El surrealismo con vestido

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    ¿Qué sueña una mujer surrealista? Pensé al abrirse la puerta de cristal. Unos segundos después, Alicia había salido del País de las Maravillas para instalarse en un museo que, como los espejos de su historia, desdobla las realidades vividas o imaginadas, pero en todo caso latentes en el pincel de las 48 mujeres (surrealistas, recalquemos) de múltiples orígenes y destinos que ocupan desde octubre hasta enero los muros del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México.
    La realidad es como un hojaldre de láminas finas que se superponen entre lo que uno es y lo que se imagina que es, pensé. Inadvertidamente, estaba dentro del sueño In Wonderland: mujeres surrealistas en México y los Estados Unidos. Seguía sin entender la relación del título con el contenido, pero había despertado religiosamente con un café del día, tamaño venti, en el Starbucks tan chic que recibe al visitante del bosque de Chapultepec, en calidad de exiliada en territorio mexicano conquistado por lo estadunidense, con lo que la simbiosis espiritual estaba al dente.
    Comenzaron a presentarse nombres: Sylvia Fein, Dorothea Tanning, Remedios Varo, Helen Lundeberg, Gerrie Gutmann, Gertrude Abercrombie, Leonora Carrington, Frida Kahlo (¿otra vez Frida?, renegué de un país que la lleva y la trae como virgen en procesión, pero claro: si la Kahlo es más surrealista que mexicanista, “adiós señores muralistas”, parece decirles, e imaginé el sonido de vestiduras que se rasgan).
    Encontrarse con una “nueva” cara del surrealismo a estas alturas, requiere un grado de precisión casi quirúrgico. Pero como sea, el llamado de la transgresión nos alcanza. La exposición es más una partida de ajedrez que un rompecabezas: piezas poderosas y autónomas bajo el común denominador del crudo exilio epidérmico e hipodérmico originado en la convulsa Europa de los años treinta y cuarenta.
    Apariciones alquímicas que develan mujeres políticas, domésticas, monjas que vuelan, madres que amamantan, brujas, mujeres revolucionarias en la incomodidad de su hogar, torsos desnudos, vientres, ojos, senos amputados, cabellos, vestidos de holanes, rostros multiplicados, carnes que cuelgan, muñecas que se rompen: María Izquierdo, Yayoi Kusama, Kati Horna, Rosa Rolanda, Lee Miller, Jacqueline Lamba, Alice Rahon, Muriel Streeter, Kay Sage, Bridget Tichenor…
    Los sentidos flotan como un embrión maduro en la alberca uterina. Se hallan con filmes, collages, pinturas al óleo, dibujos, fotografías, esculturas en bronce y en madera, colores dorados, peces, flores, ruedas, figuras femeninas heridas de muerte o de simple y continuo reflejo. Y no se trata de un manifiesto de género, sino del estrato más traslúcido de consciencia.
    En El puño invisible, Carlos Granés recuerda el objetivo de Breton mediante el surrealismo, que “liberaría al espíritu humano y echaría por tierra las nociones contradictorias que, como el bien y el mal, lo feo y lo bello, la fantasía y la realidad, lo irracional y lo racional, encorsetaban la vida en convenciones y reglas sociales”. Pero más que al ímpetu del chevalier Breton por crear una especie de minotauro de sueño con vigilia (allá iban y venían también Freud y compañía), el surrealismo se debe a su tiempo, no al sexo. Y para terminar de convencerme, prosigo mi recorrido.
    Lejos, arrinconado en la memoria estaban André Breton, su Révolution y el Manifiesto surrealista, donde con voz de demiurgo establecía el orden del caos, el topus uranus en que moran “la realidad superior. […] La omnipotencia del sueño. […] La ausencia de toda norma conocida […] la perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo. […] La resolución futura de estos dos estados, el sueño y la realidad, hacia […] una surrealidad”.
    Quién necesita la teoría del arte si lo surreal es un fragmento intrínseco de la feminidad. Mucho antes de cualquier movimiento feminista, los latifundios de la realidad han sido extrañas habitaciones para el arte creado por cromosomas XX. ¿La exposición atrae por el eslogan “wonderland” cortesía de las curadoras; porque las obras son de “mujeres”, de “surrealistas” o de “mujeres surrealistas”? Irresoluto misterio. Quizá ignoran que aunque no todo artista surreal es mujer, ésta en sí tiene algo ya de surrealista.

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