El papel de la democracia

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    El vocablo “democracia” deriva del griego “demos” (pueblo) y “kratos” (gobierno o autoridad), de ahí que sea definida esta forma de gobierno como favorable a la intervención de los miembros de un pueblo, con miras a una excelente calidad de vida.
    La democracia está sustentada en tres principios básicos: soberanía popular, libertad e igualdad.
    Tan nombrada palabra se ha convertido en panacea de la política actual, la más “utilizada” en el argot político y en las pretensiones de poder de los partidos frente a la elección popular.
    Digo “utilizada”, en función del papel que ésta desempeña en los discursos políticos, de acuerdo al sistema mercantil creado alrededor de la misma como medio de obtención de votos que aseguren un ascenso en las posiciones jerárquicas de poder.
    Aún se pretende que la misma pueda otorgar legitimidad a los partidos, que la promueven como estandarte o garante de una condición política diferente.
    Por desgracia dicho término es solo un recurso decorativo, ya que no existe congruencia alguna entre la teoría (significado abstracto) y las acciones concretas que la deberían hacer realidad.
    Para que esta palabra y lo que implica pudiera ser motivo de orgullo entre los miembros de un pueblo al cual rige como sistema de gobierno, no basta con la legitimación de las mayorías, factor que no garantiza la estabilidad de ningún tipo.
    En el caso específico de nuestro país, con un presidencialismo evidente, no hemos podido observar la vigencia de la democracia en los últimos 16 años.
    Los cambios radican principalmente en la calidad y cantidad de información que posean los miembros de un pueblo, quienes podrán tener conocimiento de diversas posturas e ideologías y ser capaces de elegir la mejor opción de acuerdo a su criterio y al análisis que implique el beneficio colectivo y por ende el individual.
    Lo anterior implica la vivencia de uno de los preceptos de la democracia: la igualdad. A partir de ello los miembros de un pueblo decidirían lo más conveniente de una manera racional, y la igualdad recaería en los ámbitos restantes (educativo, cultural, económico, social).
    Esto no es así en la práctica. Las diferencias son evidentes, como describió George Orwell en La rebelión de la granja: “Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros”, lo que genera descontento social y desencadena problemas de seguridad.
    Nuestros gobernantes no han sido democráticos, sino autoritarios (Mario Vargas Llosa dijo que México era “la dictadura perfecta”), pues han decidido y deciden en cúpula aquello que conviene hacer. ¿Dónde queda el primer precepto de la democracia: la soberanía popular?
    Sin lugar a dudas es complicado que un pueblo en las condiciones del nuestro sea fácil de gobernar, pero tomemos en consideración que las cosas han sido así por la falta de interés que han demostrado los gobiernos, su escasa capacidad de negociación y tacto para lograr avances con los diversos grupos que conforman nuestra sociedad complejamente fragmentada.
    Libertad es la capacidad de elegir, pensar, actuar dentro de los límites que implica el respeto a las libertades de los demás.
    A partir de esa capacidad consolidada entre los miembros de un pueblo podrá existir un gobierno estructurado con bases que garanticen condiciones de vida más viable.
    Esto suena bastante utópico en nuestra sociedad y en Latinoamérica en general, llena de vicios y errores, de gobiernos autoritarios, de guerras civiles, revoluciones, hambre y pobreza.
    Las contradicciones e incongruencia de los partidos, de la política mexicana, me ha llevado a cuestionar la existencia de la democracia en nuestro país y el papel que le han atribuido.

    * Estudiante de estudios políticos (UdeG).

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