El manifiesto censurado de Camus

    1110

    Hoy día es difícil evocar la libertad de prensa sin que lo tilden a uno de extravagante, lo acusen de ser un Mata-Hari1 o de creerse el sobrino de Stalin. Pero esta libertad, entre muchas otras, no es más que una de las caras de la libertad a secas. De modo que se comprenderá nuestra obstinación por defenderla, si se tiene a bien admitir que no hay otra manera de ganar la guerra en realidad.
    Cierto, toda libertad tiene sus límites; aún así es necesario que las libertades se reconozcan plenamente. A pesar de los obstáculos que hoy se imponen a la libertad de pensamiento, hemos dicho todo lo que hemos podido y todavía diremos, hasta la saciedad, todo lo que nos sea posible decir.
    Una vez impuesto el principio de la censura, nunca dejará de sorprendernos, por ejemplo, que se prohíba la reproducción en el Soir Républicain de textos publicados en Francia y apuntados por los censores metropolitanos. El hecho que un periódico dependa en este aspecto del humor o las capacidades de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconciencia que hemos alcanzado.
    Un buen precepto de una filosofía digna de tal nombre consiste en nunca dispensar lamentos inútiles ante una situación que ya no se puede evitar. En la actualidad, en Francia, la cuestión ya no radica en saber cómo preservar las libertades de la prensa, sino en buscar cómo un periodista puede mantenerse libre, dada la supresión de dichas libertades.
    Lo que quisiéramos definir aquí son justamente las condiciones y los medios por los cuales, en el seno mismo de la guerra y sus servidumbres, es posible no sólo preservar sino incluso manifestar la libertad. Estos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.
    La lucidez supone la resistencia a los entrenamientos para el odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, queda claro que todo puede evitarse. La guerra misma, que es un fenómeno humano, puede en todo momento evitarse o detenerse por medios humanos. Basta con conocer la historia de la política europea de los últimos años para tener certeza de que la guerra, cualquier guerra, tiene causas evidentes.
    Esta visión clara de las cosas excluye el odio ciego y la desesperanza desidiosa. Un periodista libre, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero, como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda incitar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en su poder.
    Frente a la marea creciente de estupidez, es necesario igualmente contraponer algunos rechazos. Todas las coacciones del mundo no lograrán que un espíritu mínimamente limpio acepte ser deshonesto. Por otro lado, y por poco que se conozca el mecanismo de la información, es fácil asegurarse de la autenticidad de una noticia. Es a esto a lo que un periodista libre debe darle toda su atención, ya que si no puede decir todo lo que piensa, sí puede al menos no decir lo que no piensa, o lo que cree falso. Esta libertad negativa es, por mucho, la más importante de todas si se sabe mantener, pues prepara el acceso a la verdadera libertad.
    En consecuencia, un periódico independiente da el origen de su información, ayuda al público a evaluarla, repudia el relleno de cráneos, suprime las injurias, palia con comentarios la uniformación de la información y, en fin, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta medida, aunque sea relativa, le permite al menos rechazar lo que ninguna fuerza del mundo podría hacerle aceptar: servir a la mentira.
    Así llegamos a la ironía. Puede decirse en principio que un espíritu con el gusto y los medios para imponer la coerción es impermeable a la ironía. No vemos que Hitler, por poner un ejemplo entre varios, utilice la ironía socrática. Nos queda entonces la ironía como un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. La ironía completa el rechazo porque permite ya no repudiar lo que es falso sino muchas veces decir lo que es verdadero.
    Un periodista libre, en 1939, no se hace ya muchas ilusiones respecto de la inteligencia de aquellos que lo oprimen. Es pesimista en lo que al hombre se refiere. Una verdad enunciada en un tono dogmático es censurada nueve veces de cada diez. La misma verdad dicha de manera agradable lo es cinco de cada diez. Esta disposición muestra con bastante exactitud las posibilidades de la inteligencia humana, y de igual manera el porqué los periódicos franceses como Le Merle o Le Canard Enchaîné puedan publicar con regularidad los valientes artículos que sabemos. Un periodista libre, en 1939, es por lo tanto necesariamente irónico, aunque a menudo lo sea a regañadientes. Pero la verdad y la libertad son amantes exigentes, porque tienen pocos enamorados.
    Luego de definir brevemente esta disposición del espíritu, resulta obvio que no se sostendría eficazmente sin un mínimo de obstinación. A la libertad de expresión se interponen muchos obstáculos, si bien no son los más severos para desanimar a un espíritu, pues las amenazas, las suspensiones, las persecuciones obtienen en Francia generalmente el efecto contrario al que se proponen. Pero hay que admitir que sí hay obstáculos desalentadores: la constancia en la estupidez, la apatía organizada, la ininteligencia agresiva, y así sucesivamente. He ahí el gran obstáculo ante el que debemos triunfar. La obstinación es en esto una virtud cardinal. Por una paradoja más curiosa que clara, ésta se pone así al servicio de la objetividad y la tolerancia.
    Esto es pues un conjunto de reglas para preservar la libertad hasta en el seno de la servidumbre. “¿Y luego?”, podrán decir. “¿Luego?”. No nos presionemos demasiado. Si tan sólo cada francés quisiera mantener en su esfera todo lo que cree verdadero y justo, si quisiera ayudar en su mínima parte al mantenimiento de la libertad, resistir al abandono y hacer saber su voluntad, entonces y sólo entonces esta guerra se ganaría, en el sentido más profundo de la palabra.
    Sí, frecuentemente es a pesar suyo que un espíritu libre de este siglo hace sentir su ironía. ¿Qué de grato se puede hallar en este mundo incendiado? Pero la virtud del hombre es sostenerse ante todo lo que se le niega. Nadie quiere volver a pasar por la experiencia de 1914 y de 1939 dentro de 25 años2. Así que tenemos que ensayar un sistema completamente nuevo, que consistiría en la justicia y la generosidad.
    Pero estas virtudes las experimentan únicamente los corazones que son ya libres y los espíritus asimismo clarividentes. Formar esos corazones y esos espíritus, despertarlos mejor dicho, es la tarea a la vez modesta y ambiciosa que le corresponde al hombre independiente. Hay que atenerse a ello sin ver más adelante. La historia tendrá en cuenta o no estos esfuerzos. Pero se habrán hecho.

    *Macha Sery recuperó este texto inédito de los Archivos Nacionales de Ultramar de Aix-en-Provence y lo sacó a la luz en Le Monde el 17 de marzo pasado. traducción de Verónica de Santos.
     
    1 Mata-Hari fue una popular bailarina exótica holandesa, acusada de espionaje durante la Primera Guerra Mundial y fusilada por el ejército Francés en 1917. N. de la T.
    2 Respectivamente, años de inicio de la Primera y la Segunda Guerra mundiales. Entre ambas fechas hay un lapso de 25 años. N. de la T.

    Artículo anteriorPara antes de partir
    Artículo siguienteLa última y nos vamos