El susurro del damo negro

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    Una vez le dijeron que era un resentido terrible, a lo que él repite con énfasis y una arrastrada erre chilena, que sí, que es un resentido “teshrible”.
    En oscuridad total, una luz entra cada tanto desde el pasillo, acompañada de murmullos. Se ilumina desde un atril un par de hojas que Pedro Lemebel tiene en las manos. Luego sus largos dedos y un reflejo de su cara que se enmarca como en una mujer musulmana, con un pañuelo negro con brillos. Una dama refinada de luto.
    Susurra, no habla. El cáncer de garganta ha hecho estragos en su voz, lo ha dejado en penumbras al hablar como en esta aparición. Es así como se presentó el escritor chileno Pedro Lemebel en la FIL, a través de la performance Susurrucucú paloma. A Lemebel le diagnosticaron la enfermedad desde inicios de 2011 y luego de la operación de laringe poco es lo que ha quedado de voz. Así decidió crear esta alusión a la canción “Cucurrucurú Paloma”, del compositor mexicano Tomás Méndez.
    En el salón 1 de la FIL se oyó la lectura de tres crónicas de su autoría, con un micrófono pegado a los labios. Sus textos “Madre pistola”, “Canción para un niño boliviano” y “El ministro Piñerarte”, trajeron consigo el usual humor y la rebeldía del escritor antiderechista y polémico que, además, ha sabido crear un imperio de la literatura gay gracias a su desenfado y a un rechazo en el que su escritura era vista con asco.
    Además del recuerdo de un barrio entero sobre la imagen de su madre, elegante y señorona, con una pistola en la mano y la reflexión sobre la situación de un país que no tiene salida al mar, Bolivia, la historia del escupitajo que le lanzó al ministro de cultura chileno Piñerarte cuando éste lo quiso saludar en el Museo de Bellas Artes, fue el toque de color de la hora durante la que el escritor habló.
    Con más actuación que la sólo lectura de sus textos, Lemebel le tiró a todo. Pero como su gracia es ser polémico, no extrañó su actitud desconforme y enojada. Entre otros temas, recordó a Carlos Monsiváis, quien lo ha ayudado a posicionarse como el escritor que hoy es, y confesó que no había venido a México porque lo extraña mucho.
    Pedro Lemebel fue Pedro Mardones, antes de ganar el primer premio en el Concurso nacional de cuento Javier Carrera, por la obra Porque el tiempo está cerca, que hizo que su padre, homónimo de Pedro, tomara el reconocimiento por una obra que el escritor describe como “un cuento muy gay”.
    Ese día, cuando los periodistas tocaron a la puerta de la casa, su padre recibió el premio creyendo que era un regalo de uno de los programas televisivos que él veía: Sábados gigantes, con Don Francisco. Los periodistas lo entrevistaron y al día siguiente salió en el periódico la foto de Pedro Mardones padre, junto a una nota que hablaba de un cuento gay.
    A partir de allí, Pedro decidió que su padre no tenía por qué cargar con el nombre y con la historia sexual del hijo y simplemente tachó el Mardones de su vida popular.
    Se formó como artista plástico, pero su vida personal, hundida siempre en las minorías, como la pobreza, la homosexualidad y ser de izquierda en una dictadura militar, devinieron en una serie de reclamos a los que Pedro encauzó en una vida dedicada a la crónica.
    Los últimos cuatro años fueron duros. Lemebel confiesa que no ha tenido ningún proyecto y cerraron el diario La Nación, en donde publicaba sus textos. Todo esto sumado a la reciente aparición de la enfermedad.
    El escritor aprovechó su visita a México para presentar su reciente libro: Háblame de amores, la sexta compilación de textos que ahora presenta 55 crónicas que fueron escritas hace más de 20 años.
    Con una mirada siempre enojada y el miedo de acercársele por su actitud de “tu mundo de dos pesos no me importa”, Lemebel habla con un ronquido que espanta más que su presencia.  Aun así ni el cáncer de garganta, ni los periodistas ni los políticos incómodos han conseguido apagar su voz.

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