El eternauta nos visita

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    Ahora que la prensa ha dedicado dignas páginas al fallecimiento del escritor argentino Ernesto Sabato, no se ha omitido su importante trabajo al frente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Por el contrario, figura entre su bibliografía esencial (aunque no literaria) el informe Nunca más, entregado en 1984 a Raúl Alfonsín, primer presidente democrático en Argentina tras siete años de régimen militar.
    En el hemisferio norte y con la distancia de las décadas se oyen poco las voces de quienes llevan la cicatriz ardorosa de las dictaduras latinoamericanas. El poeta, también argentino, Juan Gelman trae el tema consigo cuando nos ha visitado, porque sus propios hijos y nietos figuran entre los desaparecidos y los bebés nacidos cautivos y dados en adopción a familias ajenas, respectivamente. El poeta Javier Sicilia parece ser su símil mexicano y actual, por su clamor ya colectivo en marcha silenciosa y su dolida lucha para que se apacigí¼e el estado de violencia y crimen que le ha matado también a un hijo.
    En este contexto la publicación en México por primera vez de El eternauta puede servir también como piedra de toque para reflexionar sobre nuestras guerras sucias. Publicado por entregas entre 1957 y 1959 en la revista semanal de cómics Hora cero, se trata de una novela gráfica ambientada en un Buenos Aires invadido por extraterrestres cuyo primer signo y arma es una nevada fosforescente y mortal.
    Entre los pocos sobrevivientes que tenían puertas y ventanas completamente cerradas están Juan Salvo, su esposa Elena, su hija Martita y sus amigos Favalli, Lucas y Polsky, con los que jugaba a las cartas en el ático convertido en taller de bricolaje comunal para el solaz de los señores.
    A través del cristal ven autos chocar al fulminarse sus conductores, peatones tendidos en la acera y vecinos incautos que al abrir la ventana caen muertos sin más. Al principio, El eternauta es una historia de supervivencia post apocalíptica con gente cualquiera de un barrio platense como protagonistas lo cual sorprende de por sí, acostumbrados como estamos a sentir que el español es un idioma demasiado exótico para la ciencia ficción. Pero si ya Mozart hizo del alemán una lengua apta para la ópera con La flauta mágica, ¿qué excusa puede aún valer?
    La sensación de cercanía estremece desde la primera entrega, cuando en una noche de invierno cruje la silla de las visitas en la oficina casera de un guionista de historietas. Sutilmente, el eternauta se materializa. Pide que lo deje descansar de su viaje a través de la eternidad. A cambio, desteje el relato de su desgracia que es la desgracia de todo el mundo, a punto de acaecer. La narración se adentra en una caja china.
    El eternauta cuenta cómo la resistencia improvisada se enfrenta primero a los “cascarudos”, unos escarabajos gigantes con sofisticadas armas y luego a los “gurbos”, unos como dinosaurios o paquidermos inmensos que resultan ser dirigidos ambos por los “manos”, otra especie ésta sí antropomorfa, pero de inteligencia superior y extremidades repletas de dedos de todos tamaños con los que controlan los teclados que orquestan la masacre y a los propios hombres, a través de aparatos incrustados en la nuca.
    Pero tampoco los “manos” son el auténtico enemigo: detrás están los “ellos” una raza de conquistadores cósmicos que no sólo avasallan y despojan, sino que además alienan por la fuerza a los vencidos para hacerlos infligir el mismo daño a otros, por lo tanto, semejantes a ellos.
    Los malos, pues, no son los verdaderos malos. Y no hay un redentor que nos rescate: “El héroe verdadero de El eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”, en las palabras del propio Oesterheld.
    Es en esta lectura casi ideológica que El eternauta coincide como respuesta al ambiente espeso de la dictadura de Aramburu. Más adelante Oesterheld habría de hacer una secuela más políticamente explícita e indeseable, de escribir una biografía de Ché Guevara y de militar en la organización guerrillera Moneros, hasta ser desaparecido en 1977, al igual que sus cuatro hijas, sus yernos y sus nietos.

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