El rey Charles

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Confieso que he pecado: gracias a la maldita o bendita piratería –depende de qué punto la mire cada quien–, estoy a punto de chorear sobre una excelente película multi-nominada al Óscar, ganadora de varios globos de oro y que aún no se estrena comercialmente en nuestro país. Una cinta que, sin duda, nos permitirá redescubrir asombrados y agradecidos a uno de los más grandes músicos de la segunda mitad del siglo XX. Un mito viviente, al menos hasta junio pasado, cuando falleció a los 72 años; un mito que, sin embargo, sigue haciéndose grande y asombrando a propios y extraños después de muerto, ya que justa y merecidamente ganó, post mortem, seis Grammys hace tan solo una semana, entre estos el de mejor álbum y canción del año. El rey del blues-soul-gospel-country-jazz, Ray Charles, renace con estos galardones, y sobre todo gracias a la película Ray (EU, 2004), en la que descubrimos no solo el porqué de sus gafas oscuras que camuflan con personalidad y simpatía una mítica ceguera, sino también el virtuoso e incomparable talento de un hombre que se consagró como músico y ser humano, como pocos artistas lo han hecho en su vida. Es así: Ray Charles Robinson resurge de las cenizas del olvido y se perpetúa como un genio musical sin parangón. Y de qué manera. Porque de la mano de Jamie Foxx (talentoso comediante y actor surgido de ese primo hermano putativo del teleadictivo The saturday night show, llamado The living colory, creado por los hermanos Wayans, y que en su haber tiene sendos éxitos, como Un domingo cualquiera, junto a Al Pacino, y Daño colateral, junto a Tom Cruise), quien impresiona realmente al calzarse a la perfección la piel y carácter de aquel pianista que deslumbró al mundo entero durante más de 50 años (Ray “el Rey” Charles), se alojará de nuevo en el corazón y la memoria de las generaciones que lo olvidaron y de aquellas que no lo conocieron como se debía. No soy muy afecto a las cintas acerca de personajes históricos, aunque cuando una de éstas logra lo que logran en Ray, solo queda ver y escuchar en absoluta reverencia.
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Antes de entrar en materia acerca de la película que le hace justicia y homenaje al creador de temas como “Georgia on my mind” y muchísimos otros, quisiera aconsejarles a los distinguidos e incorruptibles miembros de la Academia del cine norteamericano –voy, voooy, como si me vaya a hacer caso o mínimo saber que existo– que en esta edición 2005 de los premios Óscar, tienen la oportunidad de expiar muchas culpas pasadas (¡cuántos premios dados o negados injustamente!). No he visto las actuaciones de los otros nominados a la categoría de Mejor actor, entre ellos Johnny Depp –quien se lo merece desde hace rato y seguramente lo merecerá de nuevo en el papel del creador de Peter Pan– y Leonardo DiCaprio –brillante actor, sobre todo en sus inicios, y que todo parece indicar se llevará la anhelada estatuilla por su personificación de uno de los otroras dueños invisibles de la meca del cine: Howard Hughes–, pero me queda claro que la actuación de Jaime Foxx produce admiración y… escalofríos, porque desde que uno lo ve en la pantalla personificando a Ray Charles, no sabe qué decir, qué hacer, qué pensar. Y es que Foxx es literal y metafóricamente Ray Charles. Supongo que su vasto talento, el profundo estudio del personaje, el evidente trabajo de dirección por parte del realizador y la amistad que unió al actor con el cantautor antes de morir, son corresponsables de que Ray Charles vuelva a nacer y nunca vuelva a morir, mientras podamos admirar sus varios defectos y enormes –y muchas– virtudes en la pantalla grande. Así, Jaime Foxx, alias Ray Charles, nos invita a descubrir cómo y porqué se quedó ciego, de qué manera aprendió a tocar el piano y componer música, cuáles fueron sus amores, quiénes se aprovecharon de él, dónde volvió a quedarse inválido, cuándo explotó su inconmensurable fama y logró volver a ser el que era y mucho más. Aunque todo en esta película brilla: el guión, la dirección, la fotografía, el reparto y la producción entera, sin la mágica interpretación de Foxx no sería lo que es. Una interpretación que, si como dicen y cuentan, pasa con los ganadores a Mejor actor del premio de actores y creadores del cine allende la frontera, le debe dar el Óscar sí o sí.

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Por medio de un drama biográfico, que tenía luz verde del propio Ray Charles, el director y guionista de la cinta –escrita junto a James L. White– Taylor Hackford (nominado al Óscar como Mejor director por An officer and a gentleman, en 1982), la leyenda del genio nacido en los años 30, en Albany, Georgia, no tiene pudor en dejar que se muestre tanto lo bueno como lo malo que hubo y sigue habiendo en él, protagonista de un estilo musical inimitable y una vida digna de la frase “aunque usted no lo crea”. Desde el trágico episodio familiar que bien pudo ser el responsable de haber quedado ciego, pasando por sus primeros momentos tocando en antros de mala muerte en el sur gabacho y su adicción a la heroína, hasta la vez que se negó a presentarse en su estado natal ante un público segregado (lo que ocasionó le prohibieran tocar en esa entidad hasta 1979, cuando el congreso estatal levanta la absurda sanción y decide que la legendaria canción Georgia on my mind fuese el tema oficial), el espectador quedará atrapado por la historia de película que fue la película histórica de su vida. Porque Ray tiene, además de todo lo antes mencionado, el encanto de las historias cuya tensión dramática no permite que ni tus ojos, y por supuesto, que ni tus oídos (el soundtrack no puede ser descrito salvo genial) se distraigan de lo que ven y escuchan. En fin: que en el principio fue el verbo, contado y tocado por las manos de seda de Ray Charles, quien, como si se hubiera apoderado del espíritu de Jaime Foxx, deja constancia de su real magnitud en el mundo de la música, como uno de sus más grandes, admirables y asombrosos exponentes. Una de esa “mubis” que, no pretendiendo ser ni la mejor ni mucho menos, el público sensible y no necesariamente inteligente puede ver una, otra vez y hasta siempre. Mientras tanto y sobre todo, que siga sonando el rey Ray Charles hasta el fin de los tiempos, a ritmo de blues o de soul o de gospel o de country o de jazz o de lo que sea.

Errar adentro

Nada, que aún sabiéndolo, y gracias a que un lector abusado y exigente (gracias nuevamente, “Martín”) me hizo dar cuenta del groso error, omití en el artículo de hace dos semanas acerca de la película Mar adentro, que esta cinta está basada en un hecho real, cuyo escándalo y polémica sigue aún en boga por estos días en España. Así que, en este caso, el lugar común ese de que la realidad supera a la ficción no podía ejemplificarse mejor. Pero insisto: que Amenábar se basara en la realidad no significa que deje de ser una de sus más logradas ficciones, porque estoy convencido de que goza también de su imaginación.

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