El peor de mis errores

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    En el año 2000 tenía 19 años. Era, por supuesto, más joven que hoy, y creo que contaba con algo que no sé si ya sea cualidad o defecto en nuestra sociedad: fe. Con esa fe, alimentada por la esperanza de transformar nuestro país en uno mejor, con equidad, justicia y un estado de bienestar común, estrené mi credencial de elector el 2 de julio.
    Hoy, casi cinco años después, veo con profunda tristeza que aquel hombre que elegí se ha tornado en un gobernante sordo al clamor popular, que alimenta a diario con imprudentes declaraciones el fragor de la batalla política, viendo enemigos hasta en los molinos de viento; un hombre intolerante, que lanza exabruptos contra quienes no comparten lo que podría denominarse su “pensamiento”, calificándolos de necios y timoratos, ya que no comulgan con su idea de permitir a la iniciativa privada participar en áreas prioritarias del desarrollo nacional.
    La historia está escrita, solo debe ser leída, aunque el señor presidente diga que es mejor no leer para vivir felices. Él debe ser el hombre más feliz del mundo. Y no soy necio.
    Es indignante un caudillismo hipócrita que abandera la causa de mantener el Estado de derecho, pero que no lo respeta. La aplicación de una ley justa por un motivo vil y abyecto siempre dará un resultado injusto, además de ser cuasi inquisitorial.
    Por eso hoy confieso con vergí¼enza que voté por Vicente Fox. Sí, soy humano y me equivoco.
    Me despido mientras me dispongo a leer al esclarecido “José Luis Borgués”, buscando al Aleph y soñando con una Beatriz Viterbo que el señor presidente (sin relación con el excelente libro de Miguel íngel Asturias), obviamente, no conoce.

    Paul Javier González Flores,
    pasante de derecho (UdeG).

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