Empacar lo sublime

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Leer una ciudad puede ser un acto supremo de libertad. Ante la ventosa deformativa que conforma la mayoría de los medios digitales, la experiencia del viajero ante un nuevo espacio, aparece como una posibilidad creativa con la que su mente y su espíritu se expanden para beneficio de sí y de las aportaciones que hará a su regreso. Sin embargo, para que esto suceda es necesario que el viajero esté dispuesto a despojarse de los tópicos sobre habitantes y lugares específicos, porque éstos acabarían oprimiendo una comunicación auténtica con su destino. Y si esto sucede, el viaje no habrá tenido ningún sentido renovador. Más allá de la agenda de trabajo a cumplir, la actitud óptima del viajero, sin importar cuánto haya leído sobre el lugar que visita, la podríamos resumir con un verso de Jaime Sabines: “No esperan nada, pero esperan”.

Tocar con los pies la ciudad. El contacto íntimo con una ciudad inicia cuando nuestros pies tocan su suelo. Caminamos sobre banquetas, atravesamos calles, recorremos andenes, bajamos y subimos escalinatas, nos deslizamos por escaleras eléctricas, rozamos piedras pulidas, pisamos estratégicamente adoquines, esquivamos grietas… La disposición del suelo en las ciudades de alguna manera resume las disposiciones emocionales de sus habitantes. Colonia, Alemania, por ejemplo, con poco más de un millón de habitantes, es una ciudad con un suelo urbano de diseño diverso. A los andenes del tren suceden las escalinatas, entre las calles de la ciudad se encuentran los rieles de los tranvías, en el subterráneo transitan los trenes. Sobre las calles, los autobuses amortiguan con escalinatas movibles el paso de los pasajeros que suben o bajan. Contrariamente a lo que sucede en nuestra ciudad, los automovilistas parecen utilizar un espacio que es para outsiders, para quienes no se integran naturalmente a la vida andante de la ciudad.  Pero la apoteosis del suelo colonés es el flanco que acompaña prácticamente a todas las banquetas: la ciclovía. Se trata de un espacio sagrado sobre el que el caminante no debe osar permanecer más de unos segundos.

Dejarse tocar el alma. La Kölner Dom es la construcción más emblemática de esta ciudad situada en Renania del Norte-Westfalia. Pero este dato de catálogo dice poco. No es suficiente saber que su altura es de ciento cincuenta y siete metros, que es una de las catedrales góticas más altas del mundo. Es necesario que el viajero se deje someter por el espíritu sublime que de este edificio se desprende. Desde la pueril estatura del andante, mirar sus torres es experimentar el impulso de querer alcanzar el cielo. La agudeza de sus torres dentadas, el matiz negruzco grisáceo de sus muros, construidos a lo largo de seis siglos, interpelan solemnemente a los visitantes. Según dicen los propios habitantes del lugar, ver la Dom a lo lejos es saber que han vuelto a casa. En contraste con las reliquias de San Pedro, con que cuenta la iglesia y con los restos de los Reyes Magos que arrebataron a Milán y que ahora están ahí, la Kölner Dom es altamente sugestiva cuando se trata de la historia de un transepto del sur de la iglesia. Tras la destrucción de la ciudad, durante la Segunda Guerra mundial, la catedral perdió la cristalería del transepto mencionado. En el momento de la restauración, como no se tenía documentada la cristalería original, se colocaron cristales acaso que filtraban demasiada luz. Por ello, en 2002 se pidió a Gerhard Richter que diseñara una nueva cristalería. El resultado fue un magnífico y controvertido vitral instalado en 2007. En éste se combinan miles de cuadros irregulares de setenta y dos colores y el diseño fue realizado con técnicas computacionales y la magnífica creatividad de Richter. De esa manera, una catedral cuya construcción inició en el siglo XIII acoge ahora una obra de arte colosal del siglo XXI. Así, una colorida y lúdica polifonía contemporánea comulga con el embrujo místico de una Edad Media que no nos abandona. 

Empacar lo sublime. Existe una paradoja cognitiva cuyo planteamiento debemos a la Teoría de la relevancia de Sperber & Wilson. En cuanto a su conocimiento del mundo, para el hombre sólo resulta relevante aquello cuyos supuestos cognitivos ya tiene en mente. Es decir, no podemos reconocer lo no conocido. ¿Cómo romper entonces con esta paradoja?, ¿cómo conocer lo nuevo?, se preguntará el lector. Ante lo desconocido la única alternativa del hombre es  la voluntad de querer comulgar con lo desconocido, abrirse mental y emocionalmente al ser de lo nuevo. Así es posible que cada día existan más cosas relevantes para cada uno de nosotros. Aceptar, como dice un querido amigo, que parte del misterio de la vida es que todo es único, también ayuda. Por supuesto. Cuando el viajero está dispuesto a ello, las nuevas formas y contenidos por conocer lo influirán y él ejercerá su influjo de regreso.

Caminar durante horas por Siebengebergi, el bosque de las Siete Montañas, que se extiende al sureste de Bonn, muy cerca de Colonia; dejarse cubrir por el elevado velo de follajes anaranjados, verdes y amarillos; seguir el tradicional camino medieval que redime los pecados del caminante; detenerse en Petersberg, antiguo monasterio y plataforma política clave en la historia de Alemania; llegar a la cima y apreciar la aparente mansedumbre del  Rhine que estimula lo espiritual y lo mundano; escuchar y confirmar que el Romanticismo alemán es primigeniamente una estética de su paisaje… Todo ello es parte de una agenda espiritual e intelectual que raramente se escribe, pero que impacta en forma notable en la encomienda esencial de una universidad: producir ideas nuevas. Y si esto no hiciéremos, no seríamos una universidad, sino un tecnológico, tal como alguna vez escuché decir a una sesuda colega de la UNAM.

* Patricia Córdova Abundis. Doctora en filología hispánica con especialidad en lingüística por la Universidad de Córdoba, España. Ha publicado investigaciones sobre sociolingüística aplicada al texto literario, análisis de la oralidad en la literatura y análisis del discurso literario y periodístico. Actualmente es coordinadora del Corpus Sociolingüístico de Guadalajara, adscrito al Proyecto de Estudios Sociolingüísticos de Español en España y América (PRESEEA) y es jefa del Departamento de Letras del cucsh.

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