Entre lo testimonial y las cifras

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Más de diez millones de desplazados, doscientos mil huérfanos por la guerra, miles de millones de gasto público perdidos en la corrupción, doce mil viudas de la guerra contra el narco, más de cuarenta ejecuciones diarias, quinientos cuerpos flotando en el Mediterráneo, ciento cincuenta mil jóvenes en paro, trescientos mil desposeídos hacinados en la frontera, setecientas víctimas del coche bomba…  Estos datos, que forman parte de la información cotidiana que se lee, ve y escucha en los medios de comunicación, hoy son tendencia en los creadores mexicanos que se presentaron sus obras en la edición 37 de la Muestra Nacional de Teatro en la ciudad de San Luis Potosí.

Uno de los asuntos más criticables de la gestión pública es la impostura en el discurso. El lenguaje de los funcionarios suele estar construido a partir de un universo semántico políticamente correcto pero claramente simulado. El soporte de este andamiaje discursivo es tan endeble como sus numeralias, esa colección de cifras que tanto gustan a quienes cortan listones pero que poco dicen a quienes los escuchan. Curiosamente, los propios creadores, quienes se han enfrentando a esta forma de comunicación institucional tachándola de reduccionista, ahora se apropian de estas enumeraciones infinitas para tomar el escenario. En distintos foros de la ciudad de San Luis Potosí pudimos ver montajes construidos a partir de esta necesidad por integrar datos desde un formato que juega al documental, para crear una ficción alternativa que se erige en un lenguaje oficialista con una intención ¿aleccionadora? No lo sé. En un momento en el que las distintas plataformas digitales y mediáticas escupen esos datos, no creo que esta tendencia escénica tenga la intención de hacer visible algo que todos vemos. Llama la atención descubrir en algunos creadores escénicos, la mayoría muy jóvenes, esta necesidad por hablar del mundo desde un lenguaje oficialista, y se vuelve decepcionante cuando en la mayoría de los casos no hay nada más que eso. Sólo es posible leer una aparente necesidad por hablar del mundo “real” desde un yo simulado y desde porcentajes que no se traducen más que en una lista de cifras. Pareciera que llegáramos ahora al teatro de la “biocifra”.

La creación de sentido, la construcción de una estética en el teatro implica, entre otras cosas, establecer estrategias comunicativas eficaces que provoquen, conmuevan, conmocionen, pero sobre todo que generen preguntas en el otro, que sea posible continuar una trama simbólica con el pensamiento de quienes compartieron el tiempo y el espacio con otros cuerpos. ¿Cuál es la intención de relatar la realidad desde la sintética visión de los datos?, ¿se resignifica una cifra cuando se presenta a través de los mismos dispositivos tecnológicos que usa el Estado o cuando los grita un actor mientras cocina o hace jogging? Tendría que hacerse algo con ellos, llevarlos a otro sitio, dotarlos de filtros, de contrastes, metáforas y elementos contextuales para sacarlos de la frivolidad ególatra o de la infografía institucional o noticiosa.

Como siempre, las tendencias presentan notables ejemplos en donde esta práctica trasciende al narcisismo y a las enumeraciones para hablar de las personas, para conectar a los sujetos con los que se da el convivio. Destacan los montajes Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo lo mató que trajo Teatro Bárbaro bajo la dirección de Fausto Ramírez, y Fábula rasa, dirigida por Luis Ramírez, producciones provenientes de Chihuahua y Yucatán respectivamente. En ambos casos pudimos ver a sujetos actores compartir asuntos relevantes que nos son comunes, desde un yo que busca la honestidad y no la pretende.

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