El hule de Chapalita

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    Es de llamar la atención cómo, a partir del boom ecologista, un árbol adquiere un papel protagónico antes impensable, sobre todo por ser un ejemplar de una especie demasiado popular, pero en otro relegada por resultar inapropiada y “problemática”, no tanto en el espacio urbano abierto, sino por estorbar los estrechos camellones y banquetas de calles y avenidas.
    Pero más sorprendente resulta la inútil confrontación de opiniones respecto a un asunto que no solo tiene un remedio fácil, sino cuya resolución puede dejar conformes a la mayoría: tanto a quienes argumentan lo oneroso de su preservación, como a quienes arguyen el respeto por el valor “ecológico” de un ejemplar que ya solo por su edad es considerado venerable.
    Los hules no son, en nuestro medio, árboles singulares o emblemáticos, ni están en vías de extinción, ya que constituyen un recurso renovable.
    Si bien la función ambiental de un árbol colosal no puede ser reemplazada por la de equis arbolitos cuya suma corresponda a una biomasa similar, la remoción del hule de Chapalita no tiene por qué implicar una condena a muerte.
    El Ficus elastica (que es como nombran los botánicos al hule) es, entre los árboles, prodigioso por su invulnerabilidad a daños y por su fácil propagación. Esas que cuelgan por su tronco son raíces adventicias, cuya gracia y beneficio consiste en producir de cada rama, árboles independientes con las mismas características genéticas del individuo o espécimen original.
    Así pues (y sin considerar la posibilidad del trasplante), para el hule de Chapalita hay por lo menos dos opciones: porfiar en dejarlo donde está o clonarlo.

    Javier Esteban Cedral Gómez.

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