El fantasma de Madero

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Sobre la figura de Madero, el por siempre traidor Victoriano Huerta, dedica cinco apartados directos y tres tercios a hablar de sus odios hacia el prócer en un libro de memorias que, desde su aparición en 1915, se han estimado apócrifas. Se le atribuyen, en todo caso, al periodista Joaquín Piña. No obstante ser consideradas “falsas”, a lo largo del tiempo se han reeditado, por distintas casas editoriales –alimentando el morbo–, casi infinidad de veces. En mi caso, en mis manos tengo el Yo, Victoriano Huerta, impreso por la editorial de la revista Contenido, en 1975, con prólogo y anotaciones de Javier Ramos Malzárraga.

Una ilustración dispuesta en los libros de texto de educación primaria, la lectura de los pasajes en los cuadernos de historia nacional, y las memorias de Huerta, lograron que –a lo largo del tiempo– me diera a la tarea de encontrarme con los espacios donde indican estuvo Francisco I. Madero. He perseguido, de algún modo, el mito de un personaje a quien se le atribuye ser el iniciador de la Revolución mexicana… pero, ¿hay otra forma de conocer nuestra historia patria sin los datos ofrecidos por la leyenda?

En 2010 recorrí el norte del país y crucé la frontera, logrando llegar a San Antonio. Texas, otrora perteneciente a México, luego de la anexión a Estados Unidos, fue refugio de algunos personajes de la Independencia y la Revolución. Allí busqué a Santa Anna, Pancho Villa y es claro, también, la casa de Madero, pues fue en ese espacio mítico donde concluyó la redacción y se imprimió el “Plan de San Luis”, documento que, ahora sí incuestionable históricamente, dio por iniciada una lucha cuyas repercusiones son de sobra conocidas. De San Antonio a Puebla, de San Luis a San Antonio, se realizó una triangulación, pero en la ciudad texana nadie supo decirme dónde había vivido Madero. ¿No supe preguntar o no me quisieron decir? Entonces bajé hasta llegar a San Luis Potosí.

Uno de los dones de los fantasmas, podríamos decir, es su ubicuidad. Este mismo atributo lo tienen los personajes de la historia. La “presencia” de Madero me la había encontrado lo mismo en Zapotlán que en Guadalajara. En esta última ciudad, en el hotel Francés, es donde se dice que pernoctó –al igual que Porfirio Díaz, en otro tiempo– durante su campaña presidencial, acompañado de los miembros del Partido Nacional Antirreeleccionista, que él mismo fundara. En ese lugar, por cierto, lo mismo estuvo Charles Bronson para filmar algunas escenas de El vengador anónimo, como los políticos liberales que apoyaron en Jalisco a Madero. Luego tuvieron su propio recinto en una casona, todavía en pie, entre las calles Ocampo y Prisciliano Sánchez, donde ahora se encuentra el bar Caudillos, sin que a los políticos e historiadores les moleste: en otras partes del mundo el lugar bien podría ser un museo, pero en Guadalajara, bajo el abrigo de los gobiernos, allí se gestan no historias épicas, sino…

Quizás el lugar más importante para reconocer a Madero sea la ciudad de San Luis, donde se le puede adivinar bajando la amplia escalinata de su casa (en contra esquina de la antigua Caja Real) para dirigirse a la ciudad: hacia la calle Zaragoza o a la Calzada Guadalupe, donde quizás se encontró con el joven poeta Ramón López Velarde, quien le ayudó a redactar el comienzo del “Plan de San Luis”, luego terminado e impreso en San Antonio.

En el Centro Penitenciario de San Luis –rehabilitado espacio y vuelto Centro Cultural hace cinco años–, Madero estuvo preso bajo los cargos de “conato de rebelión y ultraje a las autoridades”. En las crujías se localiza un homenaje al mártir de la Revolución: en un breve espacio se halla una efigie de su persona, sitio donde se dice comenzó su proyecto en contra de Porfirio Díaz. El lugar, pese a la recreación, provoca el escalofrío si pensamos que no es Madero quien está y estuvo allí, sino el fantasma del personaje. De San Luis huyó furtivamente, en un tren, disfrazado de campesino.

De seguro a Madero no le molestaría que lo imagináramos como un “espectro”, pues él fue afecto al espiritismo. Consignado el hecho en sus Memorias, una noche de mediados de los años ochenta, a unos pasos del lugar de donde estudié la secundaria, por un amplio ventanal descubrí una reunión de médiums: al centro de la mesa había una fotografía de Madero. Pasado el tiempo supe, por boca de un cofrade de esa reunión, que invocaban su espíritu.

Fue pavoroso saberlo: el preclaro había sido asesinado por Victoriano Huerta –junto con Pino Suárez, después de un asedio y un golpe de Estado–, en los extramuros del Palacio Negro de Lecumberri, en la Ciudad de México, el 22 de febrero de 1913.

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