El sonido de los huesos al tronar

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Hasta eso, egresó del hospital por su propio pie… con el único sano que le quedó. Toño desciende hacia la calle por las escaleras del Hospital Civil “Doctor Juan I. Menchaca”. Un par de muletas sostiene sus hombros y cuerpo. A causa de la lentitud y el cuidado con que baja, se nota su poca experiencia con esos auxiliares metálicos.
Baja en compañía de su madre, quien lo mira con atención y está al pendiente de protegerlo con una especie de barrera invisible contra caídas súbitas.
“Yo puedo solo”, dice el muchacho a la mujer. Parece que la madre quisiera de nuevo jugar al “solito”, ante la “fragilidad” de su retoño.
El yeso cubre el pie del muchazo hasta arriba de la rodilla izquierda.
Con cuidado de mantener su extremidad a una altura suficiente, Toño mide los escalones para evitar un golpe involuntario. El otro pie, un tanto tembloroso, pisa el concreto.
Las dos columnas de aluminio se las prestó un pariente que las desocupó en esos días.
“Eso le pasó por andar jugando con el mugroso animal allá arriba”, alega la mujer. Explica que el muchacho se quebró el fémur al caer de la azotea. “Dice que le andaba dando de comer al perro, pero a mí se me hace que estaba jugando con el animal”.
Toño la desdice. Afirma que nomás le llevó agua y alimento al “Canelo”, un bóxer de pelo acanelado y “una manchita blanca en el pecho”, regalo del padre en el cumpleaños número nueve del hijo.
Lo que en verdad pasó, afirma el chaval, fue que al querer bajar de la azotea, colocó mal el pie en una escalera de madera que tienen en el patio y que suele utilizar para alimentar y visitar a su mascota.
“De un de repente ya estaba tirado en el suelo”, explicó Toño, mientras descansa bajo la sobra de un árbol. El sol del mediodía arrecia.
“Nomás oí como si tronara un palo. Y pues ya ni pude moverme. Le quería hablar a mi mamá, pero estaba como sofocado. Hasta después le empecé a gritar, cuando pude respirar”.
Más que gritos, la madre recuerda haber oído los chillidos del niño, al fondo de la casa. Corrió “en friega” a ver qué pasaba. “¡Y qué voy encontrando al chiquillo ahí tirado con la pierna toda fuera de su lugar!”
Nada conocía la señora de primeros auxilios, así que regresó por ayuda. Recordó a su vecina, quien había estudiado enfermería y, además tenía carro. Con su ayuda regresaron por Toño y lo llevaron al Civil.
En el hospital le dijeron que “nomás había sido la pierna. ¡Ay!, le di gracias a Dios porque nada más fue la pierna, y no que se me haya matado”, agradece la mujer y mira a las nubes.
Toño dice que su madre exagera. Ella argumenta lo contrario. Es más, “por eso dice mentiras, porque sabe que ya queremos vender o echar afuera ese perro, lo que sea más rápido. A ver, tú dime, ¿no es suficiente que el animal lo haya tumbado de la azotea? A mí se me hace que hasta el mismo perro lo tumbó… ¡Tiene unas patotas!”
Con discreción y atento de que no lo escuche su madre, Toño comenta: “No le hagas caso, así es mi mamá de exagerada”.

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