Escribir contra el colapso

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Cecilia Eudave encuentra urgente romper con el colapso. Estamos rebasados por estos tiempos, dice, en su caso, las tareas en su trabajo en la academia, el tráfico vehicular de camino a casa, las faenas domésticas: todo eso la colapsa y ella está decidida a evitarlo. En su departamento, ubicado en una de las colonias más céntricas de la ciudad, a unos metros del tráfico de dos grandes arterias, Eudave cuida pequeños árboles bonsái con mucho cuidado. Esta es una de las tareas, supongo, que la saca del trastorno diario que a veces, incluso, no la deja escribir. “Lo más difícil en la escritura es saber abstraer y abstraerse en el mundo”, dice.

Autora de más de quince libros publicados y varias traducciones, no puede permitirse esto, así que decidió romperlo y cada noche dejó que llegaran a su casa varios personajes a ayudarle: cazadores de fantasmas, un colectivo de retratos que se quedaron aprisionados pero vivos en el espejo del tocador, sábanas blancas que sufren violencia intrafamiliar, un salón de clases lleno de alumnos-pistoleros y el demonio del viernes.

Microcolapsos, su más reciente libro publicado en la editorial tapatía Paraíso Perdido, fue hecho específicamente para combatir el colapso: “Después de mucho tiempo de estrés una amiga me recomendó hacer una terapia: cada noche después de terminar el trabajo escribía un cuento”, afirma, “así fueron saliendo de manera natural los personajes y la escritura, que es lo que más amo hacer. Terminó por salvarme”.

No se trata de una antología ni de una recopilación, sino de una serie de textos que tiene “el mismo hilo conductor y la misma emoción escritural, aunque no se parecen unos a otros, creo que funcionaron de alguna manera como un registro de que cada día hay un colapso diferente. Habrá algunos con los que el lector se identifique más que con otros, hay unos que son unos cuantos párrafos nada más, son muy diversos”.

Todos son microrrelatos de una o dos páginas, un género al que la autora recurre constantemente por su concisión: “Es una de las variantes del cuento en donde puedes potencializar la escritura. Tienes que crear el ambiente, dar un personaje y hacerlo rápido, crear una atmósfera en la que el lector se comprometa con el texto”.

Como no podían escapar del contagio, los personajes están también colapsados: “Quise crear atmósferas en donde se sintiera esto: que los personajes estuvieran atrapados en ciertas situaciones y circunstancias en donde no se viera del todo una salida”.

El libro está dividido en cuatro partes: “Intangibles realidades”, “El desencanto sutil de las cosas”, “¿Sentencias o advertencias?” y “De naturaleza insólita o imaginada”.

Eudave hizo gala aquí de la narrativa de lo inusual, en donde lo fantástico ocurre en circunstancias que son perfectamente reales. “Eso es lo que los vuelve, de alguna manera, escalofriantes”, dice la autora.

También los objetos hablan, todo el libro juega, dice la escritora, “con analogías sobre estos lugares terribles en que ya estamos viviendo y que no necesitan de la ficción”.

Una Cecilia Eudave colapsada de distintas maneras cada día creó los relatos de este libro lleno de humor negro, de tragedia, de ironía, de sarcasmo, como es su estilo, y de universos dispuestos a ser habitados por otros.

Los cuentos surgieron, el trastorno fue evadido —aparentemente— y este ejercicio termina con su publicación.

“Estos textos responden no sólo a un colapso a nivel personal, toda la sociedad está colapsada, todo lo que estamos viviendo es una indisposición tras otra, y eso nos afecta, nos estamos encadenando, todos lo vivimos de manera diferente, nos afecta en nuestra vida cotidiana, por eso son micro, afectan nuestra imaginación, nuestras relaciones personales. Todo y de alguna manera lo quería decir en breve, así creo que tiene más impacto, si el lector llega a identificarse con algún personaje lo hace suyo y continúa la historia, y el libro habrá completado su camino”.

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