En el ghetto hay alboroto

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En su pandilla de entonces, Barrio 18 de la Tuzanía, municipio de Zapopan, Jorge Espinosa, el Gilligan, se encontró por primera vez con el rap, en 1989. Lo trajo al barrio un amigo que iba y volvía de Estados Unidos, como migrante temporal. Entonces conoció las canciones consideradas fundadoras del gangsta: “Straing Outta Compton” y “Fuck the Police” del legendario grupo N.W.A, que desde sus primeros versos prometía mostrarnos “the strength of street knowledge” en la voz de Eazy-E. El descubrimiento del hip hop lo hizo reconsiderar su filiación a la pandilla e integrarse a un crew de grafiteros, el RTK. Con ellos encuentra en el graffiti hip hop, menos rígido que el graffiti cholo, por entonces dominante, un modo de expresión con el cual darle cauce a la violencia endémica del medio.

Para el hip hop la rivalidad es un performance que se ejerce en las bardas entre enemigos simbólicos que a veces ni siquiera se conocen personalmente (un deseo que tampoco se cumple a cabalidad, pero que marca una distancia de la cultura chola). La violencia física de las pandillas territoriales de los cholos convive con una nueva forma de contienda, que cubre la gran Zona Metropolitana de Guadalajara. El recuento histórico de Gilligan sigue la ruta de las migraciones intensas de los años noventa, mostrando cómo el hip hop tapatío es tributario de la gran migración jalisciense: el cholo de East LA también tenía al Guanatos materno como su casa.

“Jakal”, el tag que Gilligan eligió para su grafiti, sale a las paredes a ejecutar un ataque simbólico. El grafiti cobra valor en la medida que prolifera en postes, camiones, bardas, puentes, anuncios, torres y banquetas. Rifa la raya más inaccesible, la que combina riesgo y estilo. Vale por su osadía caligrafiada en el rostro más visible de la propiedad privada, y se expande por toda la epidermis urbana. Se trata de un tag creado para grafitear, distinto del nombre de pila y el apodo de uso diario, diferente incluso del nombre de rapero y siempre apellidado con el nombre del crew, la banda de artistas, procreadores incesantes de su propia firma, petardos de aerosol cuya gracia fugaz ejecuta un desafío intolerable e inofensivo, egocéntrico y anónimo.

Finalmente, un juego de máscaras nominales con que el joven de las exclusiones neoliberales reinventa el mundo.

La sociedad hegemónica tapatía, en especial la policía, ha percibido todo el cúmulo de expresiones identidificadas con el hip hop, en especial el grafiti, como una actividad tan perseguible como los enfrentamientos violentos entre pandillas y sus actividades criminales. Un rasero autoritario que no es capaz de distinguir pandilleros de grafiteros, cholos de hip hop, víctimas de victimarios, ha hecho de la población afiliada a las culturas alternativas el objetivo de su odio.

En el hip hop hay un reconocimiento de que la realidad es difícil y que las condiciones de vida no dejan otra opción que agredir o defenderse. Lo que el hip hop provee es una posibilidad de ver esa realidad, en una expresión empeñada en conducir la energía violenta que emerge en ese medio y articularla como denuncia en el rap, con destrezas plásticas en el grafiti y con el arrojo corporal en el brake dance. Si la sociedad nos enseña a ser violentos el rapero denuncia en sus letras esa violencia. El rapero no es violento, se encarga de señalar cómo la violencia es un desastre sufrido en las periferias del estado.

En este sentido, Gilligan le asigna al rapero el papel de cronista de las zonas más desatendidas de la sociedad. “Pronto, pronto que en el ghetto hay alboroto” canta en su pieza “Pronto”, donde la emergencia política es arrebatar el poder de los delincuentes que gobiernan. Más que un gangsta que asume el lugar de la ilegalidad con osadía y arremete contra los enemigos inmediatos de barrio, el rap político de Klon-Nawal —su crew rapero–– anuncia la emergencia de la rebeldía en la vida cotidiana, muestra el diario vivir como una revolución de baja intensidad, que pieza a pieza, graffiti a graffiti, va reconstruyendo a la comunidad de los jóvenes sobre una especie de activismo estético de corte anarquista.

“Muy variado, muy extraño y muy diverso” es como Gilligan describe su gusto por el hip hop, y hace un recorrido personal que atraviesa la historia de dos décadas de escuchar a varios grupos, sobre todo los de la tradición subalterna norteamericana, el gangsta identificado con jóvenes afroamericanos y los más connotados grupos de rap chicano y fronterizo. El rap de Gilligan exsuda utopía, pues se orienta a sacudir la servidumbre a los poderes existentes, en un sentido anarquista que se sustenta en renunciar a esperar de los poderosos resolver los problemas de la población. Y, pues, las utopías no están de más.

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