El taxista culto

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    México es un país donde el 80 por ciento de la población no lee ni un libro al año. Si el estereotipo del no-lector es el de un individuo de clase baja, que trabaja 12 horas al día para subsistir, del pobre que no tiene ni para comer, me pregunto quién integra el restante 20 por ciento, cuando vemos en los periódicos artículos repletos de errores gramaticales, documentos oficiales y discursos públicos con aberraciones que hacen remover en su tumba al mismísimo Cervantes, y cuando el Presidente de la República no puede citar tres libros que haya leído.
     Pero hay excepciones. El otro día, yendo a la Expo, estaba en un taxi y el conductor, viendo mi bolsa repleta de libros, me dijo: “Yo tengo dos pasiones en la vida: las mujeres y los libros”. Más que sorprenderme pensé que esas dos palabras encarnaban perfectamente la descripción de la Fil. Que era el Edén por aquel taxista culto. Luego empezamos a hablar de futbol, y del sorteo del Mundial de Brasil.
    Eso me hizo olvidar que podría haberle dejado uno de los libros que tenía en mi mochila. Ya en la FIL, me senté a una mesa de la terraza a tomar un café, dando vuelta en mi cabeza a este pensamiento. Arrepentido, saqué un libro, lo dejé arriba de la mesa y me fui. Quizás, si el día era de suerte, lo recogió un mesero culto.

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