El profeta en su isla

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Immanuel Kant, sin haber salido de las limitaciones de la provincia de su ciudad natal, logró crear un pensamiento que hoy reconocemos como kantiano. José Lezama Lima en su larga vida (1910-1976) apenas realizó un par de viajes fuera de la isla de Cuba (a Jamaica y a México). En una lectura de su trabajo completo, sabemos que su imaginación y pensamiento es, de igual modo, universal. Con el enorme impulso de su hechizado verbo lo mismo compuso poemas, ensayos que novelas. La escritura lezamiana bien puede ser comparada a la conseguida en Europa por Proust o Goethe; y en nuestro continente recuerda el pulso de Alfonso Reyes y de Jorge Luis Borges.
La obra de Lezama Lima es de difícil acceso, y es ya un lugar común declararla como “compleja”; no obstante, es justo catalogarla así porque es una verdad. Vale entonces recordar que sus trabajos son poco leídos y los pocos ojos que los miran son los de aquellos que podríamos llamar “iniciados”.
“Si la primera dificultad instrumental —avisa en un largo ensayo Julio Cortázar— es la primera razón de que se ignore tanto a Lezama, las circunstancias de nuestro subdesarrollo político e histórico son la segunda”. Y el cronopio aduce, además, que “desde 1960 el miedo, la hipocresía y la mala conciencia se aliaron para separar a Cuba y a sus intelectuales y artistas del resto de Latinoamérica”.
Cortázar, quien al lado de Carlos Monsiváis logró que su Paradiso se publicara en México en los años sesenta (en la editorial Era, con ilustraciones de René Portocarrero), confiesa que la leyó en diez días, no sin dificultades. Pese a lo anterior, se puede mencionar que la prosa y el verso lezamiano en nuestro continente mantienen una especie de escuela. Es indudable la presencia de Lezama Lima en los trabajos de los poetas mexicanos José Carlos Becerra y David Huerta; y en la narrativa de Daniel Sada. En La Habana son innumerables los seguidores de la “escuela” del poeta de Fragmentos a su imán, una de las últimas voces en la que alcanzo a vislumbrar los ecos lezamianos es en la poeta Delenis Rodríguez, quien algún tiempo vivió en Guadalajara y tuve el honor de publicar (en la editorial Mala Estrella y a finales de los años noventa) su poemario Mirándola en los vasos… Por supuesto, también, en Severo Sarduy, en narrativa.
José Lezama Lima mantuvo la amistad de los grandes encuentros con María Zambrano, pero su efusivo impulso de conversador también le hizo ser uno de los más grandes autores de correspondencia. La amistad con Octavio Paz fue larga y duradera, a través de unas cuantas misivas y el efectivo intercambio de libros. De este ir y venir de la isla hacia México tenemos dos magníficos poemas que fueron inspirados por la amistad a distancia. Lezama escribió un bello poema a Paz y éste a su vez, en su írbol adentro (1987), dedica un texto en excelentes versículos.

Nunca nos vimos, yo le enviaba mis libros y él los suyos, nos escribíamos a veces, nos tratábamos de usted.
Leí su nombre por primera vez hace más de cincuenta años, en Espuela de plata, hoja de poesía.
¿A quién espoleaba esa espuela? Caballito de palo, caballo de ajedrez, caballito del diablo…

Un puente inacabable
La escritura que es José Lezama Lima al paso de los tiempos se ha vuelto un punto nodal del lenguaje castellano escrito no sólo en el continente, sino que se revela como un portento maravilloso y unifica espacios geográficos y da unidad a un espíritu.
Podríamos decir que la unidad verbal lezamiana abre senderos en las aguas y da luz desde la isla hacia todas partes y lejanías. Sería impensable el mundo (y no exagero) sin los poemas, narrativa y pensamiento de aquel que alguna vez en 1937 ya había completado toda una poética al escribir y luego publicar la Muerte de Narciso, en este cuerpo escritural ya se hallan, si se mira bien, todas las escrituras de José Lezama Lima. De hecho el ser total que fue, y es Lezama Lima, es escritura. Hay un todo esencial en cada palabra surgida. El trazo descrito desde su primer texto y hasta los últimos son una sola emisión de lenguaje. Nada hay nuevo y todo siempre es una novedad. Quizás el problema que se alude al referirse a la lectura y comprensión de los textos del profeta Lezama, se deban a que apenas hemos comprendido que no hay literatura en sí, sino que más bien hay una escritura y una respiración y un maná imaginativo. Tal vez tenga razón José Joaquín Blanco cuando profirió que a Lezama Lima no hay que entenderlo, sino permitirse ir en la corriente del torrente verbal que ante nuestros ojos y nuestra percepción se nos viene cada vez que abrimos las cajas de Pandora de la poética lezamiana. No hay que interrogar en la lectura, porque no es una lectura lo que hacemos, sino una percepción de un mundo hechizado y nombrado desde su nacimiento, es decir, desde su origen natural. ¿O acaso interrogamos a los manantiales cuando bebemos su agua fresca y cristalina? Lo que hacemos, en todo caso, es inclinarnos hasta mirar nuestro rostro y beber. Bebamos, pues, el prodigio verbal y administremos nuestra sed: “Sí, tú eres el pájaro que perfecciona el diccionario y que plantado sobre la piedra de las etimologías, canta…” —le ha dicho Paz a Lezama.

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