan a trabajar haciendo esto o lo otro, en el cultivo del fruto del cual se obtiene el azúcar. Y qué bueno que así sea, porque conscientes están de que en los campos de la región Valles de Jalisco, difícilmente se vive de otra cosa que no sea de la producción de esta planta.
    Es en la cosecha cuando viene “lo mero bueno”, así se ha dado cuenta en los tres años que lleva metido en esto Alfredo Ojeda, originario de El Carmen, una pequeña delegación del municipio de Ahualulco de Mercado, quien aunque es relativamente nuevo, se encarga junto con otros compañeros de la parte más riesgosa del proceso: la quema.
    La tarea de la quema de caña se practica con el fin de limpiar el fruto para facilitar el corte. Todo se realiza más o menos “al tanteo”, y la mejor hora para hacerlo es a partir de las seis de la tarde, pero es preferible realizarla de madrugada, cuando el viento está en calma y hay menos riesgo de que una chispa brinque hacia otra parcela.
    Sin protección más que la de Dios, se queman de dos o tres y a veces hasta cuatro hectáreas de caña. El ritual inicia con la preparación del combustible, una mezcla de diesel con gasolina que servirá para hacer arder las ramas. Enseguida y aún con el viento soplando, es encendida la primera fila de cañas. Como en procesión, por delante con su pistola de fuego, el primer trabajador camina. Detrás, otro con la bomba de agua, riega el suelo para evitar que se propague hacia fuera y al final, un hombre armado con ramas verdes para apagar las chispas que traten de escabullirse.
    El fuego penetra rápidamente y se eleva en ocasiones hasta ocho metros de altura. El crujido de las cañas, retorciéndose, se hace cada vez más fuerte. Los trabajadores esperan que el viento no les haga una mala jugada y los ponga en riesgo de quedar atrapados entre las llamas. Situación que al menos a Alfredo Ojeda, nunca le ha pasado.
    En ocasiones, la caña se niega a arder y aunque muchos crean que están locos, los trabajadores han comprobado que arde mejor cuando uno le grita, quien sabe cómo, pero funciona. El más joven de ellos es el encargado en esta ocasión. “Diegooo, dónde andas… Diegoooo”, el nombre es lo de menos.
    Ha pasado casi una hora, poco a poco va disminuyendo el intenso calor que se siente al estar tan cerca de este pequeño infierno. El calor, el nerviosismo y a veces el miedo que se puede llegar a sentir aminoran.
    La cosecha llega a su fin con una tarea no menos penosa, el corte de la caña. Se necesita la fuerza pero más la maña, pues mientras más caña abrases, más caña alcanza el machete. Mientras más cortes, más te pagan. Mientras más grande sea la paga es mejor para las cuadrillas de cortadores, quienes en su mayoría viven de lo que ganan durante los casi cinco meses que dura la zafra.

    Artículo anteriorTeresa Figueroa
    Artículo siguienteUn llamado a transformar realidades