El escritor contra la moral

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    La voz de Rubem Fonseca se asemeja a la del Marqués de Sade. O por lo menos es lo que me gusta pensar. Su voz tiene un tono estertóreo, aguardentoso, como el silbido de un moribundo. Y al mismo tiempo oculta una fuerza infinita, es la llave oxidada que destraba las puertas de los infiernos.
    En su última visita a Guadalajara (2007) dio una lectura de su libro de relatos Ella y otras mujeres. Ahí estaba en uno de los pequeños salones de la Feria del Libro leyendo para un pequeño público de iniciados. Ronco, dubitativo, Fonseca leía para nosotros “En la cama no se habla de filosofía”. La breve charla que siguió estuvo marcada por una frase suya, lapidaria. “El hombre unidimensional es un imbécil”, decía casi para nunca hablar más. Casi para desaparecer de su público.
    La literatura de Fonseca puede basarse en la primicia de matar al hombre unidimensional, al políticamente correcto, al maniqueo, al predecible. Su obra es la obra de un maldito. “El escritor debe ser esencialmente un subversivo (…) tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”, dice el narrador Gustavo Flavio, su álter ego en la novela Bufo & Spallanzani.
    Sus detectives y policías son hombres incompletos, sin atributos, amantes del sexo, del tabaco, de la literatura y de la música clásica. Y al mismo tiempo la perpetua angustia que viven sus antihéroes se debe a la búsqueda de la Gesamtkunstwerk wagneriana; es decir, el anhelo por alcanzar esa “obra de arte completa” es lo que sitúa a personajes como Mandrake a la altura del Fausto de Goethe.
    Rubem Fonseca se aboca a la realidad. Su experiencia legal en los bajos mundos de Río de Janeiro alimenta su crudeza descriptiva. “Las raíces de la vida están perdidas en las tinieblas”, escribió el filólogo alemán August Schlegel. El autor brasileño se ha sumergido en los infiernos y ha regresado como Dante, con historias extraordinarias llenas de brillantez y horror.
    El hombre unidimensional ha sido asesinado. Mandrake le clavó un cuchillo en la garganta.

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