El escritor del exilio permanente

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El 9 de octubre de 1941 comenzó el Apocalipsis para el escritor rumano Norman Manea. La fecha marca su salida de la Bucovina de su infancia —alguna vez llamada “la placenta de la literatura”—para ir a un campo de concentración, donde permanecería cuatro años.

También es el inicio de un largo destierro que hasta hoy continúa. “Fue mi primer exilio, mi primera iniciación en la pesadilla siempre repetida del odio del hombre hacia el hombre”, contó el escritor tras recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en la ceremonia con la que dio inicio la edición treinta de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

En su discurso Manea agradeció la distinción de la feria que lo trajo a México, un país que considera “un vecino espiritual cercano” a su corazón y en donde en más de una ocasión se ha sentido “rejuvenecido” por la hospitalidad y calidez de su gente.

Afirmó que el exilio lo ha perseguido desde la infancia, incluso ahora que el destino lo legitimó “como escritor de la actualidad” en un exilio planetario.

“Viví por etapas en el exilio fascista de mi infancia, después en el exilio interior de la dictadura comunista y al final en el exilio global del libre mercado, con la doctrina mercantil de compraventa de cualquier cosa, en cualquier lado y en cualquier momento”, expresó.

El autor hizo un homenaje a los escritores “obligados a abandonar su país y su lengua materna, sin olvidar no obstante las raíces lingüísticas y espirituales de su biografía y bibliografía”.

El narrador, ensayista y poeta recordó cómo el rumano se convirtió en lengua latina al ser llevada por los romanos que llegaron al Danubio y a los Cárpatos, desde el primer siglo después de Cristo.

“Como única lengua latina en un gran territorio eslavo, la lengua rumana tuvo que enfrentar muchas presiones internas y externas que tendían a diversificar y desviar sus opciones y sus valencias; la raíz latina resistió heroicamente a las tensiones”, dijo el primer escritor en lengua rumana que gana el Premio FIL.

Fue en ese idioma que Manea se encontró por vez primera con la literatura. En una suerte de hechizo que se hizo presente cuando, con nueve años, recibió un libro de cuentos del rumano Ion Creanga. Luego el primer verso de su puño y letra, “un discurso amoroso”, destinado a una compañera de clase, de coletas rubias y ojos azules. Después el desarrollo de una prosa que no estuvo exenta de la vigilancia del régimen.

Su obra estuvo plagada siempre de “la experiencia biográfica de la exclusión y la opresión con la alegría libresca de la literatura”, afirmó. “Mi página tiene la cicatriz de los traumas pero también la firmeza de la resistencia a ellos. La tragedia tiene como inmediata consecuencia estética el cliché, el peligro astuto y populista en contra de la auténtica creatividad. Fui siempre muy circunspecto frente a los riesgos de la canonización, la oficialización y la comercialización, la vulgarización del sufrimiento y la manipulación ideológica”.

Sobreviviente del Holocausto y de la persecución comunista en su país, Manea confirmó su apuesta por la libertad, su ferviente creencia en que “son preferibles la imperfección y la inestabilidad de la libertad a una autocracia perfecta, opaca y glacial”, pese a “la crisis de valores” que se vive en el mundo.

El autor de Payasos: el dictador y el artista y El sobre negro expresó que ante las “contradicciones de una modernidad rápida y rápidamente cambiante” y de los conflictos en el mundo actual, la humanidad necesita “más que nunca lucidez y coraje, solidaridad y sabiduría”.

Manea se refirió a “la energía revanchista de Rusia, el desarrollo dinámico de China, las crecientes migraciones desde Oriente y África hacia Europa, la oscuridad belicosa y glacial de Corea del Norte e Irán y a la rutina cada vez más rebatida de los principios democráticos en muchas partes del mundo incluidos los Estados Unidos”.

“El consejo de la página escrita” que inspiró a nuestros antepasados, es una fuente para encontrar estos valores, dijo, y agregó que la lectura es “el más duradero amigo de los solitarios del mundo”.

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