El flamenco respira

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Desde siempre, Paco de Lucía ha contado que ese apellido suyo no era otra cosa que un mote que se le quedó porque siendo un niño de alguna manera habría de distinguirlo de los otros de la horda de chiquillos con los que jugaba en la calle. Lucía era su madre y centro de referencia.

Ahora ya con casi 66 años, en su concierto en Guadalajara, mientras afina la guitarra entre una pieza y otra, uno de sus admiradores le grita emocionado “¡Paco!”, y él sin dudarlo y sin siquiera mirar al gentío, le contesta un simple “¿Qué?” causando la risa del público, pero que es la respuesta más natural cuando se sabe que hace mucho dejó de haber otros Pacos de los cuales diferenciarlo. Porque cuando se habla de flamenco, ¿quién habría de confundir su genialidad y energía musical? Porque al fin ay al cabo, el flamenco —ya lo dijo él mismo alguna vez— “es muy fácil de entender en cuanto que hayas nacido dentro de él y lo hayas mamado, no tiene nada que ver con los miles de ensayos que han escrito los flamencólogos sobre eso, es mucho más fácil; es como respirar”.

Paco nació en Algeciras, un municipio de la región de Andalucía, allí donde nació el flamenco. Entre dos aguas, diría él —las del Mediterráneo y el Atlántico—, sabiendo que el hombre junto al mar “es más soñador y con sentido de libertad” y de lo que nunca ha podido separarse del todo porque “necesito esa expansión, poder respirar a fondo”. En aquellos días de infancia en que su padre lo sacó de la escuela porque no había dinero, y lo obligaba a estudiar como un poseso horas y horas la guitarra, es cuando conoció el olor de la madera entre sus manos y su pecho. El de los bailaores agitando su cuerpo con sensualidad y fuerza; con el orgullo de quien ora es el animal que embiste ora el torero que se contonea y se entrega. El del cante jondo, con sus cantaores desgarrados, crispados, alucinando con las noches moriscas, gitanas, que huelen y saben a la sal de la sangre.

Nada más que una vez ha salido esta noche Paco de Lucía solo al escenario. Las demás, aunque siempre al centro y guiando la música, su ubicación no deja de estar al mismo nivel de quienes lo acompañan, armonizando o contrapunteando con bajo y guitarra, percutiendo el cajón flamenco en el que El piraña se da gusto; cantando, bailando, y el tablado al frente, donde Antonio Fernández arrebata al auditorio. Y ahí está Paco, llevando con calma el conjunto, consciente de que es la estrella pero haciéndose uno en el otro; deseando ser el otro. Cómo no podría venir a la memoria entonces el recuerdo de que en el fondo, cuando inició en estos menesteres lo que él quería era ser cantaor, pero como era “un niño tímido, introvertido, gordito, en un pueblo donde todo mundo sale a la calle a cachondearse y reírse de los demás, me daba mucha vergüenza. Entonces aprendí la guitarra porque así era la protagonista y yo me escondía detrás de ella”.

Los estudiosos dicen que más que el baile y el cante lo que ha evolucionado en el flamenco es la manera de tocar la guitarra, dejando de ser un mero acompañamiento para ponerse a su misma altura lírica. Y uno de los que han contribuido decisivamente es Paco de Lucía, que nunca ha ocultado su intención de “imitar” al cantaor. Por eso, desde la mañana en que en Jerez se encontró al gran Camarón de la Isla, durante años conformaron una mancuerna que para ambos fue demasiado inspiradora y creativa, porque “a mí me gustaba más el cante que la guitarra, y a Camarón le pasaba lo contrario”.

A medio concierto, Paco le da unos sorbos a su botella de agua, y bromea con el público diciendo que aquello no es otra cosa que aguardiente, tal vez temiendo que la gente piense que su flamenco se ha ablandado. Lo que sí dicen varios de los asistentes, es que el Auditorio Telmex se antoja grande para el caso, y que ha quedado con muchos huecos. Pero no porque Paco deje de ser brillante o tener seguidores, porque como dijo entre risas: “En México tengo muchos hijos pero queda entre vosotros”, aunque seguramente sean más los bastardos musicales que sanguíneos; sí porque la atmósfera del flamenco debiera ser más íntima. Como los días en que él aprendió el lenguaje de esa música, antes de siquiera tocar la guitarra, en el patio de su casa, donde noche y madrugada los artistas se daban cita para beber y cantar; para sentir.

En un video del funeral de la muerte de Camarón en 1992, se ve a Paco con el rostro azorado. Su mejor amigo y compañero se había ido. Diría el guitarrista que luego de tanta ilusión y ganas de Camarón por cantar, al final estaba agotado, “porque vivió con mucha intensidad, más de la que pudo soportar su cuerpo”. Pero Paco de Lucía sabe que el flamenco es esa intensidad, aún después de tantas giras, así que para él no vale hablar de la cercanía de la muerte del género, ya que sigue teniendo “alegría histérica, y una sensualidad que es la vida”.

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