El esplendor de Amado Nervo

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El más amable de los críticos del poeta y prosista de Tepic es, sin duda, Luis Miguel Aguilar, quien en su libro La democracia de los muertos recuerda que cada nueva generación de lectores “ha tratado de hundir a Nervo en la noche de sentimentalismo y la cursilería”; pero también, según las palabras de Aguilar, cada generación “ha evitado ese hundimiento, ya sea memorizándolo de corazón sin detenerse demasiado en ver qué es cursi y sentimental y qué no lo es”.

Fue Carlos Gardel quien dispuso el poema “El día que me quieras” en la mente del público de Latinoamérica, pero antes el charro mexicano Jorge Negrete la puso en la moda de los oídos mexicanos. Un siglo después la letra en distintas voces permanece en el gusto popular. Alfonso Reyes dijo que era una “punzante y tierna aberración”. Pero Julio Cortázar da la última nota en La vuelta al día en ochenta mundos, al referir: “Los jóvenes prefieren al Gardel de ‘El día que me quieras’, la hermosa voz sostenida por una orquesta que lo incita a engolarse y a volverse lírico”.

El crítico Emmanuel Carballo, en su Historia de las letras mexicanas del siglo XIX, coloca a Nervo como “el poeta central del modernismo mexicano”. Para Carballo el mejor Nervo se halla entre Mística (1898) y Los jardines interiores (1905), pero Xavier Villaurrutia, en un ensayo sobre la poesía mexicana, recogido en sus Obras completas, opina que debido a sus dualidades internas y las antinomias de su pensamiento solamente logró una “coherencia simplista” y “al final de cuentas,  una serenidad vacía”. Al volver a La democracia de los muertos, podemos escuchar un elogio positivo en relación con la prosa de Nervo: “Su lectura prueba que Nervo fue un magnífico prosista —en justa dimensión lo dice Luis Miguel Aguilar—; más aún, en su prosa el abundamiento no pesa tanto como en su poesía. El que quiera hundir a Nervo tendrá que hundir también, junto con algunos de sus poemas, los flotadores de su prosa”. Es justo recordar, en palabras del historiador literario Carlos González Peña, en su libro Historia de la literatura mexicana, que la producción en prosa de Nervo “es variadísima”, que incluye crónicas, novelas, cuentos y artículos periodísticos, además de ensayos, donde denota, según González Peña, una forma “nerviosa, plena de vivacidad; en ella operó, mucho más rápidamente que en sus versos, la evolución hacia el casticismo y la simplicidad”.

Su vida, revelada en sus trabajos literarios, deja ver a un personaje muy completo, que impactó, en su momento, a un gran número de lectores en toda Hispanoamérica. Su trabajo se percibe aún vivo, pese a las contumaces críticas da cuenta de toda una época y sigue arrobando a quienes lo leen o lo escuchan en, por ejemplo, los textos que se han vuelto canciones en voces como la de Cornelio Reyna, quien en los años setenta enriqueció el Cancionero mexicano cuando interpretó de manera peculiar el poema de Nervo “En paz”. El poema ya estaba desde décadas antes en la memoria de los mexicanos, pues el declamador Manuel Bernal lo había dispuesto en sus grabaciones y declamado en todo el territorio nacional. Ese éxito popular recuerda el esplendor y muerte del poeta nayarita, ocurrida en Montevideo, Uruguay, en 1919.

La muerte de Amado Nervo aún es recordada como muy singular entre las letras latinoamericanas por haber sido una de las más sonadas y fastuosas que se le ha ofrecido a un escritor. El consagrado poeta y escritor, que había mantenido amistad con Catulle Mendés, Jean Moréas, Valencia, Lugones, Oscar Wilde, y permanecido muy ligado a Rubén Darío, había sido corresponsal de los diarios más importantes de Hispanoamérica y colaborador de las revistas más importantes de su tiempo (fundó y dirigió —entre los años que corrieron de 1898 y 1900,  con Jesús Valenzuela— la Revista Moderna, sucesora de Azul) donde la pléyade de la corriente modernista había plasmado sus nombres y sus trabajos.

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