Frente fragmentado

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Las elecciones presidenciales de 2006 serán altamente competidas. Con toda probabilidad, el margen de victoria del triunfador será bastante reducido. Por ahora, en las encuestas Andrés Manuel López Obrador adelanta a sus probables contendientes por una diferencia de dos dígitos. Pero una vez definidos los candidatos oficiales, se puede dar por sentado que el proceso constitucional reducirá esta diferencia a un dígito, y aunque ahora se perfila un ganador, el margen de incertidumbre será cada vez más amplio conforme nos aproximemos a la fecha de la elección. Por ello el tema de las alianzas es tan importante desde ahora.
El PRI irá seguramente de la mano con el PVEM. La precampaña de Bernardo de la Garza puede ser nada más un escarceo para ponerse en una mejor posición negociadora frente al Revolucionario Institucional. Por otra parte, aunque se especuló que el partido Convergencia se aliaría con el PAN, todo indica que más bien aquel se sumará a un frente de izquierda, si éste llega a concretarse.
Pero lo que más ruido está haciendo es justamente la rebatinga para construir el famoso frente de la izquierda mexicana. Dos factores inéditos son los que han caldeado las negociaciones para conformarlo. El primero y más importante es que la izquierda tiene grandes posibilidades de conquistar la presidencia de la república por medio de Andrés Manuel López Obrador. Paradójicamente, la posibilidad de ganar se puede convertir en la principal causa de una derrota de la izquierda (cualquier cosa que se entienda por esta). Y es que es esta misma posibilidad la que proporciona a los partidos menores, el Partido del Trabajo y Convergencia, argumentos para endurecer sus exigencias. Sería ingenuo pensar que apoyan a Cárdenas por razones ideológicas o de principios. Quieren prerrogativas mayores y el ingeniero les viene a la medida para utilizarlo como petate del muerto.
El otro factor es justamente el retorno de Cuauhtémoc Cárdenas, un indiscutible muerto viviente. Todo mundo lo sabe, pero hay que repetirlo una y otra vez, porque a él se le olvida convenientemente. Cárdenas ha sido derrotado en tres ocasiones (aunque una sea dudosa). Con todo, insiste en ser candidato a la presidencia por cuarta ocasión consecutiva. Seguramente el ingeniero tiene en mente a Lula da Silva, pero para su desgracia y por una extraña mutación de las circunstancias, el Lula mexicano no será él, sino su más odiado rival: Andrés Manuel López Obrador.
Cárdenas es tenaz, pero nadie se atreve a presentarlo como un político inteligente. Brilla más por el apellido que por sus cualidades de estadista. Está claro que López Obrador desbancó a Cárdenas en todos los sentidos. En cualquier escenario, parece imposible que el segundo sea capaz de sacar de la jugada al primero. De hecho, Cárdenas ya estaba fuera del terreno de juego.
No obstante, si bien el hijo del general no es un político brillante (como sí lo es quien lo empujó al estrellato, Porfirio Muñoz Ledo, con todo y sus bemoles), ya quedó demostrado que sí es un político mañoso. Hizo dos jugadas, que si no son magistrales, al menos sí han sido atrevidas. Primero, al renunciar a contender por la nominación dentro del PRD, le complicó la precampaña a López Obrador, cuando lo lógico era que se la facilitara. Luego se lanzó a la tarea de conformar una “nueva mayoría”, para que ésta decidiera quién compite en su nombre por la presidencia de la república. En realidad esa mayoría no es más que un eufemismo para designar lo que es más correctamente un agrupamiento estratégico de la chiquillada. Sin embargo, le está funcionando hasta ahora al michoacano para mantenerse como una carta vigente.
La indecisión del PRD permitió a Cárdenas retomar protagonismo, y a la chiquillada, acrecentar su beligerancia. Yo personalmente dudo que el PT y Convergencia se arriesguen a jugársela con Cuauhtémoc, a menos que endurezcan tanto sus exigencias, que el PRD no se las cumpla. Es probable que si Cárdenas compite, le quite votos a López Obrador. No muchos, pero importantes si la competencia se cierra en extremo. Si no, esos partidos se arriesgan a perder el registro por una apuesta sumamente riesgosa. En otro escenario, también es cierto que el PRD puede salir perdiendo si se va con el frente de izquierda. Suponiendo que gana la presidencia, la chiquillada le podría mermar el número de curules que obtenga en la elección.
Cárdenas es un candidato perdedor. Es un cartucho quemado, una opción puramente testimonial, una especie de espíritu chocarrero que solamente puede aguadarle el caldo a la izquierda nacional. Para exorcizarlo, el PRD debe establecer firmemente su posición y fijar condiciones claras. La primera es obvia: la candidatura presidencial no está en juego. Quien puede ganar es López Obrador, y si se conforma un frente, es para acrecentar esa posibilidad. Como el probable ganador es perredista, la chiquillada está obligada a moderar sus exigencias. OK; merecen un trato justo, pero a la medida de su verdadero peso político y electoral. Y este no es forzosamente el que imaginan que tienen ahora. Hay que considerar que la elección se polarizará, y que el voto útil afectará indudablemente a los partidos pequeños. Digo, si perjudicará al Partido Acción Nacional, ni modo que no cobre cuentas a la chiquillada.
Es evidente que el electorado mexicano está considerando primeramente al candidato para definir sus preferencias y el sentido de su voto. También que, si todo dependiera de la fuerza electoral del PRD, Andrés Manuel López Obrador ya podría darse, verdaderamente, por muerto. En el proceso de constitución del famoso frente de izquierda, la chiquillada le ha dado una importancia a sus membretes que no tiene ni de lejos. Se trata de un debate artificial y absurdo.
El PRD debe apostarle todo a López Obrador y a las redes ciudadanas. Si la chiquillada se suma, excelente. Si no, pues ni modo. Todo lo demás es estarle dando una importancia desmerecida a partidos menores y a un personaje político senil, que ya debería estar jubilado.

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