El gremio…

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    Los acontecimientos trágicos del huracán Katrina que devastó Nueva Orleáns, recordaron al mundo lo que muy pocos consideraban como algo posible: que en Estados Unidos también hay pobres.
    Las zonas siniestradas mostraron un rostro lastimoso de esta región norteamericana que vivía la paradoja del glamour por casinos, cabarets y sitios de super lujo; al tiempo que escondía guetos y colonias humildes donde las fincas endebles fueron presa fácilmente de las aguas que arrasaron todo.
    La pobreza en el mundo se ha extendido como una plaga a la que difícilmente nación alguna puede hacer frente sola, aún cuando se trate del país más poderoso del planeta.
    Precisamente una historia de pobreza y marginación es la que en esta ocasión narraré.
    En su libro Viñas de ira, John Steinbeck plantea un episodio extraordinario de lo que fue la época de mayor pobreza en la Unión Americana.
    Es el drama de una familia que viaja desde Oklahoma hasta California en busca de mejores oportunidades de vida.
    La forma como decide la familia hacer el viaje, es porque recibieron un volante donde se ofertaban “800 puestos” para pizca de fruta.
    Hacen el viaje agobiados por las deudas y la falta de alimentos.
    No llovió en los últimos años y tuvieron que pedir un préstamo para sobrevivir y volver a sembrar.
    Como la cosecha se malogró, hubo que pedir otro préstamo para comer y después volver a sembrar y así hasta que ya no tuvieron un solo centavo.
    Las peripecias de los viajeros, son magistralmente narradas por Steinbeck (premio Nobel de literatura en 1940) aún cuando varios vecinos les advirtieron que era un engaño viajar a California siguiendo un volante.
    La razón era sencilla. Quien solicitaba la gente, imprimía miles de volantes para 800 plazas. El resultado era recibir muchas más solicitudes de los espacios ofrecidos y reducir con ello el pago a centavos a los trabajadores.
    Desoyendo la lógica y agobiados por el hambre, marcharon a la aventura donde les sucedió de todo.
    Steinbeck describe en forma impecable las tierras agrietadas por la falta de agua, las estrecheces de todas las familias que padecían la sequía en medio de la recesión económica de fines de los años 20 que convirtió a la nación en un país sumido en la pobreza.
    Fue en ese tiempo de la recesión económica cuando sucedió uno de los mayores fiascos de la historia cuando Ford fabrica una línea de lujo de automóviles de los cuales apenas se vendieron una veintena.
    También dio pie para que se decretara una ley seca que no hizo otra cosa más que propiciar el mercado negro del licor y la fortuna de Al Capone.
    En su novela, Steinbeck narra cómo la familia atraviesa Estados Unidos con un camión destartalado y grasiento al que le suena todo.
    Explica cómo la familia llega a campamentos de inmigrantes que como ellos van en búsqueda del mismo trabajo que por lógica no lo habrá para todos.
    Describe episodios de platillos y trozos de pan que son repartidos entre los miembros de la familia cuyas tripas gritan de hambre.
    El relato de la aventura del grupo que partió de Oklahoma es intercalado con sentimientos de una de las muchachas que apenas ha salido de la pubertad, o de otra de las hijas que está embarazada y que producto de la miseria pierde al bebé.
    Es una historia estrujante la que narra Steinbeck que hace que a lo largo del libro quienes nos hundimos en las líneas vivamos al lado de la familia todas las calamidades que enfrentaron.
    Debo reconocer que ha sido una de las novelas que más me impactaron y durante mucho tiempo le guardé resentimiento al escritor de la época de oro de la literatura norteamericana por haber tejido una trama abierta.
    Y también por no haber escrito una segunda parte.
    Sin embargo comprendí que precisamente ahí radicaba la magia y su fuerza.
    De aquel libro, quiero recordar un pasaje que en realidad viene a cuento de lo que en esta ocasión quiero concluir.
    Es un momento realmente fuerte en la historia y es la hora de la partida.
    Ese día el banco decidió quedarse con sus tierras.
    Pesados tractores con enormes ruedas que se hundían en la rojiza tierra seca, derribaron las pequeñas casas de la gente que se oponía a marcharse y abandonar el hogar que les heredaron los abuelos.
    Nadie podía pagar la hipoteca y para el banco ya no eran sujetos de crédito.
    No había certeza de que pudieran pagar, ni tampoco de que regresarían las lluvias y con ello salvar las cosechas.
    El padre de familia armado con una escopeta, salió al paso del ruido de los tractores y enfrentó a los del banco.
    Les dijo que no permitiría que arrasaran con su casa y que se quedaran con las tierras que sembraron los abuelos, los padres, él mismo y que pretendía que también trabajara su hijo.
    Otros hombres de plano ya habían abandonado la lucha pero él no estaba dispuesto a hacerlo.
    Los hombres que fueron al desalojo le respondieron que no eran ellos. Que era el banco.
    El hombre dijo entonces que mataría al banco…
    –No entiende, le dijeron los sujetos, el banco no es un hombre. Está formado de ellos pero no es un hombre. Es un monstruo.
    Y el hombre enfadado con el arma en mano prometió acabar con ellos entonces.
    –Le repito que no podrá. El banco no es como un hombre, es un monstruo.
    –Pues entonces iré al banco y mataré a esos hombres.
    –Hágalo -dijeron ellos- y pondrán a otros. Le digo que el banco no es como un hombre, es un monstruo.
    –Entonces te mataré a ti -dijo el padre de familia apuntando al sujeto del tractor.
    –Hágalo – respondió- y el banco mandará a otro. Le repito que el banco es como un monstruo que se alimenta de intereses. Si el banco no tiene intereses se muere.
    El padre se fijó en el operador del tractor y lo reconoció.
    – o te conozco – le dijo -, eres de aquí, creciste al lado de mis hijos, comiste en mi casa, ¿cómo es posible que hagas esto contra tu gente? ¿Por qué lo haces?
    –Por tres dólares la hora… – respondió el individuo -. Por eso.n

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    En el gremio periodístico sucede algo parecido. En aras de hacer su “trabajo” hay quienes no reparan en enlodar nombres. Ahora entiendo por qué: por tres dólares… por eso.

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