El olor del swing

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Marc Osterer, como suelen hacer los jazzistas, piensa que sólo la música que tiene swing o groove es verdadero jazz, más allá de la técnica o las notas a tocar. Pero para poder percibirlo debe olerse en el ambiente, y oler mal, y sólo así funciona, dice frunciendo la nariz y asintiendo rítmicamente con la cabeza y el cuerpo mismo. La analogía, un poco ridícula —que provoca la risa de quien lo escucha y de él mismo—, sin embargo funciona para comprender su idea.

Osterer, originario de Nueva York y quien viviera alrededor de cinco años en México y ahora radica en Austria, ofreció la semana pasada el curso Técnicas para la interpretación del jazz, en el Departamento de Música de la Universidad de Guadalajara.

Aunque dice saber tocar el piano —entre otros instrumentos— y cantar, sólo se considera trompetista, porque “es mi voz, y es lo que puedo tocar sin pensar en la técnica, y esa es la meta de todos los músicos para poder interpretar directo del corazón sin luchar contra el instrumento”.

Sobre si a Marc el jazz le ha dado más que otros géneros, dice que “necesito tocar diferentes tipos de música todo el tiempo. Si no sería como comer la misma comida siempre. Debo tener variedad, o me aburro. Además cualquier músico aprende más así”.,

Aunque ha tocado con diferentes músicos en distintas partes del mundo, Marc grabó en 2015 su propio disco, Interview, al lado de Alejandro Mercado en el piano, Luri Molina en el bajo, Gabriel Puentes en la batería y Cristóbal López en la guitarra.

A la pregunta de qué se les puede enseñar a los alumnos acerca de la interpretación del jazz, Marc dice que es difícil, “porque es una música basada en la experiencia, y las primeras generaciones aprendieron trabajando en las bigbands, que era música popular. Ahora estamos en una época más educacional e intelectual, y el jazz no es una excepción. Desde los años noventa se puede estudiar jazz en un conservatorio; eso no existía. La pedagogía del jazz es una cosa nueva, nadie antes hablaba de ello, sólo se iba al escenario a tocar y aprender”.

Y no es que los jazzistas anteriores no supieran lo que hacían, pero venía más desde lo sentido que de lo que estaba explicado. Ahora se tienen formas de expresarlo mejor, dice Marc, pero también al hacerse más pensado, “al hacerse tan precisa la técnica, el jazz puede perder el público. Porque cuando se pone tan avanzado los únicos que van a los conciertos son los músicos que entienden lo que está pasando, o los hípsters que no entienden pero que sólo quieren que otras personas los vean”.

“Pero hay que buscar formas de llegar al público”, advierte Marc. “Tiene que ser moderno, pero con el balance de lo accesible, y hay buenos jazzistas que sí lo hacen. Son avanzados pero con un groove que la gente entiende, y con elementos de música popular que los escuchas pueden disfrutar”.

Y si hay que acercarse a lo popular, para Marc no debe haber un rebajamiento musical, donde todo se vuelva comercial o ayudado en demasía por las computadoras. Lo que se puede cambiar para que más gente escuche jazz, es que en lugar de presentarlo en clubes muy exclusivos, se lleve a grandes festivales, y así dar la oportunidad de que el público se sorprenda. A la vez, las personas no están obligadas intelectualmente “a saber por qué les gusta algo, sólo tienen que expresarlo”.

Al final, se vuelve a lo que decía Marc en su curso: que hay que dar y compartir el swing, el groove, que se debe sentir desde antes de comenzar a tocar en el count off, porque si no, la pieza no lo tendrá; que se puede comunicar sin tocar, con el movimiento del cuerpo, con lo que pasa entre los tiempos de cada compás; que es como caminar y como la vida.

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